Computación en la nube, robótica, ciberseguridad, Internet de las Cosas… A diario leemos y escuchamos noticias sobre el impacto que estas tecnologías asociadas a la transformación digital tienen sobre nuestras vidas, para bien y para mal. Se abren posibilidades de desarrollo nunca vistas, pero también nuevas incógnitas: ¿va a desaparecer mi puesto de trabajo? ¿Cómo garantizan las empresas que gestionan mis datos personales la privacidad de los mismos?
Nada de esto es nuevo, en realidad. Todas las revoluciones industriales han traído consigo esperanzas y temores, más o menos fundados. La aparición de la máquina de vapor y de los ordenadores provocó la extinción de ciertos empleos tradicionales, aunque también la creación de otros que no existían hasta el momento.
Lejos de adoptar una visión apocalíptica, soy de la opinión de que las ventajas superarán a los inconvenientes. El proceso de cambio no se detiene por nuestras dudas, así que lo único que podemos hacer es estar preparados. La mejor estrategia para enfrentar la disrupción es tratar de comprender esos cambios, aprender a gestionar la incertidumbre y adaptarse con rapidez. En este contexto, la misión de una escuela de negocios debe ser formar profesionales que sean capaces de afrontar con éxito los nuevos retos y contribuir así a la innovación en la sociedad y el tejido empresarial.
Estos profesionales de nuevo cuño serán los responsables de liderar el mayor desafío actual de las organizaciones, que no reside en implantar la tecnología, sino en saber cómo utilizarla. La transformación digital debe ir acompañada de una transformación cultural en todos los departamentos, desde el directivo hasta el último empleado. Requiere un cambio total de modelo de negocio, procesos productivos y organización. No se trata de que los CEO tengan que ser expertos en tecnología, sino de que cuenten con las bases para comprender las oportunidades y amenazas que plantea la disrupción tecnológica y estén dispuestos a afrontarla, impulsarla y trasladarla a los equipos que lideran.
Vivimos en el imperio de los datos. En 2020 habrá 25.000 millones de dispositivos conectados, lo que supone una cantidad ingente de información y nuevos requisitos para su correcto tratamiento y protección. El Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, que entrará en vigor en mayo de 2018, obligará a todas las empresas que manejen un gran volumen de los mismos a contar con la figura del delegado de protección de datos (Data Protection Officer o DPO). Por otro lado, los crecientes ciberataques harán necesario el refuerzo de personal en estas áreas. Así, las estimaciones hablan de 350.000 nuevos empleos en ciberseguridad en toda Europa en 2022, según un sondeo del Center for Cibersafety and Education (ISC)².
Según esta fuente, dos tercios de las empresas carecen de expertos en ciberseguridad suficientes para hacer frente a los desafíos y amenazas actuales. Nos hallamos ante un nuevo campo de conocimiento, por lo que todavía existe un déficit de perfiles con cualificación y experiencia probada en este campo.
Ante esta perspectiva, la formación de expertos en estas nuevas áreas de la economía digital es un imperativo para la Escuela de Organización Industrial, en su doble ámbito de escuela de negocios y de fundación pública dependiente del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad. Apostamos por cualificar profesionales con los conocimientos técnicos requeridos, pero que también cuenten con capacidades y habilidades necesarias para desenvolverse en este mundo de cambio vertiginoso. El conocimiento es imprescindible, pero también lo son la pasión, el entusiasmo, la capacidad de asumir riesgos, el derecho a equivocarse y a aprender de los errores, la creatividad… Cualidades y sentimientos en los que los ordenadores y los robots no pueden sustituir al ser humano.