Pfizer, BioNTech, Moderna, AstraZeneca… Todas las farmacéuticas que han fabricado las vacunas contra la COVID-19 tienen un factor común. La respuesta está en una estrecha calle de Santiago de Compostela, en un edificio flanqueado por una farmacia y una clínica local. El cartel gris sobre la puerta versa: “Mestrelab Research”. Esta empresa gallega es al software especializado en investigación química lo que Bimbo a los panes de molde. El sistema que comercializa la firma también es utilizada por 96 de las 100 mejores universidades del mundo (Harvard, Stanford, Oxford, Cambridge, entre otros) y organismos públicos como la NASA.
La fórmula del éxito está en la singularidad del producto. En un laboratorio promedio, el investigador tiene que manipular sustancias y compuestos con distintos instrumentos. Algo así como seguir una receta de cocina y agregar cada ingrediente en cantidades precisas. El científico debe volcar los datos en el ordenador para interpretarlos (siguiendo el ejemplo culinario, debe asegurarse de que el plato que cocinó está como debería, sin alguna especia de más). Todo lo anterior, en un proceso complejo como la fabricación de una vacuna, es crucial. Pero entre tantos instrumentos, el químico puede terminar trabajando con decenas de softwares. Así lo explica Santiago Domínguez, cofundador y CEO de Mestrelab, que ofrece una solución para este desorden: "Nuestra herramienta es una llave maestra", sentencia.
Domínguez recibe la videollamada de Innovaspain en Hereford (unos 220 kilómetros al noroeste de Londres), su hogar desde hace 25 años. Como buen gallego, es víctima esporádica de la morriña, pero el tiempo británico hace que de vez en cuando la nostalgia se contenga: “Es como Santiago, pero con unos cuatro grados menos”, aclara con una sonrisa. El empresario cuenta que la tesis doctoral de Carlos Cobas —también cofundador junto con su profesor, Javier Sardina— fue el germen del proyecto. En el trabajo, se planteó el software para procesar los datos de resonancia magnética nuclear (una técnica habitual para comprobar la pureza de un resultado) que había en la Universidad de Santiago de Compostela (USC). Domínguez, que conoce a Cobas desde la primaria, le dijo: “Oye, me imagino que esto será útil para laboratorios de todo el mundo”.
Y vaya que tuvo razón. Mestrelab se inició en 2004 con 3.000 euros y tres empleados. El año pasado facturó 6,5 millones y aumentó en 10 su plantilla para llegar a los 50 trabajadores, en su mayoría gallegos. La compañía espera concluir el año con una facturación de 7,97 millones de euros. Casi toda su comercialización se exporta (97%), principalmente a los gigantes de la biotecnología y la investigación farmacológica como Estados Unidos, Japón, China y Alemania.
El talento gallego como baluarte
La apuesta por el talento local es parte de la receta del éxito. Más de 16 años después, la sede sigue en la capital de Galicia y el grueso de su plantilla se compone de gallegos o recién egresados de la USC, con la excepción de algún especialista desperdigado por el mundo. Para el CEO de la multinacional no debe sorprender que el camino para seguir en la élite mundial en el sector lleve a Santiago: “Queremos hacer país”, concluye. Domínguez, además, resalta la calidad del egresado de las universidades de su tierra, a quienes califica como “altamente calificados” y “competitivos”.
El laboratorio del futuro será digital o no será. Esa es la visión de Mestrelab. La mira la tienen en acelerar la toma de decisiones en el proceso científico a través de la inteligencia artificial. O, en palabras de Domínguez: “Posibilitar que la gente trabaje con instrumentos y sus datos en cualquier momento desde cualquier parte”. La maquinaria ya está carburando lo suficiente para el gran reto que tiene por delante la compañía, que también aspira a aumentar el número de trabajadores a 150. Ni Silicon Valley ni Tokio. La revolución del software para la investigación tiene denominación de orixe.