La innovación ha sido siempre la herramienta básica para el progreso del ser humano. Una visión innovadora, acompañada de trabajo y esfuerzo, permitió desde que Watson y Crick descifrasen la estructura molecular del ADN hasta que los pintores de finales del XIX saliesen de sus estudios para pintar la luz y dar lugar al impresionismo, gracias a que alguien cayó en la cuenta de que la pintura al óleo se podía introducir en tubos para su cómodo manejo y transporte. Y la innovación debe ser, una vez más, el camino a seguir para hacer frente a uno de los grandes – si no el mayor- retos a los que se enfrenta el ser humano en la actualidad: el calentamiento global.
Según las estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) la demanda energética mundial aumentará un 30% de cara a 2040. Para dar respuesta a estos niveles de consumo, en un contexto en el que el gran desafío es no sobrepasar en 2oC la temperatura mundial existente antes del proceso de industrialización, es inevitablemente necesaria la electrificación de la economía.
Aunque el sector eléctrico supone tan solo un 25% de las emisiones mundiales, debe jugar un papel fundamental en la descarbonización de nuestra estructura económica, mediante la implantación de más generación renovable. ¿Pero está preparado el sistema para el necesario desarrollo que deben tener las energías limpias si queremos frenar el calentamiento global? La respuesta solo puede venir de mano de la innovación.
El incremento de capacidad renovable no será sostenible si no se avanza en una mayor eficiencia de la misma, en nuevos sistemas que permitan una mayor capacidad de almacenamiento y de respaldo, así como en redes de transporte y distribución más eficientes.
En lo que se refiere a la tecnología de generación, es innegable que se ha avanzado enormemente en los últimos años: podemos decir que la energía eólica terrestre es ya una tecnología madura, al mismo tiempo que la solar fotovoltaica ha mejorado enormemente sus costes y está cada vez más cerca de ser un sistema eficiente.
En este escenario, no debemos olvidarnos de la generación hidroeléctrica, especialmente la de bombeo, que ejerce un importante papel como respaldo en el momento que fallan otras fuentes más intermitentes sin capacidad de almacenamiento como el viento o el sol. Es esta senda, la del almacenamiento, una de las principales por la que debemos avanzar las empresas eléctricas desde el punto de vista de la innovación.
En el caso de Iberdrola, que destina 200 millones de euros al año a la I+D+i, y a través de nuestro fondo de capital riesgo corporativo Perseo, hemos realizado una apuesta decidida por Stem, compañía ubicada en Silicon Valley y centrada en el desarrollo de sistemas de almacenamiento. Esta compañía californiana participada por Iberdrola desarrolla soluciones de almacenamiento energético que combinan técnicas de análisis predictivo, cloud computing y big data junto con baterías, con el objetivo de mejorar la eficiencia energética en instalaciones de clientes comerciales e industriales. Este proceso decide en tiempo real la carga y descarga de la energía del sistema de almacenamiento del cliente de cara a optimizar su consumo energético. Adicionalmente, esta solución permite, además, ofrecer servicios de regulación de frecuencia que favorecen la integración de las energías renovables en las redes eléctricas. El de Stem es solo un ejemplo del camino que consideramos que debemos seguir.
La otra pata que permitirá la integración de las renovables será la de las redes. Proyectos como IGREENGrid, liderado por Iberdrola y desarrollado a nivel europeo con la colaboración de otros once socios, buscan encontrar soluciones innovadoras que permitan integrar las tecnologías de generación limpia en la red de distribución, sin perjuicio de la estabilidad del sistema ni la calidad del suministro.
Combinando estas tres caras de un mismo prisma – generación renovable, capacidad de respaldo y almacenamiento y desarrollo de redes inteligentes – tendremos como resultado un sistema energético más eficiente que nos permita electrificar la economía y dar respuesta, así, a los retos futuros del sector; respondiendo a una demanda creciente que debe ser atendida con menores emisiones contaminantes.
Esta es la ecuación que tenemos ante nosotros, y solo con una cultura de innovación, investigación y trabajo daremos con la fórmula adecuada. Como hicieron Watson, Crick y aquellos impresionistas que decidieron salir de sus estudios para pintar la luz.