Manu Brabo nació en Zaragoza hace 37 años, aunque deja claro que este dato no importa demasiado –»a veces no merece la pena saber de dónde se viene»–. Lo dice quien ha visto morir y matar por un trozo de tierra. Su cámara está siempre a punto para inmortalizar cada batalla en la que ha participado como fotorreportero –cuyo pináculo le llegó en 2013, con el Premio Pulitzer–, o para retratar a pecho descubierto las armas que llevan los soldados a los que suele fotografiar. Es experto en representar la frontera entre la guerra y su absurdo, y no cabe en él ni un ápice de nacionalismo. La cursilería que encierra declararse «ciudadano del mundo» cobra sentido en el caso de Brabo.
En esta ocasión, no es una guerra la que ha cubierto, sino una batalla, la que libran las mujeres contra el cáncer de mama. Esta exposición, organizada por Samsung, la Federación Española de Cáncer de Mama (FECMA) y la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) dista mucho de las presentadas en estos años. “La diferencia principal es que no te disparan, que no tienes la vida en riesgo”, explica Brabo. Aun así, para él, estos son temas “mucho más íntimos”. Considera que “no es algo que sucede por la calle de cualquier ciudad del mundo. Tienes que entrar en la vida de alguien que no lo está pasando bien, meterte con tus cámaras en sus casas y, paradójicamente, es más complicado que lo que suelo hacer. Hay que tener en cuenta que, en plena guerra, en un ambiente bastante jodido, la gente piensa de distinta manera. Te buscan: ‘¡un periodista! Ven aquí, fotografía esto y cuenta lo que está pasando’. Estas mujeres vienen de un sitio de paz, hay muchas que no se lo han contado a sus vecinos, e incluso a sus propios hijos”.
Para la serie ‘Corresponsales de guerra en el cáncer de mama’ –que, aunque ya no está disponible, puede verse a través de la página de Samsung– Brabo ha innovado de manera muy sui generis. ”Supongo que la innovación tendrá una definición en cada diccionario y en cada trabajo –razona–. En mi caso, la innovación es ir aplicando todo lo que vas aprendiendo, así de sencillo. Y meterlo en tu trabajo, por supuesto. La verdad es que no soy un tipo que innove mucho en la fotografía, soy bastante clásico. Yo lo que entiendo por innovación es que lo que voy aprendiendo lo voy metiendo en mis fotos, dentro de mis proyectos, y pretendo, muchas veces, utilizar la fotografía con otras ramas artísticas, como colaborar con bandas de música o con pintores, porque en el fondo estudié arte, no periodismo. De eso es lo que entiendo, no de cables ni hostias”, comenta entre risas, mientras coge una cerveza en la trastienda del Espacio Mood Malasaña (Madrid), aprovechando que pasa un camarero.
“Cuando me refiero a clásico me refiero al estilo, la composición, las luces, los fotorreportajes en general. No intento ‘innovar’, no me sale. Solo plasmo lo que he evolucionado, lo que he aprendido y lo que innovo es para mí. Si me comparo con otra gente seguro que no estoy innovando. Hay fotógrafos experimentales a los que les salen cosas ‘muy guapas’. Yo no, yo pienso: quiero contar esto, lo voy a contar así, y lo voy aplicando inconscientemente. He conseguido un estilo propio copiando a cientos y cientos de personas, y he aprendido también de cientos y cientos de personas. Supongo que la innovación es eso. El que lo hace de otra manera puede hacer fotorreportajes más complicados, más elaborados… No es mi caso”.
Ante la pregunta sobre si esta nueva experiencia en su trabajo, entroncada en una línea que toma un desvío dentro de su porfolio habitual, va a cambiarle de algún modo su enfoque, Manu Brabo divaga: “No creo que vaya a cambiar nada… O sí. Lo que está claro es que por lo que he hecho aquí, no. No por el trabajo en sí que haya hecho, sino porque en la guerra llevo unos cuantos años, y el cuerpo no me responde igual, la cabeza no me responde igual… Nada es igual”. El fotógrafo termina con una pregunta: “Es que he visto morir a amigos y colegas, a veces ante mis propios ojos. ¿Entiendes lo que te quiero decir?”. Como James Foley, periodista tristemente célebre por haber sido decapitado en directo por el Estado Islámico. Este compañero de fatigas de Brabo se convirtió en un gran amigo tras el secuestro que ambos sufrieron en Siria. Y el golpe fue duro. “Puede que vaya a seguir haciendo lo mismo, pero seguramente también esté atento a proyectos que me exijan más de aquí –señalándose la cabeza– y menos del cuerpo, de la actividad que te exige ser corresponsal. Pero este trabajo es así. También te confieso una cosa: incluso la guerra, algo que puede parecer una gran aventura, llega a aburrirte un poco”.