A Pilar Carrera, profesora del Departamento de Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M), más que las fake news o la denominada época de la posverdad que supuestamente atravesamos, le preocupa “el ideal comunicativo” que estos términos dibujan. La terrible idea de que “solo determinados emisores deberían emitir y el público debería creer a pies juntillas lo que ellos dicen”.
Ella defiende que, aunque estos términos tienen un recorrido muy limitado, “sirven para poner el foco allí donde no se está cociendo gran cosa”. “Si yo sistemáticamente diagnostico que el gran problema son las fake news y la posverdad, se está dando a entender que en algún momento ha habido o puede haber emisores autorizados que dicen la verdad con mayúsculas, y que hay noticias que son absolutamente verdaderas”.
No se puede ver internet y las redes sociales como un lodazal de información falsa y el resto de vías como “un sistema inmaculado”. “La gente tiene que tener conciencia de estar ante un medio de comunicación de masas y a través de él se canalizan intereses de muy diverso orden. No hay información inocente y tenemos que ser muy cautos frente a todo ese tipo de discursos se declaran verdaderos o falsos”, apunta Carrera, que analiza el concepto de posverdad en una investigación recientemente publicada en la Revista Latina de Comunicación Social.
Internet y redes sociales
“Si yo digo que estamos en el momento de la posverdad, es que el momento de la verdad lo ha precedido –continúa–. Decir esto es un tanto osado, porque la era que ha precedido la posverdad no era de la verdad y menos en términos de medios de comunicación, los cuales están atravesados de intereses que hacen que hasta cierto punto toda información tenga una agenda y todo discurso la tenga también”.
La noción de posverdad y otras conexas (como las fake news) han florecido a la sombra de internet, las redes sociales y la supuesta superabundancia informativa que se le atribuye. Se dice que, en parte, esto se debe a que hablan fuentes no autorizadas, todo el mundo comenta y se crea el caos.
El artículo matiza y cuestiona esta atribución de responsabilidades: “Estamos culpando al usuario cuando este normalmente es un viralizador y no un generador de contenidos. Quien finalmente acaba consiguiendo viralidad no es el ciudadano de a pie, sino estrategias muy planificadas que requieren de emisores en determinadas instituciones”, señala la investigadora.
Tras subrayar la importancia de “identificar las fuentes” de toda información, la profesora de la UC3M reconoce que internet permite “un sistemático ocultamiento de la enunciación”. “Es muy difícil remontarse a las fuentes”, añade. “Un periódico emite en su nombre y tiene que asumir las consecuencias, pero en internet es complicado saber de dónde parte la información”. Por eso es “un escenario óptimo para todos aquellos que quieran difundir rumores sin responsabilidad”.