Al microbiólogo Francisco Martínez Mojica (1963), de la Universidad de Alicante, le llueven los premios. El año pasado el Jaime I de Investigación. Hace unos días, el de la Fundación Lilly en biomedicina y mañana recoge el de la Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento. Pero no son los únicos, adelantaba Mojica a Innovaspain, con una sonrisa de satisfacción al acabar la rueda de prensa organizada por la Fundación Lilly. Pero, dice, hasta ahí puede leer, porque aún no se han hecho públicos los restantes. Lo cuenta de pasada, entre dos de las muchas entrevistas que atiende estos días.
Paradójicamente, se quedó sin el premio Princesa de Asturias en 2015. Nadie es profeta en su tierra, y en España mucho menos. Se lo dieron a las dos científicas que usaron su descubrimiento para desarrollar un potente corta y pega genético, el ya famoso CRISPR. Un auténtico hito en biología molecular que deja pequeños a todos los avances anteriores, que han sido muchos.
La Universidad de Alicante sacó a la luz la Injusticia utilizando las redes sociales y los medios de comunicación se hicieron eco. La técnica que habían puesto a punto Emmanuelle Charpentier, directora del Instituto Max Planck de Biología de la Infección (Berlín, Alemania); y Jennifer Doudna, catedrática de Química y Biología Molecular de la Universidad de California (Berkeley, EEUU), tenía un padre español, Francisco Mojica, y nació en Alicante.
La omisión en la concesión del galardón de Oviedo fue equiparable a haber dejado fuera del Premio Nobel de Medicina a Fleming y haberlo otorgado solo a los dos investigadores que lograron purificar la penicilina, otra revolución que permitió su distribución comercial. La Academia Sueca estuvo más atinada y lo concedió a la terna formada por Fleming, Chaing y Florey. Porque sin el descubrimiento al azar del honco Penicillium por parte de Flemign, los investigadores Chaing y Florey no hubieran podido sintetizar el antibiótico que más vidas ha salvado.
El caso de Mojica es parecido. El año pasado fue candidato al Nobel de Medicina, pero se lo llevó finalmente el japonés Yoshinori Ohsumi, «por sus descubrimientos sobre los mecanismos de la autofagia”. Este año el nombre de Mojica vuelve a sonar con fuerza. Tarde o temprano CRISPR, la técnica prodigiosa, se llevará el Nobel. Doudna y Charpentier lo tienen seguro. La duda está quién completará la terna, porque este prestigioso galardón no se otorga a más de tres personas. Pero hay un cuarto candidato, Feng Zhang.
Rebobinando, la secuencia del descubrimiento fue así: En los 90, Mojica descubre en bacterias muy primitivas de las salinas de Santa Pola, lo que parece ser un sistema inmune capaz de luchar contra los virus. Le cuesta que le crean, y sus artículos son rechazados en las prestigiosas revisas que hoy califican de prodigiosa la técnica que surgió del agua salada de Santa Pola.
En 2012, Emmanuelle Charpentier (Francia, 1968), y Jennifer Doudna (EEUU, 1964), trabajando juntas, reprodujeron artificialmente el sistema y demostraron que funciona como una potente herramienta de edición genómica, capaz de ser programada para reconocer cualquier fragmento de ADN. Poco después, el grupo del neurocientífico Feng Zhang (China, 1981) descubre que CRISPR-Cas9 sirve también para editar genomas de células más complejas, como las nuestras.
El BBVA premia a la terna formada por Mojica, Doudna y Charpentier, en un anticipo de lo que podría ser el Nobel 2017. Pero Mojica prefiere no pensar en quinielas. “Me gusta disfrutar de lo que tengo y no frustrarme por lo que no es fácil obtener”. Lo que sí tiene, de momento es la simpatía y la atención de la comunidad científica y los medios de comunicación, como ya le ocurrió a la astrónoma Jocelyn Bell por no recibir en 1974 el prestigioso galardón sueco, pese a que fue ella quien descubrió el primer púlsar. “Me benefició enormemente que no me otorgaran el Nobel porque me vi rodeada de un clima de simpatía y apoyo continuo y sostenido. Y no sólo durante unas pocas semanas, que es lo que hubiera ocurrido si me hubieran dado el Nobel”, reconocía Bell.
Lo que parece claro es que la técnica CRISPR tendrá su Nobel. Esta “caja de herramientas” permite modificar el genoma con una precisión sin precedentes, y de forma mucho más sencilla y barata que cualquier otro método biotecnológico. Con ella, el tiempo necesario para alterar el genoma a voluntad se reduce de años a semanas. Y, lo más importante, esta edición genética se convierte en una herramienta al alcance de cualquier laboratorio de biología molecular.
Y es que CRISPR constituye un avance sin precedentes que supera con mucho a las enzimas de restricción que permitieron el surgimiento de la ingeniería genética, o la famosa reacción de la Polimerasa en Cadena (PCR), que también acortó los tiempos de espera. Porque estas tijeras prodigiosas descubiertas por Mojica haciendo ciencia básica, “permiten también estudiar procesos genéticos complejos sin necesidad de cortar. Las tijeras se convierten solo en un vehículo. Anulando su capacidad de corte, se puede programar como un GPS, para que vayan a cualquier sitio del genoma. Y si le unes proteínas fluorescentes, mantienes la célula viva mientras ves las interacciones entre varios sistemas”, explica Mojica.
Incluso puede hacer realidad uno de los grandes objetivos de la biología molecular, “modificar la eficacia con la que se lee una región de un genoma. Es decir, sin cambiar el mensaje genético, modificar la forma en que se leerán”, apunta Mojica. En definitiva, y simplificando, podría permitir corregir modificaciones epigenéticas, que van más allá de la mera genética, y que se adquieren desde el nacimiento en función de la alimentación y el estilo de vida. Son las que hacen que los gemelos se parezcan menos a medida que cumplen años, debido a estilos de vida más o menos saludables. Y son también las que nos hacen enfermar. Sin duda un prometedor futuro que también tiene aplicaciones polémicas. Todo dependerá del uso que de él haga la comunidad científica.