Madonna, la desigualdad educativa y cómo llegar a nuestras poblaciones más vulnerables

madonna coronavirus
Madonna en Estocolmo (2015). Foto: Wikimedia Commons.

Esta columna fue escrita por Horacio Álvarez Marinelli | Elena Arias Ortiz | Marcela Ortiz | Marcelo Pérez Alfaro | Andrea Bergamaschi | Madiery Vásquez | Maria Camila Rivera, y publicada originalmente en el blog Enfoque educación del BID

Madonna siempre ha sido una artista polémica y controversial. Y su más reciente publicación en Instagram ha dado muchísimo de qué hablar. En un vídeo cargado en sus redes sociales, la artista argumentaba que la crisis del COVID-19 nos hacía más iguales, pues el virus podría afectarnos a todos por igual. COVID-19, según Madonna, es el gran ecualizador. Esto lo hacía desde su mansión y desde un lujoso baño con velas y pétalos de rosas.

Las críticas en las redes no se hicieron esperar. Aunque recibió algunos mensajes de apoyo, la reacción fue generalmente negativa; su mensaje era políticamente sordo e insensible a la realidad que viven las familias promedio. Los comentarios adversos apuntaban a que realmente no éramos iguales y que, en esta crisis como en otras, los más pobres sufrirían más. Y este es un hecho. Y ya está sucediendo. Aunque pareciera que el virus es “democrático” y “ecualizador”, el que estemos o no todos expuestos, y los cuidados y las condiciones que tendremos si nos llegásemos a infectar, y cómo atravesamos la crisis económica que se ha suscitado, serán diametralmente diferentes dependiendo de nuestro punto de partida: de si nos agarra en una bañera con pétalos de rosa o sí tenemos que aprovisionarnos de agua en una fuente pública o caño de vecindad.

Desde el cierre masivo de las escuelas, hemos visto que este también es el caso de educación. Aunque todos los niños están en casa, las barreras que los más vulnerables están enfrentando para continuar con el proceso educativo, tanto en la región, como en el resto del mundo, se parecen a las crecientes curvas de crecimiento exponencial del virus: no parecen terminar. Estas barreras ampliarán aún más las brechas y la desigualdad existentes antes de la crisis.

La primera barrera tiene que ver con los servicios sociales y extraescolares que brinda la escuela. La mayoría de los estudiantes de familias vulnerables dependen, en buena medida, de la alimentación que se les ofrece en la escuela. Por ello, la mayoría de los países de la región se ha abocado casi de inmediato a restablecer la prestación del servicio por otros medios (bolsas de alimentos, bonos, entrega de alimentación escolar para llevar). Además, para muchos estudiantes la escuela es un espacio seguro que, aun con todos sus problemas, los aleja de la precariedad y la inseguridad de sus barrios y, en ocasiones, de sus propios hogares. Esto lo han perdido temporalmente y, mientras dure el cierre, estarán expuestos a más factores de riesgo.

Una segunda barrera está relacionada con la capacidad del sistema educativo de brindar una educación de calidad para todos sus ciudadanos. Un sistema con una estructura que no logra desprenderse del modelo de escuela tradicional establecido hace unos 200 años, que depende de que todos los estudiantes estén sentados frente a un profesor para poder operar. Un sistema que no ha logrado desarrollar en nuestros estudiantes vulnerables las competencias más básicas: leer, escribir y hacer cuentas; competencias fundamentales para aprovechar la educación a distancia, construir las habilidades del siglo XXI y promover el aprendizaje independiente y para toda la vida.

Antes de la pandemia ya teníamos una “crisis de aprendizajes”, que afectaba desproporcionadamente a nuestros niños y jóvenes más vulnerables[1]. Aunque logramos incrementar el acceso a la educación, no hemos logrado que todos los niños, especialmente los más vulnerables, aprendan las habilidades básicas. En promedio, un 40 % de los estudiantes de la región no posee las competencias lectoras básicas, pero dicha cifra asciende a 55 % en el quintil más bajo[2]. Y sin esas habilidades básicas, es sumamente difícil aprender a distancia, por cualquiera de los medios que se puedan implementar: televisión, radio, medios impresos, plataformas.

Además, tal como demuestra el estudio regional del BID de Sistemas de Información y Gestión Educativa (SIGED), solo Uruguay tenía una plataforma digital sólida sobre la cual pudo desplegar esfuerzos casi inmediatos para hacer educación en línea. El resto de los países tenía una variedad de recursos, desde textos escolares, hasta recursos digitales en portales educativos, que han ido traduciendo a la nueva realidad, pero con muchos desafíos para alcanzar a la población más vulnerable.

Lo anterior está asociado con una tercera barrera, las condiciones del hogar. En la educación a distancia, especialmente en modalidades en línea, el apoyo de un adulto en casa es fundamental. Por ejemplo, en Ecuador únicamente el 4 % de los jefes de hogar de las familias en situación de pobreza extrema y pobreza tienen mínimo 13 años de educación[3]. Por otra parte, uno de cada tres hogares pobres extremos, pobres o vulnerables en ALC está a cargo de mujeres que, en su mayoría, está empleada en el sector informal[4]. ¿En qué momento podrán las mujeres jefas de hogar sentarse con uno o dos hijos a explicarles las lecciones que recibieron en casa? ¿Cómo mantiene ocupado al pequeño de 5 años, al tiempo que atiende al otro de 7 y a la más grande de 11?

Otro factor vinculado al hogar es el acceso a servicios básicos y las condiciones de la vivienda. Las familias vulnerables, en su mayoría, no tienen acceso a internet en el hogar, ni equipos de cómputo, a lo que se suma una vivienda precaria y en muchos casos hacinamiento. En Colombia, por ejemplo, sólo 10 % de los hogares en extrema pobreza tiene conexión a internet y un 8 % tiene ordenador[5]. ¿Cómo hacemos llegar entonces los contenidos de los portales educativos? ¿Cómo pueden los niños acceder a las plataformas con juegos interactivos? Aún contando con esos servicios, ¿tienen sus viviendas espacios adecuados para estudiar y concentrarse? ¿Tienen buena iluminación?

¿Qué podemos hacer para revertir esto? ¿Qué estrategias debemos de implementar para alcanzar a las comunidades más vulnerables? ¿Qué acciones debemos tener listas para cuándo reabran las escuelas? ¿Cómo podemos apoyar a nuestros docentes y estudiantes de familias vulnerables para que verdaderamente aprendan? ¿Qué recursos debemos proveerles? En la segunda parte de este blog exploraremos algunas estrategias que podemos impulsar para llegar a las poblaciones más vulnerables en forma efectiva.

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