Para gestionar el cambio, ya sea a nivel personal o profesional; de hábitos o en lo que atañe a las adicciones, antes tenemos que saber cómo se encuentra nuestro cerebro. No cambiamos si no nos conocemos primero. La psiquiatra Marian Rojas-Estapé lleva tiempo iluminándonos en el tránsito por ese proceso en su consulta, a través de los distintos libros que ha publicado o en charlas y conferencias como la que tuvo lugar este martes en Madrid, durante la jornada inaugural de PlaNET 25, un evento promovido por el ecosistema de Clústers, HUBs de Innovación y centros de emprendimiento de la Comunidad de Madrid.
La experta detecta que algunas problemáticas se han agudizado a raíz de la pandemia: irritabilidad, escasa tolerancia al dolor y al sufrimiento, frustración… “Nos cuesta más prestar atención, enfocarnos y empatizar. Todos decimos habitualmente que “la gente está fatal”. Detrás de la gran mayoría de estas situaciones, y en base a su experiencia, Marian Rojas-Estapé señala que la corteza prefrontal de nuestro cerebro no vive sus mejores tiempos.
Intoxicados de cortisol
“La corteza prefrontal se encarga de entender en profundidad las cosas, de gestionar impulsos, tomar decisiones óptimas o percibir oportunidades. También de empatizar y conectar con los demás”. Sin embargo, cuando se bloquea, nada de esto es posible. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Una de las razones expuestas por la psiquiatra es que vivimos intoxicados de cortisol. “El cortisol no siempre es negativo, al contrario. Se activa cuando nuestra supervivencia física está en riesgo. Si alguien va a atacarnos o nos encontramos en un incendio; el cortisol, junto a la adrenalina, es un mecanismo muy útil en momentos puntuales”.
El caso es que el cortisol también está implicado en otras supervivencias: económica, social, profesional, afectiva… Es bueno generarlo cuando nos jugamos el pellejo, pero nos intoxica si entramos en un estado de alerta constante, momento en el que el cerebro intuye que peleamos contra ‘algo’ sin descanso. En este punto, Rojas-Estapé ponía el acento en una idea “fundamental”, una de las bases de la neurociencia de las emociones: ni nuestra mente ni nuestro cuerpo distinguen una amenaza física de una imaginaria. Entran en escena los famosos “¿y si….?
Aunque el 90 % de las cosas que nos preocupan nunca sucederán, la intoxicación de cortisol sí tendrá consecuencias físicas (inflamación, problemas digestivos, endocrinos y de salud sexual) y psicológicas (irritabilidad, ansiedad, ataques de pánico). “En este estado, la corteza prefrontal queda anulada. En teoría, la única preocupación del cerebro es sobrevivir. No hay espacio para nada más. Para dar el paso del cambio hay que romper con esos miedos. La corteza prefrontal nos dirá que es momento de cambiar cuando se sienta segura y protegida”.
Los peligros de la dopamina
Un segundo diagnóstico está ligado a otra intoxicación, esta vez de dopamina, protagonista del libro más reciente de Marian Rojas-Estapé, “Recupera tu mente, reconquista tu vida”. La dopamina es la sustancia del placer, pero también es importante en materia de supervivencia. “Hoy estamos aquí porque nuestros antepasados fueron capaces de liberar dopamina en momentos claves: alimentación y reproducción”.
El espacio de 20-30 nanometros entre neuronas, descubierto por Ramón y Cajal, es uno de los pilares para comprender la psiquiatría y la neurociencia actuales. Sirve para entender cómo la dopamina se libera y estimula a lo largo de toda la red neuronal. “Las drogas ‘hackearon’ todo ese sistema de recompensa de dopamina genética”. Y es que el cerebro recuerda lo que le calma, lo que le excita y lo que le da placer. Es así como se activan hábitos, vicios y adicciones. “Queremos retener aquello que libera dopamina”.
Placer y dolor
En paralelo, nuestro organismo actúa en una constante búsqueda de equilibrio, conocida como homeostasis. Los mecanismos de regulación funcionan con el sodio, el potasio, el azúcar, el PH, la temperatura… ¿Y la dopamina? Marian Rojas-Estapé lo ilustraba de manera gráfica. “A un lado de la cuerda localizamos los liberadores de dopamina (y aquí caben los utraprocesados, la pornografía, los videojuegos o las redes sociales). En el otro extremo, dado que mi cerebro no quiere que me intoxique, está el dolor”.
Cada vez que estamos “a tope” con el placer, intentan generarse moléculas de dolor para equilibrar las cosas. De hecho, llega un momento en el que el adicto no consume buscando placer sino esquivando el dolor. “Es peligroso. Abrumados por la dopamina no soportan nada; todo molesta e irrita”. Todo esto, según la psiquiatra, deriva en sociedades de cristal donde los jóvenes salen muy mal parados. La dopamina les domina hasta la nula tolerancia a la frustración. La epidemia de salud mental en esta franja de la población no es casual.
Para Rojas-Estapé, cambiar el rumbo es posible con un poco de dolor cada día. “No hablo de sufrimiento extremo, sino de pequeñas dosis. Una ducha fría, posponer el momento de comer algo que me apetece mucho, ejercicio intenso. A partir de ese malestar, el cerebro nos recompensará con dopamina endógena. Hay una razón para que las ampollas de los pies nos dejen de doler cuando avistamos la catedral al final del Camino de Santiago”.
Oxitocina y optimismo
En suma, y parafraseando a Ramiro Calle, esta la sociedad discapacitada emocionalmente se resiste al cambio. Rojas-Estapé alude a una profunda crisis de atención, en las empresas y en todo lo demás. “De algún modo, nos hemos hecho adictos a lo irrelevante”. Pasamos de estar enfrascados en el trabajo a ver vídeos de TikTok. Volvemos de nuevo a una corteza prefrontal bloqueada. Sin espacio para el pensamiento crítico, el cerebro cae en el pozo de la polarización. No entendemos al otro. Nos distanciamos cada vez más de aquellos que no piensan como nosotros.
Pero en esta pandemia global queda margen para la esperanza. Marian Rojas-Estapé mencionó algunos de los aliados para ganar la batalla. “Mi sustancia preferida es la oxitocina, asociada al parto y la lactancia. Sabemos que frena el cortisol, ya que es el signo bioquímico de la empatía y la confianza”. Ante todo lo expuesto anteriormente existen alternativas mucho más beneficiosas: ver y no juzgar, transmitir paz en plena ‘guerra’, entender y comprender. “Lo que nos salva es que alguien confíe en nosotros y confiar en los demás; sentirnos queridos. Nos volvemos más fuertes. Somos capaces de cambiar”.
Otra senda que la psiquiatra recomienda es la de creer que nos pueden pasar cosas buenas si decidimos afrontar un periodo de cambio. Lo hacemos de la mano de una actriz principal: la actitud. Además, en todos nosotros habita una voz interior que nos va comentando nuestra vida. “Esa voz tiene un impacto en la salud física y psicológica; en la manera en la que nos enfrentamos al día a día”. Marian Rojas-Estapé opina que, si queremos cambiar, tenemos que dominar la voz interior y hablarnos bien. “Cuando lo hacemos, la corteza prefrontal empieza a liberarse”.
De forma paralela, al cerebro le gusta que le ofrezcamos nuevas ilusiones y proyectos revestidos de optimismo y ganas de mejorar. Pensar que las cosas van a ir bien no es algo baladí. “Einstein dijo que nada es más poderoso que creer que en la vida todo puede suceder”.