“Se cumplió la profecía”. Rodeada de libros y de adultos lectores, era inevitable. Marta Larragueta es maestra de Educación Infantil y Primaria. Actualmente es profesora en la Universidad Camilo José Cela, donde realizó su tesis doctoral con la literatura infantil como protagonista. Experta en álbum ilustrado, recuerda cómo en su pasión lectora hubo un punto de inflexión con la saga de Harry Potter. “Mi padre me traía a casa cada nueva entrega. Tanto él como mi madre se sentaban a leer cuando el ritmo loco de la vida se lo permitía”.
Ha pasado el tiempo, las lecturas se han multiplicado, pero Larragueta admite que aún tiene mucho que aprender a la hora de enfrentarse a determinados libros. “Obviamente, hay lecturas que no creo haber podido acometer o disfrutar sin cierto bagaje previo. También son muchas las obras que me plantean dificultades o que necesito releer. Otras las abandono porque me hablan en un ‘idioma’ que aún no domino o ni siquiera conozco”.
Máster en Educación Internacional y Bilingüismo, la experta promueve desmitificar la relación con el libro, sin que ello suponga restarle valor a una pieza clave en el engranaje cultural y formativo. Y empieza por aplicar esta filosofía a su propia experiencia. “Dejar una obra a medias no es una derrota. Es algo que necesitamos transmitir y enseñar a los niños. Hay que saber respetar y defender el derecho a no martirizarse con un libro en aquellos momentos y espacios que se supone que deberían ser placenteros, sobre todo si tenemos en cuenta que las alternativas son casi infinitas”.
La libertad y el fomento de la lectura
Tras meses encerrados, con las opciones de socialización y aprendizaje mermadas, los niños afrontan estos días la vuelta al cole más extraña de sus vidas. El hábito de la lectura contribuye a que no regresen a las aulas del todo oxidados y a enriquecer el tiempo de ocio en casa. Pero en el seno familiar, comprar más libros a los más jóvenes de la casa no es sinónimo de cultivar con éxito una afición perdurable. Para tratar de no caer en el error, y de forma generalizada, Larragueta insiste en respetar el espacio del lector y sus ganas de hablar o no de una obra. “Tendemos a insistir a los jóvenes lectores para que nos den su opinión sobre sus lecturas. Puede ser frustrante y tedioso para ellos inventar una respuesta que contente al adulto”.
La Doctora por la Universidad Camilo José Cela aboga por plantear estas ‘poslecturas’ desde otro enfoque, rico y flexible. “Podemos llegar con ellos a reflexiones muy fructíferas a través de conversaciones alejadas del análisis del contenido o de su importancia en la adquisición de valores. No debemos buscar una respuesta determinada en los niños, ya que es difícil que su interpretación se corresponda con lo que los adultos destacaríamos de una obra. Estas charlas deben ser una invitación a que exploren territorios que probablemente les enseñarán más que la moraleja prestablecida”.
Enriquecer la perspectiva
Para Marta Larragueta es importante que este esquema se traslade también a los colegios. “Tienen que ir más allá de la comprensión lectora básica. Es fundamental que los docentes conozcan una variedad suficiente de literatura infantil y juvenil como para tener la capacidad de seleccionar obras que recomendar a su alumnado o que llevar al aula”. A los profesores les pide además preparación para afrontar la complejidad de estas conversaciones. “La apreciación, la incertidumbre y el manejo de la ambigüedad también se entrenan. Son contextos donde el aprendizaje, entendido en su sentido amplio, no sólo curricular, puede ser tremendo”. Considera sin embargo que llevar a buen puerto estas metodologías no es una responsabilidad individual del docente, o no sólo. “Es una postura que debe desprenderse de toda la comunidad educativa, con buenos espacios y planes lectores de calidad”.
Y es que, aunque cree que abundan los proyectos docentes interesantes que van en esta dirección, Larragueta percibe que el trecho que queda por recorrer es largo. “Estos planes requieren tiempo y experiencia, pero se pueden asumir con pequeñas modificaciones cada año que al final deriven en grandes cambios”. Así, recomienda destinar un tiempo determinado del horario a la lectura o que los profesores lean en voz alta a los alumnos. “Son actividades relativamente fáciles de organizar. Bien planificadas y dinamizadas pueden favorecer que los niños disfruten de la literatura”, añade.
