El verano pasado Jennifer López estrenó la canción Ain´t Your Mama (No soy tu mamá), que tuvo un éxito fulminante con millones de descargas en Estados Unidos y en varios países de Europa y Asia. Posiblemente, una de las claves de este éxito fue que el modelo de madre al que JLo se refería en esta canción, la que cocina y lava la ropa de su retoño, era reconocido universalmente. ¿Es este el tipo de madre que necesitan los niños y niñas del siglo XXI?
Desde luego no es la madre que yo fui, y no porque no pusiera centenares de lavadoras, sino porque nunca fui la chacha de mis hijos. Su padre y yo éramos quienes tomábamos las decisiones que les afectaban y los que nos ocupábamos no sólo de que sus necesidades estuvieran cubiertas, sino de que se sintieran queridos y protegidos.
Para ello contamos con la ayuda de cuidadoras, guarderías y abuelos, que permitieron que ambos pudiéramos desarrollar nuestras exigentes carreras científicas sin que a nuestros hijos les faltara quien los recogiera en el colegio, cocinara para ellos y los arropara cada noche aunque nosotros estuviéramos en el otro extremo del mundo.
Pero hubo momentos especialmente duros, como cuando al finalizar mi tesis doctoral a finales de los 80, tuve que hacer una estancia postdoctoral en el extranjero dejando atrás un niño de tres años. Me llevé la pena de no tenerlo cerca y la angustia al pensar si mi ausencia afectaría negativamente a su desarrollo.
A través de artículos científicos que conseguí por medio de la Enciclopedia Británica en los que se estudiaba la evolución de los hijos de madres trabajadoras, me enteré de que las ausencias de las madres no implicaban influencias negativas en el desarrollo de sus hijos.
También consulté a la profesora de la Universidad de Sevilla que realizaba un estudio de psicología evolutiva del que mi hijo formaba parte; ella me dijo que no me preocupara por él, que muy probablemente yo sería la que más sufriera esa separación, que él me sustituiría temporalmente por otra figura materna, la cual, a mi vuelta, sería reemplazada por mí.
En mi obsesión por encontrar respuestas, leí biografías y testimonios de madres trabajadoras que confirmaban lo que me había dicho la psicóloga: mientras que estuvieran bien atendidos y fueran tratados con cariño, los niños no sufrían por las ausencias más o menos prolongadas de sus madres.
Éstas sin embargo compartían el complejo de culpabilidad por no estar con sus hijos todo el tiempo que ellos demandaban. Y este sentimiento afectaba a todas las madres trabajadoras, desde la actriz sueca Liv Ullmann hasta las trabajadoras soviéticas, pasando por la mayor parte de mis colegas científicas que criaban a sus hijos mientras desarrollaban una etapa crucial en sus carreras.
Han pasado treinta años y mis colegas y yo nos sentimos aliviadas al ver que nuestros hijos e hijas se han convertido en adultos maduros que trabajan o completan su formación, siendo sus circunstancias laborales mejores que la media. Esta situación que a nosotras nos hace tan felices sería anecdótica si sólo afectara al reducido número de los hijos de mis colegas de la edad del mío. Pero no es el caso: todos los estudios publicados en los últimos años desmienten que los hijos de madres trabajadoras tengan más carencias que aquellos de las que permanecen en el hogar.
Hay un motivo muy poderoso para hablar de ello: las madres que ahora tienen hijos pequeños y están comenzando su carrera profesional, tienen el mismo sentimiento de culpa que padecimos nosotras. Para tranquilizar a estas madres es necesario difundir los resultados de unos estudios que han tenido muy poco eco en la prensa.
El más ambicioso es el publicado en 2015 por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, Family and Changing Gender Roles (2015), basado en encuestas realizadas entre 2002 y 2012, dirigidas a 50.000 adultos de 25 países de entre 18 y 60 años.
Este estudio ha puesto de manifiesto que las hijas de madres trabajadoras tienen más éxitos profesionales, ganan más dinero y llegan más alto en el escalafón de sus respectivas empresas que las hijas de las amas de casa. Por ejemplo, en Estados Unidos las hijas adultas de madres trabajadoras ganan 23% más que las hijas de amas de casa. Además, constata que los hijos de madres trabajadoras dedican casi el doble de tiempo al cuidado de sus propios hijos que los hijos de amas de casa.
Otro estudio realizado en la Universidad de Londres por el grupo dirigido por Anne McMunn. en el que se analizó la evolución de 18.819 niños nacidos entre 2000 y 2002 hasta que cumplieron los 5 años, puso de manifiesto que los hijos de madres trabajadoras tenían un mejor desarrollo social y emocional.
En España, la Encuesta del uso del tiempo del Instituto Nacional de Estadística (INE) de 2006 demostró que la cantidad de tiempo que los padres trabajaban fuera de casa no repercute en el desarrollo de los niños. (El Tiempo con los Hijos y la Actividad Laboral de los Padres, Maria Gutiérrez Domenech, Documentos de Economía de la Caixa nº 06, abril 2007).
Y en relación con la lactancia materna, la tesis presentada en la Universidad del País Vasco en 2016 por Gloria Gutiérrez de Terán, concluye que las madres que trabajaron durante la lactancia dieron el pecho en exclusividad en mayor proporción hasta los 4 meses y destetaron más tarde durante el primer año que las que no trabajaron fuera del hogar (‘Factores fisiológicos y sociales que influyen en el éxito de la lactancia materna’)
Estos trabajos parecen indicar algo obvio: que criar a un hijo es una tarea mucho más compleja que amamantarlo, cocinar para él o lavarle la ropa, y que las mujeres que no han renunciado a sus carreras profesionales les están dando un modelo que les ayuda a abrirse camino en el mundo profesional. En mi caso, espero haberles enseñado la importancia de trabajar en lo que te apasiona.
Las conclusiones de estos estudios me animan a darle un consejo a las jóvenes madres: por el bien de vuestros hijos, no dejéis vuestros trabajos.