España es el sexto país de la UE en el que se tira más comida: 7,7 millones de toneladas de alimentos (informe Biois, 2011), una estadística que choca frontalmente con que un 27% de la población española se encuentra en riesgo de pobreza (Idescat, 2013).
Luchar contra el despilfarro alimentario mientras ayudan a personas en riesgo de exclusión social es la premisa bajo la que se puso en marcha Espigoladors que, a través del aprovechamiento de frutas y verduras imperfectas ha desarrollado un sistema productivo propio “transformador, participativo, inclusivo, innovador y sostenible”.
En 2014, Mireia Barba creó un modelo de recuperación de alimentos con intervención del receptor que aportaba soluciones al despilfarro alimentario. Detectó un punto clave en la cadena alimentaria, el origen, en el que no se hacía ninguna incursión para reducir el problema. Barba –que estudió Empresariales y está habilitada como Educadora Social- explica a InnovaSpain que Espigoladors nace de las ganas de poner en marcha un proyecto de impacto que actúe como agente de cambio social. “Una nueva mirada al despilfarro alimentario que genere cambios positivos y que construya un modelo productivo y nuevos lugares de trabajo”.
Jordi Bruna y Marina Pons también forman parte del equipo fundador, un grupo completado con seis trabajadores directos más y con el asesoramiento de un comité estratégico del que forman parte la cocinera Ada Parellada, Eduard Tenas (director de compras de DAMM), Xavier Costa (Managing Director de Lèkué) o Alfred Vara (Jefe del Departamento de Prevención de Residuos de Cataluña). Espigoladors tiene su centro de trabajo en Barcelona (Sarriá Sant Gervasi) y en El Prat de Llobregat (lo que les permite estar cerca del sector primario, a 10km de Barcelona y a 2km de Mercabarna) aunque los programas de espigamiento se realizan en diferentes puntos de Cataluña. Uno de los objetivos del proyecto es replicar su modelo en otras Comunidades Autónomas.
Su propuesta bebe de la actividad rural de espigar, cuando gente con pocos recursos de estos entornos recogían los restos de la cosecha con permiso del terrateniente. Un ambiente, casi una forma de vida que fue llevada al cine documental por Agnès Varda en el año 2000 con su cinta ‘Los Espigadores y la Espigadora’. Hoy, Mireia Barba recuerda que convivimos con otros espigadores, “los que rebuscan en los contenedores y que a diferencia de los anteriores, se escoden y a menudo han perdido la dignidad y la autoestima”.
De la contradicción entre Silvia –que buscaba alimentos en la basura- y Víctor –productor que tiraba alimentos por criterios estéticos y de producción- empieza a funcionar Espigoladors, creando una red de productores y empresas del sector de la alimentación (que se comprometen a no tirar alimentos y a avisarles cuando tienen excedentes o mermas) donde recogen frutas y verduras imperfectas que canalizan a diferentes entidades segmentadas por zonas. “Además, contamos con una red de voluntarios espigadores sin la que nuestra labor no sería posible”, añade Barba.
El 90% de la recogida va a parar a entidades sociales que gestionan el acceso a la alimentación de colectivos en riesgo. Estos puntos de distribución de alimentos deben estar capacitados para conservar y recibir alimentos frescos y han de tener en sus planes la creación de una metodología de donación de alimentos “transformadora”, que rompa con el modelo asistencialista.
El 10% restante va dirigida a la transformación para la creación de nuevos productos (mermeladas, cremas, salsas y conservantes vegetales) que se comercializan bajo la marca “es im-perfect”. En paralelo realizan acciones de concienciación y sensibilización contra el despilfarro a diferentes colectivos y agentes de la cadena alimentaria.
El papel social de Espigoladors va más lejos con la puesta en marcha de un obrador que hará las veces de laboratorio de innovación en la lucha contra el despilfarro y permitirá la contratación de personas en riesgo de exclusión social, jóvenes y mujeres mayores de 45 años. Sus miras son altas también en otros ámbitos, ya que entre sus objetivos, además de la mencionada expansión, están promover el impulso de leyes y campañas contra el despilfarro, seguir una línea de sensibilización dirigida a jóvenes “como motores del cambio” o potenciar la creación de un movimiento ciudadano mundial de recolectores.
Después de 383 toneladas de alimentos recuperadas, Mireia Barba explica que los motivos por los que un alimento es desechado son varios; desde caídas de precios o sobreproducción, hasta fallos en la cadena logística o no cumplir con los baremos mínimos de comercialización (feos e imperfectos). “Todos han pasado por un proceso de producción, se han invertido muchos recursos y tirarlos tiene un impacto negativo a nivel económico, social, ético y medioambiental. Nuestro objetivo es cambiar tendencias”, añade.
Barba considera que ha llegado el momento de hablar de estos temas “sin tapujos”. Este es un “problema global que podemos y tenemos que solucionar y sobre el que, poco a poco, tenemos acceso a información y surgen iniciativas desde diferentes agentes de la cadena alimentaria. Estamos en proceso de cambio pero falta mucho trayecto por recorrer. Diría que estamos empezando a caminar en positivo”. Si todos somos en parte culpables, arreglar el problema está en nuestras manos. “Busquemos soluciones en cada parte de la cadena, desde el campo hasta el hogar. Todos y cada uno de nosotros somos agentes de cambio y hemos de trabajar para encontrar soluciones que lleven a cambiar el sistema”.
Entre otros muchos reconocimientos, en 2016 fueron finalistas de Pascual Startup, “un éxito” para Mireia Barba si se tiene en cuenta el carácter social de su propuesta emprendedora. “Crear una red y nuevas alianzas es imprescindible para cambiar las cosas. No estamos solos, vas forjando un ecosistema que está formado por empresas privadas, administraciones públicas, ciudadanía…”, concluye Barba