William Shakespeare llegó a la parroquia rural ecuatoriana de Cajas Jurídica el 30 de mayo de 2018. El nombre del escritor inglés apareció tras la pantalla del primer ordenador con contenido académico sin Internet instalado como parte del proyecto OfflinePedia. La iniciativa, encabezada por Joshua Salazar, de 23 años, ha hecho posible que seis comunidades rurales e indígenas de Ecuador puedan hacer búsquedas y acceder a los 1,5 millones de artículos en español de la Wikipedia, así como leer obras enteras o utilizar simulaciones interactivas sobre ciencia. Salazar, nombrado en 2020 por el MIT como uno de los innovadores latinoamericanos menores de 35, continúa dos años después con su misión: llevar el conocimiento a estos lugares marginados en Ecuador, donde solo el 16% de las familias tiene conexión.
Salazar habla —o más bien, explica— sobre OfflinePedia con un aire de profesor universitario. Por cada concepto nuevo viene una detallada descripción de por qué es importante y cómo funciona. Una lección de informática en cinco minutos y por videollamada. En resumen, todo se puede reducir a un pequeño artefacto del tamaño de un móvil: un Raspberry Pi, una placa verde que funciona como el cerebro de un ordenador. A este se le instala un software que permite descargar toda la información de la Wikipedia. Estas dos cosas juntas se conectan a un televisor viejo dentro de una caja de madera que pueda encerrar todo el cablerío. “Y listo”, termina Salazar con su cátedra.
El invento se le ocurrió cuando era muy pequeño. De hecho, fue precisamente gracias a otra enciclopedia digital que el concepto le comenzó a merodear en la cabeza. “Crecí en una zona marginal. Recuerdo en la escuela [concertada] teníamos la [enciclopedia de Windows] Encarta. Y me preguntaba: ‘¿por qué cobraban el acceso?», cuenta. Los años pasaron y cuando comenzó a estudiar física en la Universidad Yachay Tech (en la provincia de Imbabura, al norte de Ecuador) decidió, junto con dos amigos, hacer viajes los fines de semana a las regiones indígenas del país andino para hablar de ciencia.
Salazar y sus compañeros regresaban al campus con sentimientos encontrados. “Notabas cómo la gente se interesaba. Normalmente hay cierta reticencia a conceptos como la física o las matemáticas. Pero también en esos lugares, sin biblioteca o Internet, todo es más difícil”. Sin embargo, en esos meses hubo un hecho que terminaría por ser la última vuelta de tuerca para la consolidación del proyecto. Ecuador, como muchos otros países del continente, comenzó la transición de sus canales de TDT a digital. Esto hizo que mucha gente tirara sus televisores análogos. El incentivo perfecto para crear un ordenador offline, reciclado y de bajo coste —el resto de los componentes, como el Raspberry Pi, el ratón o una tarjeta SD no rebasan los 130 euros—.
El resultado ha sido un total de seis ordenadores en seis distintas comunidades. En cada una el artefacto venía con algún detalle extra, muchas veces supeditado a las condiciones o realidades de cada sitio. Por ejemplo, paneles solares para regiones sin electricidad o un router para replicar la OfflinePedia en los móviles de los chavales. “Es increíble, una vez, cuando instalamos el ordenador, fue la primera ocasión que unos niños vieron un computador en sus vidas”, recuerda.
Hasta el momento, la iniciativa ha salido adelante con el dinero que Salazar ha reunido entre sus amigos, voluntarios, o algún profesor de la universidad. Esta situación ha hecho del proyecto una tarea titánica que se ha tenido que sortear, a veces, hasta con métodos poco ortodoxos: “En 2017 gané una Smart TV en una feria de ciencia. La vendimos para poder financiarnos”, recuerda el ecuatoriano. Ahora buscan mayor financiación para los próximos pasos como, por ejemplo, realizar un estudio etnográfico de las búsquedas que se han hecho en los lugares con estos ordenadores instalados.
El día a día tampoco es sencillo. Salazar lleva la batuta y cuenta con la ayuda de un par de amigos cuando tienen un poco de tiempo —al final del día, el día a día de esta aventura tecnológica no ha dejado de ser un voluntariado— por lo que ahora apunta a los campus en busca de alumnos que quieran colaborar. Sin embargo, esto se ha convertido en un dolor de cabeza burocrático, ya que debe acreditar el proyecto ante el Estado para que los alumnos puedan optar a ayudarle como parte de su servicio comunitario obligatorio para graduarse.
Tras ser reconocido en 2020 por el MIT y la prensa de su país, Joshua Salazar sigue luchando para consolidar su proyecto. Su merecido, pero improbable ascenso, busca más financiación para seguir llevando a Shakespeare a los lugares más improbables. O quizás a Newton o Curie… u otro Salazar.