Miriam Salinas: "La cultura de la dieta nos lleva a desconectar de nuestra alimentación más intuitiva"

En "Atrévete a comerte la vida" (Grijalbo), Salinas ayuda a localizar el origen de las relaciones problemáticas con la comida y los cauces para desandar ese camino rumbo al equilibrio
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Miriam Salinas fotografiada por Manuela Franjou

En “Atrévete a comerte la vida. Consejos prácticos para sanar tu relación con la comida” (Grijalbo), Miriam Salinas explora cómo se construye el vínculo con la comida en la infancia o cómo comer puede convertirse en un refugio, “y la mirada externa en una jaula”. También indaga en la capacidad de un trastorno alimentario para destrozarnos la vida y, lo más importante: cómo podemos salir de ahí. 

Terapeuta especializada en ansiedad por la comida, exdeportista de élite, Salinas (@miriamnutriemocional) es CEO de la escuela Atrévete a comerte la vida, un proyecto que le ayuda a divulgar en colegios y espacios deportivos. Admite al otro lado del teléfono que el libro es también un “necesario ejercicio de sincericidio”. Llegó a ser campeona de España en natación, pero la bulimia la apartó de los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. Asegura que la soledad fue en su infancia su gran compañera. “Mi hermana y yo obteníamos de la comida el confort que tanto necesitábamos y que no encontrábamos en nuestros padres”. 

Y es que la relación que establecemos con los alimentos es más compleja de lo que puede parecer a simple vista. En ella influyen factores biológicos, psicológicos y sociales. “Comida y emociones están íntimamente relacionadas: desde que nacemos, nuestra madre nos alimenta en su regazo y, en ese acto tan íntimo, nos nutre y nos da amor, pertenencia y seguridad”. 

Sin embargo, vivimos un tiempo en el que prolifera un peligroso mix: el encuentro entre el desapego y la cultura de la dieta. “Creemos erróneamente que si alcanzamos un cuerpo XXS o bien musculado seremos amados. Hemos interiorizado tanto este mensaje que vamos por el mundo robotizados, imponiéndonos castigos: no comas esto, no bebas aquello; haz más ejercicio. La cultura de la dieta nos infringe miedo, la emoción más paralizante”.

¿Te cuidas o te castigas?

De ahí que Miriam Salinas lance una pregunta alrededor de la cual giran los textos del libro: ¿Te cuidas o te castigas? “La cultura de la dieta nos lleva a desconectar de nuestra alimentación más intuitiva”. La experta advierte de los efectos negativos que supone revestir de moralina el consumo de ciertos alimentos. “En el caso de los niños, la prohibición solo conduce a que no sean capaces de conectar con sus señales de hambre-saciedad y a no alcanzar la autorregulación. Comienza así una relación disfuncional con la comida y con su cuerpo. Su cerebro se pone alerta frente al alimento. Tiende a desconectarse de los indicadores de saciedad, hambre y placer”. 

“El problema”, añade, “es cuando gestionamos toda nuestra vida, las penas y las alegrías, a través de la comida. La salud que debemos preservar es tanto emocional como física, aunque la mente no salga en las fotos”. Miriam Salinas aclara que no está haciendo apología de los procesados o del azúcar. “Limitarnos sí, pero sin castigarnos. El placer es sano. Viendo a alguien comer podemos aprender mucho de su estado emocional”.  

“Atrévete a comerte la vida” enseña a romper esos bucles nocivos. “Espero que quien lo lea -no necesariamente personas con un trastorno alimenticio- aprenda a darse la ternura y el cariño suficientes (lo que la autora define como ‘automaternarse’) para deconstruir creencias arraigadas ligadas a la comida. Parece una tontería, pero comer brócoli no te hace mejor persona que desayunar un cruasán”. 

“Aprendamos a depurar; a distinguir entre lo que nos hace bien y aquello que nos daña”

Miriam Salinas vuelve a poner el acento en la importancia de que los niños no escuchen determinados mensajes grabados a fuego en nuestra cultura. “Ni podemos caer en juzgar a la gente por lo que come ni señalar la diversidad corporal. No es factible hablar de alimentación sin hacerlo desde el respeto a los distintos cuerpos. Aceptar que no es igual una africana, que una asiática o una alemana. En todo esto, determinados perfiles de redes sociales no ayudan. Nos llevan a sentirnos mal por no comer cada día pan de espelta elaborado con masa madre….No tiene sentido”.

Salinas invita a emprender el camino inverso. A deconstruir. “Mucho cuidado con el contenido que metemos en nuestra cabeza y en la de los demás. Y hablo de alimentación y de la vida en general, porque todo está conectado. Aprendamos a depurar; a distinguir entre lo que nos hace bien y aquello que nos daña. Conectemos con nuestra realidad, sea cuál sea, para comprenderla mejor. Es un proceso con mucho fondo que requiere de más esfuerzo en el actual contexto. Desde esa perspectiva, es más fácil empezar a construir”. 

De regreso a su experiencia personal, Miriam Salinas lanza un mensaje optimista. “Nunca es tarde para volver a empezar. Detrás de estos problemas encontramos algo que mucho más allá de la vanidad o la estética caprichosa. Se trata de sentirte querida, amada y perteneciente. Si para eso tengo que dejar de comer, lo hago. He tratado de ofrecer herramientas para que cada uno podamos responsabilizarnos de nuestra relación con la comida, bajar la culpa y aparcar el victimismo”. 

Aunque está dirigido a hombres y mujeres, reconoce que se ha topado con un buen número de mujeres entre los 50 y los 60 años con un trastorno oculto para el mundo hasta charlar con ellas. “Sienten culpa y vergüenza. En ellas anida un pequeño monstruo; una parte que no quieren que se vea”. 

Entender para solucionar

La experta concreta con ejemplos situaciones que pueden derivar en un nexo problemático con lo que comemos. En su consulta, un tipo de intervención nutriemocional atiende a personas estresadas en el trabajo o con baja autoestima. “Ese jefe que no soporto, al rabia contenida, decir sí a todo sin convicción. Llegamos a casa y literalmente, nos comemos todo loq eu hay en la nevera. No nos dignificamos ni nos damos un lugar. La terapia debe dirigirse a encontrar el origen del problema. La solución empieza por preguntar: ¿De qué tiene hambre tu vida? Debajo de las ganas de comer puede esta el hambre de amor, de pertenencia, de nosotras mismas, de ser quien de verdad eres. La conclusión es que la comida no nos hace nada, sino que la usamos como una herramienta para expresar lo que no somos capaces de mostrar”. 

Otro tipo de atracón tiene un carácter reptiliano. “Es una relación con la comida más fisiológica. Difícil de enmendar en terapia. De suele dar en personas que llevan toda la vida haciendo dieta, que enferman gravemente o atraviesan un duelo, en deportistas de élites sometidos a muchas restricciones alimentarias. El cuerpo es sabio y quiere sobrevivir. Ese reflejo de la hambruna se engatilla en forma de atracón y excesos. Y nada ni nadie lo puede frenar”. 

Como posible tratamiento para estas personas, Mitiam Salinas propone marcar los alimentos que protagonizan los atracones con los colores de un semáforo y, poco a poco, pautar algo así como atracones ‘legalizados’ para que los alimentos en teoría prohibidos sean integrados con más naturalidad y se despojen de connotaciones insanas. “Parece fácil, pero ese comportamiento esconde hambre de seguridad y control. El pensamiento mágico nos dice que si controlas la comida controlas tu vida. Defiendo una exposición progresiva para trabajar traumas y fobias. Es más sencillo seguir adelante con un sistema nervioso en calma”. 

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