Otro de los habituales reproches al sistema educativo tiene que ver con su condición de presunto ‘matalectores’. El arma homicida: algunas lecturas obligatorias. Obras objetivamente de primer nivel, pero tediosas para un amplio porcentaje del alumnado que, de este modo, empieza demasiado pronto a acumular infundados prejuicios hacia la literatura. Larragueta afirma no tener un conocimiento de la Educación Secundaria lo bastante amplio como para valorar si habría que imponer al alumnado determinados títulos. “Mi recomendación es tratar de ofrecer variedad. Un listado, aunque sea finito, favorece que el lector desarrolle la capacidad de escoger sus propias lecturas”.
Literatura infantil: buena salud y algunos lastres
Sobre el terreno que pisa con mayor seguridad, el de la literatura infantil, se suceden las buenas noticias. En los últimos años han proliferado las editoriales especializadas, que cuidan las publicaciones para niños y jóvenes otorgando un estatus elevado y renovado a estos títulos. Tampoco faltan los blogs, revistas y demás sitios con los que guiarse a la hora de escoger entre la nutrida oferta que habita los estantes de librerías y bibliotecas.
“De todos modos, es muy necesario dejarse llevar por la intuición o atender las recomendaciones de los libreros. Hay obras maravillosas y otras poco cuidadas. El listado de mis favoritos sería interminable. Hay muchos autores y muy buenos”, apunta Larragueta. Limitándose a su especialidad, el libro-álbum, destaca el trabajo de tres representantes nacionales como Manuel Marsol, Javier Sáez Castán y Elena Odriozola, y otros tantos internacionales, con Anthony Browne, María José Ferrada y Arnold Lobel entre los elegidos.
[Te puede interesar leer: Entrevista con Lola Pons: «La pandemia ha provocado que la lengua también esté de luto«]
Pero la vitalidad del género no le ha hecho despojarse del todo de algunos vicios del pasado. La literatura infantil sigue muy vinculada a una función educativa que, “demasiado a menudo”, prevalece sobre el valor literario. “No me gustan las obras que tienen una moraleja evidente o una enseñanza curricular clara porque creo que se alejan de lo que la literatura debería ofrecer al lector”.
Larragueta recurre a un ejemplo de actualidad para hacer tangible su argumento. “Existen numerosas publicaciones que buscan enseñar al lector a entender y regular sus emociones. El texto -entendido como un compendio de palabras, ilustraciones y formato- queda reducido a una especie de recetario o código de buena conducta”, explica. “Su valor literario es aparcado y, además, imposibilitan la reflexión. Son obras sin grises, sin opciones intermedias. No hay espacio para que el lector pueda construir su propio significado en el encuentro con el libro. No se toman en serio la subjetividad del lector”.
Un universo que explorar más allá de los libros
De nuevo en el punto de partida de la conversación, Marta Larragueta apunta a un error extendido: otorgar al libro un estatus superior respecto a otras manifestaciones culturales. “Yo misma no sería capaz de asegurar si es más importante leer mucho, estar en contacto con la naturaleza, escuchar música o ir al teatro con asiduidad. Lo importante es generar oportunidades valiosas para que los niños disfruten de la cultura y no desesperar en ese empeño. Pero también es clave no atosigarles; respetar sus ritmos y preferencias”.
La experta pone en valor lo que tienen que ofrecer las producciones audiovisuales o los videojuegos, opciones tantas veces en entredicho. “Se sacraliza a la lectura como la varita mágica que siempre tiene beneficios sin reflexionar acerca de lo que se lee y qué se hace con ello. En paralelo, todo un campo de producciones culturales es censurado al ser identificado como el culpable del abuso de las nuevas tecnologías que impera en la sociedad”.
La solución y el equilibrio pasan por entender la calidad del producto cultural más allá de su formato. “Un videojuego tiene la capacidad de plantear experiencias desde el punto de vista estético, narrativo o sensitivo que pueden ser tremendamente enriquecedoras para el usuario. Lugares donde los códigos de un libro no llegan”.
Larragueta lamenta la facilidad con la que se achaca a la producción audiovisual el fomento de un consumo pasivo o fácil. “Hay series de animación que me han llevado a cavilaciones con las que he aprendido y disfrutado. Destaco el impacto emocional de algunos capítulos de Bojack Horseman o de Midnight Gospel. Si nos parece una aberración decir que leer es una pérdida de tiempo, tenemos que acostumbrarnos a decir lo mismo con otras manifestaciones. La respuesta correcta es ‘depende’. Depende del tipo de preguntas, sensaciones y retos que ofrezca una obra y no tanto de su soporte”.