Un filtro para aguas residuales capaz de retener los colorantes usados en la industria textil hecho con un compuesto extraído de las cáscaras de camarón. Por este invento, la química guatemalteca María Isabel Amorín (1991) ha sido seleccionada en la lista de Innovadores menores de 35 años de Latinoamérica 2019 por la MIT Technology Review en español, en la categoría emprendedores.
El nombre de este invento es Crustatec y el de la empresa fundada por esta científica egresada de la Universidad de San Carlos, INDEQUI. El prototipo del filtro, creado con el apoyo de la organización Young Water Solutions, está finalizado y en proceso de ser patentado. “Estoy en busca de más financiamiento para poder escalar la producción, bajar costes y hacerlo más accesible”, detalla Amorín.
El filtro se enfoca en la producción textil artesanal pero con un mayor financiamiento podría cubrir las necesidades de la producción industrial. A diferencia de tecnologías para tratar aguas como los electroquímicos y la ósmosis inversa, el Crustacec es más económico y fácil de operar.
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La industria textil es la segunda más contaminante del mundo, según la la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo, y es responsable del 20 % del desperdicio de agua. Guatemala cuenta apenas con plantas de tratamiento de aguas residuales.
De las 334 municipalidades registradas en la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) entre 2011 y 2012, solo un 4 % aplicaba tratamiento a las aguas residuales, mientras que el resto era vertido en los cuerpos de agua, principalmente en ríos.
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El expresidente Jimmy Morales aseguró en diciembre durante la Cumbre del Clima en Madrid que durante su gobierno se construyeron 250 plantas, con lo que se pasó de 50 a 300, pero según medios locales que citan datos del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales del país (MARN), solo hay unas 252 a nivel nacional, de las cuales 200 funcionan total o parcialmente.
Desde hace unos 30 años, el país centroamericano debate la posibilidad de crear una ley de aguas para promover la conservación y el mejoramiento de los recursos hídricos. “Se debería crear ya de una vez por todas”, señala Amorín. “Por más que los científicos nos esforcemos en crear soluciones, si no hay un reglamento que obligue es muy difícil”, enfatiza.
Una química comprometida
“Siempre quise cambiar el estereotipo de que a los químicos no nos importa el medio ambiente”, asegura Amorín. “Hemos creado muchos compuestos que han dañado el ambiente pero también tenemos las herramientas y el conocimiento para crear soluciones”, añade.
En el cuidado del medio ambiente, los jóvenes juegan un papel importante —piensa ella— ya que son quienes tienen “esa chispa” para cambiar el mundo, que se aviva cuando se juntan. Por otro lado, destaca el papel de las mujeres en cada una de las profesiones en las que se desenvuelven. “Es nuestro momento. Debemos aprovechar los espacios que se nos han abierto”, destaca.
Hija de padres dedicados a la divulgación científica, Amorín creció en conferencias y presentaciones desde los cinco años. Desde entonces supo que quería ser científica. Pasó de la biología a la arqueología hasta que se decidió por la química.
Amorín fue ganadora en 2019 del Concurso Ve + allá, un certamen de responsabilidad social de Bayer que buscaba a jóvenes innovadores con un proyecto de impacto ambiental. Con este obtuvo una pasantía en el Centro de Investigación en Biotecnología del Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC), donde aprovechó el residuo de cáscaras de camarón para desarrollar parches con actividad antibacterial y antimicrobiana que permiten la curación y regeneración del tejido en el tratamiento de heridas principalmente provocadas por quemaduras y lesiones del pie diabético.