Mariano Barbacid (Madrid, 1949) creció en la entonces conocida como barriada de Cuatro Caminos. Hijo de un agente comercial, antes de convertirse en uno de los científicos españoles más prestigiosos, estudió Químicas en la Complutense. Se doctoró en la universidad madrileña en 1974 y pasó tres años como posdoc en el Instituto del Cáncer de Estados Unidos (NCI).
En el centro estadounidense formó su propio grupo de investigación en 1978. Tras pasar por la industria farmacéutica como directivo de Bristol-Myers Squibb, en 1998 regresa a España para fundar y dirigir el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), donde actualmente dirige el grupo de Oncología Experimental.
En 1982, el grupo de investigación de Barbacid aisló por primera vez un gen humano capaz de causar cáncer (oncogen). De este modo, identificaron la primera alteración molecular implicada en el desarrollo tumoral. Junto al trabajo que en paralelo habían desarrollado otros grupos americanos, abrieron las puertas a un nuevo campo de investigación: la Oncología Molecular.
A las muchas distinciones nacionales e internacionales que acumula a lo largo de su carrera, Mariano Barbacid sumaba en octubre de este año el Premio Nacional de Investigación Santiago Ramón y Cajal en el área de biología. Además, el investigador protagoniza el documental “El Camino Inverso”. Producida por Mediapro como iniciativa de la Fundación Hermanos Álvarez Quirós la cinta, estrenada el pasado 20 de noviembre, destinará íntegramente su recaudación a la Asociación de Cáncer de Páncreas.
El espejismo
En el documental resuena con fuerza una frase: “No es que los países más ricos sean los que más invierten en ciencia, sino que son los países que han invertido en ciencia los que ahora son más ricos”. “La cita no es mía, pero incide en algo que no hemos conseguido en España: convencer al gobierno de turno para que invierta más en ciencia”, indica Mariano Barbacid en una entrevista con Innovaspain.
El investigador considera que el país, “como mínimo aceptable”, debería alcanzar los niveles de inversión pública en investigación de Francia o Italia. “Quizá no estemos en condiciones de compararnos con Alemania, Países Bajos o los países nórdicos”.
“En España nunca hemos estado del todo bien, pero en los últimos años la ciencia ha vivido un deterioro especialmente grave”, apunta el investigador. Barbacid observa que, a finales del pasado siglo y en el arranque de los 2000, la ciencia biomédica experimentó cierto renacer que se tradujo en la puesta en marcha de Centros de Investigación ambiciosos como el propio CNIO, el IRB Barcelona o el CIC biomaGUNE, que invitaban a cierto optimismo y a mirar hacia adelante.
Es a partir de la crisis de 2008 cuando los presupuestos públicos destinados a proyectos de investigación se redujeron a la mitad, un mazazo del que aún no nos hemos recuperado. “El incremento de un 9 % anunciado este año es insuficiente. Para llegar al menos a la misma situación que antes de la crisis financiera deberíamos doblar el presupuesto a base de incrementarlo durante varios ejercicios. Es lo que hacen otros países desarrollados que quieren avanzar y la decisión que adoptaron organismos como el Instituto del Cáncer de Estados Unidos”.
Barbacid insiste en que el actual aumento del apoyo público a la ciencia no soluciona el problema. “Todo esto lo digo desde una posición privilegiada. Pertenezco a un grupo de investigación que dispone de una financiación aceptable gracias a la Unión Europea y a iniciativas privadas procedentes de la Asociación Española Contra el Cáncer o la Fundación de Investigación CRIS. En nuestro caso, el apoyo público ronda el 15 %”.
«La pandemia no lo justifica todo»
Pese a tratarse de “una catástrofe sin paliativos”, el investigador rechaza que la pandemia lo justifique todo. “Los recortes en ciencia se produjeron mucho antes de que irrumpiera el virus”, asegura. “Ha quedado claro que sin ciencia estaríamos peor, pero ya lo sabíamos antes de la pandemia. Las nuevas terapias contra el cáncer son fruto de descubrimientos de hace 20 años. Si borramos este progreso, seguiríamos anclados solo a la quimioterapia”.
Ante esta obviedad, Barbacid invita a la sociedad a admirar con mayor intensidad la relevancia de la actividad científica. “Nos hemos salvado gracias a la ciencia, y la gente lo sabe, pero eso no se ha traducido en una mejora de la financiación. Recordemos los días en que salíamos a aplaudir a la sanidad pública y echemos un vistazo a la situación actual que atraviesan estos profesionales”.
