Al día siguiente de volver de un proyecto de innovación en una multinacional en Perú, que me ha tenido fuera de casa durante un mes, mi hija Lucía, que va a cumplir 5 años, se sentó junto a mí y me preguntó: “¿Papá, qué has hecho en Perú?”
Todavía dormido por el jetlag, le enseñé las fotos en el móvil de las oficinas del cliente, del equipo de trabajo del cliente, del hotel donde estaba y alguna de turismo, que también hubo tiempo.
Pero ella siguió. “Pero entonces ¿en qué trabajas? Porque mamá es enfermera y cuida a las personas que se ponen malitas, pero ¿y tú qué haces? Y me quedé sin respuesta.
Una interesante reflexión. ¿Qué hacemos los profesionales de la innovación y por qué somos necesarios? Seguro que alguna vez has tenido problemas para explicar en qué trabajas.
El colectivo de profesionales de la innovación forma parte de lo que Peter Drucker definió como “trabajadores del conocimiento” y es muy variado: Personas que trabajan en los departamentos de innovación de las empresas (directivos, mandos intermedios y técnicos), personas que aportan desde fuera (consultores, técnicos de la Administración Pública y organismos intermedios) y personas que trabajan en centros de conocimiento (Universidades y centros tecnológicos).
A mí me gusta pensar que nuestro trabajo consiste en ayudar a las organizaciones a mantener y generar empleo.
Y en el caso específico de los externos, también, ayudar a otros profesionales de la innovación a ser más eficaces y eficientes en su trabajo.
Si lo piensas un poco, creo que tiene todo el sentido. El objetivo final de la innovación es generar valor y riqueza. Es hacer que las organizaciones sean más competitivas. Sin son más competitivas, podrán crecer y consecuentemente generar más puestos de trabajo. O por lo menos mantenerlos, con el entorno actual.
Sin embargo, no contamos con un manual de instrucciones que nos diga que si conectamos A con B se encenderá la luz. Nuestras job descriptions son nebulosas. Porque la innovación tiene un componente importante de riesgo y de trabajo con las personas. Y no hay nada más imprevisible que las personas.
No hay un único camino para innovar. Diariamente nos enfrentamos a retos y situaciones diferentes, sobre las que tenemos que aplicar nuestra experiencia y conocimientos, además de toda una serie de metodologías, muchas de ellas muy recientes.
Y para eso los profesionales de la innovación tenemos a nuestra disposición una enorme caja de herramientas. Analizamos la situación y decidimos cuál utilizar. Como un mecánico. A pesar de que el arsenal de herramientas es enorme y sigue creciendo, si tuviera que señalar las metodologías críticas que utilizamos me quedaría con cinco: vigilancia tecnológica, design thinking, customer development model, gestión de la cartera de proyectos y Project management.
Así que hablamos de aprendizaje continuo y muchas horas de estudio para llenar y actualizar nuestra caja de herramientas.
Quizás lo mejor de nuestro trabajo es que es divertido. A todos nos gusta hacer cosas a nuevas. Aprender. Imaginar proyectos y productos. Probar y experimentar. Redescubrir al niño que llevamos dentro.
Pero no nos engañemos. Las ideas no pagan las facturas. Las metodologías tampoco. Si no generamos impacto económico nuestros jefes (clientes o superiores) se pondrán nerviosos y tendremos que justificar dónde ha ido el dinero invertido.
Entonces, ¿por qué somos necesarios?
Porque nos atrevemos a proponer y desarrollar ideas rupturistas, que un directivo normal, orientado a la eficiencia, no propondrá nunca.
Porque sabemos gestionar la incertidumbre y el riesgo.
Porque tenemos una caja de herramientas que utilizamos en función de cada caso. Podemos desarrollar nuevos productos y procesos, identificar tecnologías que puedan ser útiles en el futuro, localizar alianzas interesantes, sacar el potencial creativo del resto de compañeros a través de sus ideas, coordinar a proveedores tecnológicos, e incluso conseguir ingresos y financiación para la innovación.
Como todo colectivo, cuando los profesionales de la innovación hablamos entre nosotros, tenemos nuestra propia jerga. Sabemos a lo que nos dedicamos y no tenemos que explicarlo, porque es obvio. ¡A la innovación, claro! Utilizamos siempre un vocabulario horrible y mayoritariamente anglosajón: Open innovation, business model. Lean-startup, valorización de la innovación (vaya término…) programa marco, propiedad intelectual, stage-gate… Y cuidado con no saber de lo que estás hablando, que te quedarás fuera del círculo.
Somos el lado oscuro de los servicios empresariales.
Pero me gusta lo que hago desde hace 13 años y no lo cambiaría por otro trabajo. Me divierto y aprendo todos los días. Para mí, hay dos frases que resumen todo:
- Sin las personas la innovación no es posible
- Cualquier organización puede innovar, es solo cuestión de actitud y metodología
Así que después de escribir este artículo, a mi hija le dije que mi trabajo es ayudar otras personas a hacer cosas nuevas y diferentes en sus empresas. Quizás así sea todo más sencillo, ¿verdad?