Mar Melgarejo, “arquitecta de formación y docente de corazón”, divide su tiempo entre la investigación en los ámbitos de la sociología y el urbanismo, y la docencia especializada en creatividad e innovación en la Escuela de Organización Industrial. Urbanita declarada -“siempre he sentido inquietud por acercarme a esa gran fuente de sabiduría que es la ciudad”- entiende la urbe como “un organismo vivo, casi un laboratorio científico”.
Esta percepción la llevó a convertirse en ‘Biólogaurbana’, con mayúscula, y así ha bautizado el proyecto en el que está inmersa, desde el que trabaja “para la ciudad y para los ciudadanos”. Melgarejo quiere abordar la arquitectura y el urbanismo desde un abanico más amplio de opciones: investigación, ejecución de proyectos y enseñanza. “Así he podido sentir ese placer particular que produce observar las ciudades ‘por corriente que sea su vista’ (Kevin Lynch dixit)”.
“Siempre supe que quería ser arquitecta, incluso cuando no sabía muy bien qué significaba. Me gustaba dibujar y jugar con esas construcciones espaciales; me imaginaba sobre una mesa con paralex y me emocionaba entrar en las catedrales”, recuerda Melgarejo, a quien la pasión por la city y el urbanismo le llegó en la carrera.
Doctora en arquitectura por la Universidad Politécnica de Madrid, en su trabajo de fin de carrera avanzó algunas conclusiones que después ha podido exponer ampliamente en su tesis, disponible en la biblioteca de la UPCT , un proceso de investigación en el que profundizó en la importancia de considerar aspectos sociológicos en la concepción de los espacios públicos. Un punto de vista innovador, centrado en las personas, que ha llevado a sus clases de creatividad a través de metodologías más recientes como el desing thinking que ahora quiere generalizar en la arquitectura y el urbanismo.
El éxito o el fracaso de un espacio público
Melgarejo se propuso localizar las claves del funcionamiento del espacio público urbano para diseñar nuevas vías de actuación sobre el mismo. El ‘campo de trabajo’ escogido fue el centro de Cartagena, en concreto 20 espacios públicos de su casco histórico analizados a través de 14 parámetros distintos en un cruce de disciplinas inédito en este tipo de estudios y de un ingrediente clave: “Las personas han de ser el elemento fundamental. Sus opiniones nos han permitido entender un poco mejor por qué acuden a un espacio concreto o por qué no lo hacen”.
Melgarejo explica cómo los resultados de la investigación concluyen que la incidencia del diseño y la morfología de un espacio público en una ciudad de tamaño medio es menor que la de otras variables que influyen en él “como su estructura urbana, social, medioambiental y económica, o la propia formación histórica de estos lugares”. La arquitecta se ha propuesto que el trabajo acometido aporte algo más que “una recopilación documental” y que las claves que ofrece sean útiles “a todos aquellos que practican el ejercicio del diseño”.
En el laboratorio urbano de Cartagena observó que los siete enclaves históricos más concurridos correspondían a espacios “con memoria y en muchas ocasiones simbólicos”, considerados históricos, creados durante el crecimiento de la ciudad. “Todos ellos se encuentran en un área desarrollada, amable, de fácil acceso y de calidad; cerca de los flujos peatonales de la ciudad, con poca afluencia de coches y asociados a un equipamiento; próximos a zonas comerciales, de ocio y turismo. Sitios confortables térmica y acústicamente en los que coinciden ciudadanos muy variados”.
En la confección de este decálogo, Melgarejo no cita nada relacionado con el diseño o el planeamiento urbano. “Comprobamos que ninguno de estos espacios tenía una característica relevante en ese sentido y la mayoría no han sido modificados por el plan en vigor”. Por el contrario, los trece espacios con afluencia muy baja de personas están situados lejos de la zona peatonal y en un área degradada de la ciudad.
Melgarejo concluye que el quid de la cuestión no reside por tanto en cuestiones como el diseño arquitectónico, sino que al espacio hay que enmarcarlo en su contexto socio-económico y en los flujos peatonales de su entorno. “La tesis demuestra que entender el espacio público es entender a las personas que lo habitan, conocer quiénes son, qué hacen cuando están allí y por qué lo usan”. La investigadora alude así a la importancia de conciliar las propuestas de diseño o las estrategias urbanas con los objetivos reales de los futuros ‘clientes’ de esos espacios. “Tenemos que dejar de idealizar la intervención en las ciudades y construir para la gente, que es la protagonista de esta historia”.
