Ha llovido mucho (quizá no tanto como debería) desde los primeros estudios ecológicos sobre el lince ibérico llevados a cabo por Miguel Delibes en Doñana. Fue en ese tiempo, a finales de los 70, cuando comenzó la preocupación por el futuro de una especie que sigue en peligro de extinción, pero cuyo censo actual (1.111 ejemplares en 2020) está más cerca de los 1.135 individuos de la década de los 80 que de los alarmantes 200 de principios de este siglo. Alejandro Rodríguez, investigador de la Estación Biológica de Doñana-CSIC explica a este periódico que llegar a esta estabilidad no ha sido tarea fácil. “El trabajo investigador cualitativo y cuantitativo ha sido enorme desde que constatamos que el lince ibérico corría el serio riesgo de desaparecer”.
El experto detalla que, a medida que sumaban aprendizajes sobre la especie, las tareas de conservación han tenido que adaptarse a nuevas realidades. “Hubo que empezar casi desde el principio. Para empezar, el lince ibérico fue diferenciado como especie única. Durante mucho tiempo se pensó que era una subespecie del lince boreal”. Por el camino, presión social, normativas y legislaciones han reducido drásticamente la mortalidad derivada del furtivismo o del control con trampas destinadas a otros depredadores. Sin embargo, hoy mueren más linces atropellados que en los años 70-80, cuando el estado de las carreteras hacía conveniente mantener una velocidad moderada. “Los problemas cambian, y las medidas de conservación también”, añade Rodríguez.
Las primeras conclusiones
La clave para entender otras muchas cosas fue evidenciar que la base de la dieta del lince ibérico es el conejo. El destino de ambos animales está entrelazado. “Cuando la situación se tornó de extrema gravedad empezaron a tomarse medidas muy serias. Con financiación suficiente, atacamos los problemas de mortalidad, afianzamos los dos núcleos originales que se mantenían con ‘vida’ (en Doñana y en el entorno de Andújar, en Jaén) y mejoramos la densidad de la población de conejos.
Con un número aceptable de linces consolidado, llegó el momento de adoptar una estrategia más proactiva. “Fueron introducidas nuevas poblaciones de lince ibérico, sobre todo a partir de animales criados en cautividad, y se fundaron nuevos núcleos”, afirma Alejandro Rodríguez. “De nuevo constatamos que casi todos los pasos que han dado los linces han estado vinculados a una buena abundancia de conejos. Por la parte que nos toca, indagamos en otras pautas de su comportamiento o en las distancias de dispersión. Sabemos que los jóvenes abandonan el territorio local cuando alcanzan la madurez sexual y las distancias que aproximadamente recorren buscando un nuevo lugar en el que asentarse. Son datos que lleva muchísimo tiempo cuantificar y analizar”.
Continuidad y nuevos hallazgos
Los nuevos enclaves los han encontrado los propios linces. Pasados los años de las primeras reintroducciones, han sido localizados nuevos núcleos a varios kilómetros de los originales. “Ellos mismos dan con el lugar ideal; y no lo hacen solos, o no podrían procrear. Se trata de que los linces ibéricos colonicen otros territorios. Si las condiciones son buenas, ocurrirá”. Hoy, además de los andaluces de Doñana y Andújar, existen núcleos activos en Portugal, Extremadura o Castilla-La Mancha.
En una investigación tan prolongada en el tiempo, la comprensión de la ecología del lince ibérico les ha permitido poner el foco en aspectos muy concretos. “Por ejemplo, investigamos como los distintos individuos se asocian o hasta qué punto toleran la presencia de otras especies”. En el caso concreto de una población pequeña como la de Doñana, los investigadores de la Estación Biológica han profundizado en la cuestión de la consanguineidad. “Determinamos cómo ésta afecta a la vulnerabilidad ante determinadas enfermedades”.
La suerte
Alejandro Rodríguez no oculta que parte de los avances han sido logrados sin que los ratifique ninguna rotundidad científica. “Para obtener una respuesta determinista de casa aspecto habría que realizar un seguimiento muy fino. Precisaríamos disponer de recursos que no existen”. El ejemplo más paradigmático de este argumento no es baladí. A finales de los 80, la población de conejos se vio mermada a causa de la enfermedad hemorrágica del conejo, una patología viral de la que parece que la especie se ha recuperado con creces.
“No sabemos muy bien qué ha pasado”, dice Rodríguez. “En ocasiones se ha invertido mucho dinero para mantener una alta densidad en estas poblaciones de manera artificial y no ha funcionado. Es una tarea difícil si no se dan las condiciones adecuadas”. En paralelo, descubrieron que algunos individuos de lince ibérico empezaron a comer otros animales, incluso ganado o gallinas. “Todo está conectado. Lo importante cuando esto ocurre es tener los reflejos suficientes e indemnizar a los propietarios. Ya lo hacen varias comunidades autónomas. Debemos evitar el daño económico y la generación innecesaria de animadversiones hacia la especie”.
Los retos
“El porvenir al que nos enfrentamos es difícil de imaginar”, asegura Alejandro Rodríguez, a quien le preocupa especialmente una hipotética nueva enfermedad que ataque a los conejos. “Lo hemos visto con la pandemia. En un mundo globalizado puede ocurrir lo mismo en cualquier momento. También se han dado episodios complicados de leucemia felina. Tememos sobre todo un patógeno de origen externo, al que no estén adaptados los animales de aquí”.
El otro gran reto mira a las consecuencias del cambio climático. “De una manera u otra, las condiciones cambian. En lo que más nos interesa, afecta a la reproducción del conejo, ya que los cambios de estación se prolongan”.
En el lado positivo, el investigador de la Estación Biológica de Doñana-CSIC considera que hemos avanzado mucho en la creación de una conciencia social comprometida con el medio ambiente y la biodiversidad. “El cambio lo percibo tanto en el medio urbano como en el medio rural. El lince ibérico no es de por sí una especie muy conflictiva, como el lobo. Da pocos problemas y ha sido más fácil generar una percepción positiva. Es importante erradicar el desconocimiento y otros prejuicios como que su conservación va en contra de intereses económicos. Vamos por el buen camino”.
Seguir trabajando
Queda lejos el trabajo intensivo de conservación del lince ibérico de la Estación Biológica. Hoy, las responsabilidades y las estrategias son competencia de las comunidades autónomas, que facilitan información valiosa a los investigadores. “En su día, desde el CSIC trabajamos muy duro y presionamos hasta donde pudimos para que cambiaran las condiciones de conservación”, recuerda Rodríguez.
En la actualidad, su papel es más secundario, pero no está carente de relevancia. Junto a otros investigadores de Doñana, como Antonio Godoy, Rodríguez colabora en el proyecto europeo LIFE LYNXCONNECT. “Nos ocupamos de hacer un seguimiento poblacional del lince ibérico con métodos no invasivos, siguiendo estrategias moleculares. Aplicamos conocimiento genético a partir de las heces. Así podemos hacer una estimación del número de ejemplares y su origen, entendemos mejor la diversidad e la especie sin recurrir al foto-trampeo”.