El pasado 9 de enero tuve la suerte de asistir a la recepción, en el Palacio de la Zarzuela, de una delegación de la CEDE (Confederación Española de Directivos y Ejecutivos). Durante la misma se trataron muchos temas, pero hubo uno siempre presente: la importancia de la innovación para nuestro país. De hecho, Su Alteza Real el Príncipe de Asturias afirmó rotundamente que la innovación es un motor fundamental para salir de la crisis. Me encantó comprobar que él también lo comparte: la innovación es una pieza clave para nuestra recuperación…
Esta afirmación está avalada, entre muchos otros trabajos, por un estudio publicado recientemente por PITEC (Panel de Innovación Tecnológica) en el que se evidenciaba que, en una empresa media y representativa de nuestro país (como todos sabemos, una PYME), incrementar en un punto el gasto en innovación lleva a que las ventas anuales crezcan un 3,7% adicional. Este efecto se amplía en función de la intensidad tecnológica de la empresa. Por ejemplo, en sectores de alta tecnología el impacto lleva a ser casi el doble (7,9%).
Sin embargo, de acuerdo al INE, en España el gasto en I+D ha bajado un 8,91% desde el año 2008 (coincidiendo con el inicio de la crisis). Más en concreto, se ha reducido un 4,33% en nuestra Administración Pública y un 12,13% en la compañía privada. Lamentablemente, si analizamos las estadísticas de empresas innovadoras las cifras son mucho más alarmantes. El porcentaje de empresas que han incorporado innovaciones sobre sus productos y/o procesos se ha reducido en un 36,47%, pasando de un 20,81% del total del tejido empresarial a un 13,22%, lo que sumado al fenómeno de destrucción de empresas que hemos sufrido estos últimos años ha llevado a que el número total de compañías que han realizado innovaciones tecnológicas se haya reducido en un 50,68%.
¿Significa esto que para retomar la senda del crecimiento económico sostenible nuestras empresas deben incrementar el gasto en I+D en un 12,13%? Es incuestionable que necesitamos incrementar la dedicación de recursos a esta partida pero no es suficiente. Podemos retomar la senda del crecimiento sostenible utilizando otras palancas.
La reducción del gasto en I+D del 12,13% ha traído consigo una disminución del porcentaje de empresas innovadoras de un 36,47% y del total en un 50,68%. En otras palabras, se ha producido un claro efecto multiplicador en estos porcentajes que muestra que el impacto final de un recorte de presupuesto sobre esta partida es mucho mayor que la reducción original. ¿Por qué? Porque la disminución del gasto en I+D impacta además sobre la actitud de los profesionales hacia la innovación, generando como resultado un peligroso obstáculo frente a su desarrollo: la falta de motivación por innovar.
El 54,91% de nuestros profesionales considera que innovar es difícil o muy difícil aunque el 77% piensa también que, sin embargo, él es capaz de hacerlo, lo que pone de manifiesto la existencia de importantes barreras internas que dificultan (o incluso “apagan”) el desarrollo del proceso. De la misma forma, el 60,47% de nuestros profesionales considera que no merece la pena el esfuerzo de intentar innovar por la falta de reconocimiento o la apropiación “indebida” de las ideas por terceras personas.
Estas son algunas de las conclusiones de la investigación que estoy desarrollando sobre el estado de la innovación en nuestro tejido empresarial, gracias al apoyo del IE Business School y SAGE, trabajo en el que han participado hasta el momento 1.147 empresas y miles de profesionales y sobre el que ya se han hecho eco publicaciones internacionales como Forbes, pero también organismos nacionales como FECYT (Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, Ministerio de Economía y Competitividad).
Por ello, es imprescindible que nuestras empresas inviertan en I+D, pero no es suficiente, es necesario introducir nuevos modelos de gestión que permitan gestionar con eficiencia el comportamiento innovador, y extraer como resultado el máximo retorno de esa partida.
No obstante, este trabajo de investigación llega también acompañado de buenas noticias, puesto que muestra que tenemos unos recursos humanos muy preparados para afrontar con éxito este proceso. Más concretamente, nuestros profesionales muestran una orientación al aprendizaje muy positiva (superior al 92%), una elevada auto-eficacia tecnológica (cercana al 90%), una buena autoestima (por encima del 85%) y un optimismo cada vez mayor (por encima del 86%), todos ellos ingredientes imprescindibles para poder innovar con éxito.
Por ello, si aprendemos a motivarlos (nuestra asignatura pendiente) y a que pierdan el miedo a fracasar, recuperaremos el papel que nos corresponde como profesionales, empresas y, por supuesto, como país en el marco internacional global.