Alejarse de los ciudadanos ha sido, a su juicio, uno de los grandes errores a la hora de concebir el diseño de nuestras ciudades, pero no el único. “Cuando abordamos estos proyectos tenemos que hacer un ejercicio de humildad y no olvidar que el contexto social y los parámetros económicos son los que influyen de manera más decisiva antes de embarcarnos en una costosa remodelación arquitectónica o, por qué no, comprobar que todo funciona bien y no hacer nada como decidieron Lacaton y Vassal en la plaza de Léon Aucoc de Burdeos”.
En su propuesta, la planificación urbana ha de vivir un reseteo radical para no desligarse de las circunstancias actuales. “Necesitamos ciudades sostenibles y responsables; tenemos un desafío como sociedad, y una gran responsabilidad en lo que afecta a la movilidad de la ciudad, su crecimiento o la gestión de la energía que consume”. Melgarejo lamenta que los planes urbanísticos actuales, “obsoletos y lentos, ajenos al cambio constante en que vivimos”, no propongan medidas concretas y reales a estos retos pese a que programas como ‘ONU-Hábitat’invitan a construir ciudades sostenibles en lo social y en lo medioambiental. “Es una estrategia internacional que nos incumbe a todos”, dice Melgarejo, para quien hace falta acercarse más al ciudadano, por ejemplo con planes urbanísticos participativos, “pero participativos de verdad”.
Un cambio más lento de lo deseado
En su actividad constante, también ha tenido ocasión de percibir algunos brotes verde que ejemplifican un lento pero progresivo cambio en el camino que lleva a erradicar vicios del pasado. “Hay lugares donde se están implementando políticas y estrategias que miran de frente al cambio climático, la nueva movilidad, la calidad del aire o la transformación de los espacios urbanos”. Ciudades como Málaga, Madrid, Barcelona Valencia, Sevilla, Málaga, Vitoria o A Coruña (analizadas en el libro ‘Ciudades en Movimiento’, de José Luis Fdez. Casadevante) tienen ya cosas nuevas que contarnos pese a que la tónica general aún pase por entregarse al coche o al turista.
Si tiene que elegir una figura en la que fijarse, esa es Jane Jacobs, la urbanista y activista que en los años 60 ya defendía un urbanismo que no fuera ajeno a las personas. “Ella define a los ciudadanos como ‘el elemento básico del orden en que funciona la ciudad’ y se acercó a las ciudades partiendo de las conductas de los seres vivos y el funcionamiento de los ecosistemas. La observación y las experiencias a pie de calle le ofrecieron datos muy relevantes”, detalla Melgarejo. Hoy portan ese testigo arquitectos como el danés Jan Gehl que a sus 82 años tiene un lema: “Making cities for People”.
Para que estas visiones tengan mayor eco en un futuro no muy lejano, Melgarejo asegura que es necesario educar desde edades muy tempranas cuestiones cotidianas pero vitales: cómo vivir la ciudad, como consumir de manera responsable… “Aspectos básicos que no están integrados en nuestro día a día”. La arquitecta pone como ejemplo el cambio drástico que se ha producido en el modo en que los niños van al colegio. “Antes iban caminando y ahora en coche, por corta que sea la distancia. ¿Cómo vamos a pretender que esos niños hagan un uso responsable de sus vehículos cuando sean adultos. Tenemos que modificar nuestros hábitos para lograr cambios transformadores”, afirma Melgarejo, para quien ciudadanos y profesionales tienen que fomentar la creatividad y el intercambio de ideas disruptivas para seguir avanzando en estos paradigmas. “Al producir ideas generamos algo aún más importante: compromiso, entender que la ciudad es de todos”.
Un cambio que necesita de hombres y mujeres, pese a que, como señala Melgarejo, “en el ámbito de la arquitectura y el urbanismo, como en casi todos los sectores profesionales, todavía seguimos trabajando para que exista una igualdad real”. La docente ha participado hace poco un campus de la UPCT –«Quiero ser Ingeniera»– donde durante una semana acompañó junto a otras profesionales a chicas de secundaria para que conocieran mejor en qué consistía estudiar arquitectura e ingeniería de primera mano, así como las claves de la profesión. “También pertenezco a una asociación de mujeres empresarias y profesionales (AMEP Cartagena) donde trabajamos para reducir las diferencias y, sobre todo, actuamos como un apoyo mutuo en todo tipo de situaciones mediante formación, participando en diferentes programas de apoyo o colaborando con instituciones locales y regionales para que las políticas de igualdad mejoren”.