Grandes avances en la lucha contra el cáncer
“Nos falta mucho camino por recorrer, pero conocemos muy bien al cáncer”. El investigador celebra los avances logrados en los últimos 40 años para desentrañar la enfermedad a nivel molecular. “El área donde quizá tengamos más margen de progreso es el diseño de fármacos que actúen ante todas las mutaciones del cáncer humano”.
El futuro es de la medicina de precisión y las terapias personalizadas, pero hay otros retos. “Sabemos cómo se originan muchos cánceres, pero no con el suficiente nivel de detalle; tampoco conocemos totalmente cómo influyen la inflamación o la interacción con el microambiente del tumor… Por todo ello hay que seguir investigando a conciencia. Podríamos decir que casi estamos empezando, pero no hay duda de que los últimos 20 años han sido especialmente fructíferos”.
El Camino Inverso
El título del documental hace referencia a un propósito perseguido por Barbacid a lo largo de su trayectoria. “La ciencia es un proceso reduccionista. En múltiples ocasiones, cuando se hace ciencia básica, su aplicación final no es el objetivo último”.
El científico pone como ejemplo la investigación de Francis Mojica en las salinas de Santa Pola (Alicante), donde estudió cómo las bacterias eran capaces de defenderse de las infecciones. “¿Para qué?, se preguntarán muchos”. El español inauguró el estudio de las secuencias CRISPR y revolucionó la genética. “Sentó las bases de la manipulación del genoma de un modo hasta entonces impensable”.
Dentro de su campo, Mariano Barbacid ha intentado pasar de la complejidad del tumor –“cada uno es un mundo único”- a la máxima comprensión. “Los oncogenes no los descubrimos en un paciente o en un tumor, sino en una línea celular que llevábamos mucho tiempo trabajando en el laboratorio. Fueron fruto del largo plazo y de la paciencia”.
Y en ese camino inverso, que consiste en ir de lo simple a lo complejo, la idea es que el trabajo investigador sea útil a la sociedad. “Los primeros oncogenes eran genes ya conocidos porque se habían aislado en tumores de rata. Sin embargo, no fue posible desarrollar un fármaco hasta 39 años después”.
Mariano Barbacid recuerda que la ciencia es una carrera de fondo que no termina nunca. “Los hitos que impactan en las personas no ocurren todos los días ni suceden de forma lineal. En otras investigaciones, las cosas pasan más deprisa. La inmunoterapia comenzó a tomar forma a mediados de los años 90 y es una realidad desde 2011. Lo que tenemos claro es que hay que investigar todos los días”.
Impulso tecnológico
Cuando el grupo de Mariano Barbacid descubrió el primer oncogen, tuvo constancia de que se trataba de una mutación. “Un cambio en un simple aminoácido lo convertía en algo maligno que podía derivar en un tumor. Pensemos en cuántas otras mutaciones existen en el cáncer humano. En aquel momento, secuenciar 500 pares de bases ya implicaba un gran esfuerzo. Lograrlo con miles de bases era necesario, pero sabíamos que era imposible”.
La ultra secuenciación ha permitido reconocer los errores en los distintos tipos de cáncer. “Las ideas están ahí, pero muchas veces no podemos llevarlas a cabo en el plano técnico. Cuánta más tecnología tenga a mano el científico, más y más rápido progresaremos. La bioinformática o la inteligencia artificial nos ayudan a resolver problemas reales”.
Ciencia y emprendimiento: más inversión, mayor flexibilidad
Para Mariano Barbacid, los casos de éxito de emprendimiento científico son una buena noticia, pero también la excepción en España. “El ejemplo de investigadores como Salvador Aznar-Benitah es muy positivo. En Estados Unidos lo viví de cerca. Varios colegas se hicieron ricos con ideas adquiridas por las grandes farmacéuticas. En España, emprender en ciencia supone un gran esfuerzo”.
El investigador apunta que en Estados Unidos las universidades son mucho más flexibles a la hora de apoyar el emprendimiento. “Te ponen la alfombra roja para que lleves a buen puerto un proyecto investigador. No hay que olvidar que la universidad también se beneficia del éxito de estos trabajos. Casi todas las investigaciones que han devenido en una empresa se gestaron en el terreno académico”.
Barbacid lamenta que la burocracia española no sea tan abierta. “De todos modos, la gran diferencia reside de nuevo en la financiación. Yo mismo he hecho algún pinito en emprendimiento, pero levantar un millón de euros en España es complicadísimo, mientras que en Estados Unidos una biotech mínimamente ambiciosa parte de 50 millones de dólares”.