Esta columna, escrita por Sergio Perez Monforte, fue publicada originalmente en el blog Volvamos a la fuente del BID
Haití está construyendo más de 1.000 lavatorios públicos para que la población pueda lavarse las manos con agua y jabón y así protegerse mejor ante la pandemia del coronavirus.
Celicourt, Emmanuel y Alain son carpinteros. Tienen años de experiencia en la construcción artesanal de todo tipo de estructuras de madera. Desde camas a mesas, pasando por embarcaciones pero, desde hace dos días, se encuentran enfrascados en la elaboración de un nuevo ingenio, también con la madera como protagonista. Nos encontramos en Port de Paix, una ciudad a unas seis horas por carretera de Port au Prince.
Los tres carpinteros se han puesto al frente de una batalla que Haití libra, al igual que casi todo el planeta: el coronavirus. Las nuevas estructuras que están construyendo serán equipadas con un cubo y un depósito de agua, y van a permitir que las personas se laven las manos con agua y jabón en los lugares públicos.
La que están construyendo en este momento, por ejemplo, se va a instalar en un mercado. En un país como Haití, donde el 77 % de la población de acuerdo con el Programa de Monitoreo Global de Naciones Unidas carece de instalaciones de higiene, los lavatorios públicos significarán un gran paso para mantener a su gente mejor protegida ante diversos patógenos, no solo el coronavirus. Cientos de manos van a poderse lavar las manos gracias a este sencillo mecanismo y van a permitir que las familias se sigan abasteciendo de alimentos durante la crisis.
Centenares de estos puntos de lavado de manos se encuentran en construcción a lo largo de todo el país gracias a un acuerdo entre la DINEPA que es la institución que se ocupa del sector del agua y el saneamiento en Haiti y el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la Unicef. Mercados, orfelinatos, cárceles y centros de salud van a ser dotados de estructuras similares en toda la isla.
Los lavatorios están financiados por un total de 7 millones de dólares fondos totales movilizados para la emergencia, y van a permitir poner más de 1.000 puntos de lavado de manos en marcha el próximo mes además de asegurar durante la crisis el funcionamiento de las empresas públicas de suministro de agua. Es el caso de la empresa de agua de Port de Paix que desde que recibiera fondos de inversión y de asistencia técnica por parte de un programa del BID se ha comportado como un modelo a imitar con un incremento año tras año del numero de personas que se benefician de agua en sus casas de una forma sostenible.
Una historia de resiliencia
Los pobladores Port de Paix tienen una larga tradición de resiliencia, que pasa por su vecina. A la mayoría de los lectores su nombre no les dirá mucho, pero la cosa cambia si mencionamos la isla de la Tortuga, que se encuentra justo enfrente de Port de Paix, a escasas tres millas en su punto más cercano.
La fascinante historia de la isla de la Tortuga comienza con el abandono de la parte occidental de la isla de la Hispaniola a principios del siglo XVII por parte de los colonizadores españoles, a causa de la imposibilidad de la Corona para controlar el contrabando en esta parte de su geografía. Para 1606, la población del tercio occidental de la isla había desaparecido, dejando atrás un ganado que pasó a vagar libremente por los valles y montañas de la región. Cerdos y reses proliferaron libres de cazadores y de depredadores naturales.
En otro de los giros inesperados a los que nos fue acostumbrando el Caribe, la isla de San Cristóbal (Saint Kitts) pasó a manos españolas por un corto periodo de tiempo, y sus habitantes, después de recorrer varias regiones del caribe, acabaron estableciéndose en lo que es el actual Haiti. Un parte de los nuevos pobladores se dedicaron a la caza las abundantes reses para comerciar con su piel, así como a la del cerdo por su preciada carne. Pero otros prefirieron dedicarse a la piratería; los primeros pasaron a llamarse bucaneros por su forma de asar la carne, y los segundos filibusteros, constituyendo el origen de una de las sociedades más fascinantes de la historia.
Casi cuatro siglos después, la urgencia con la que trabajan nuestros tres carpinteros haría pensar en su semejanza con los antiguos habitantes de esta zona, precedentes pobladores levantando fortificaciones en la ciudad ante la llegada de algún invasor de cualquiera de las potencias de la época, bien fueran naves francesas, inglesas o españolas.