No tenía del todo claro el camino a tomar. En la cafetería del instituto, un grupo de compañeros aficionados a las ciencias entre los que estaba Patricia Martínez-Garzón (Madrid, 1986) acabó por decantarse por la Física. Hoy, la investigadora, Doctora en Geofísica y Sismología, trabaja en el GFZ-Potsdam, donde dispone de financiación propia y tiene su grupo de investigación.
La carrera la cursa en la Universidad Complutense. También allí hace un máster en Geofísica y Meteorología, supervisado por el doctor Miguel Ángel Santoyo, actualmente en la Universidad Autónoma de México. “Lo que sí sabía era que quería irme fuera. Él me ayudó a llamar a distintas puertas”. Así llegó al GFZ en 2011, como estudiante de doctorado de la Universidad Libre de Berlín. “Es uno de los mejores centros de Europa en el estudio de la geofísica”, dice Martínez-Garzón sobre el que se ha convertido en su hogar profesional.
“La carrera fue bien. Al principio me decantaba por astronomía y la geología. A base de salir al campo como hobby me convertí en toda una ‘friki’ de las rocas”, recuerda Martínez-Garzón. “La física de la tierra es una tipología en la que aún quedan muchas preguntas por responder. Decidí dedicarme a los terremotos. Puede parecer raro en España”.
La investigadora ha completado su bagaje internacional con numerosas estancias en el extranjero, entre las que destaca las de la Universidad del Sur de California (USC) y la Universidad de Alberta (UofA), en Canadá. “Sigo colaborando con muchos los profesionales que he conocido en estos viajes”, apunta Martínez-Garzón.
El valor del GFZ
El centro es puntero en varias líneas de investigación abiertas que abarcan desde la geoquímica, la geodesia, “las capas superficiales de la corteza terrestre”, hasta el núcleo del planeta. “Lo interesante es que en general no hacemos ciencia porque sí, sino que su finalidad es muy aplicada. Adaptamos las investigaciones a lo que necesita la sociedad en cada momento”. El GFZ tiene una financiación 100 % pública. Un 90 % le corresponde al Estado alemán y el 10 % al estado de Brandemburgo.
La institución coordina además una red sísmica internacional, GEOFON, que avisa a los pocos segundos de que suceda un terremoto. “Es una iniciativa muy interesante que el GFZ ofrece a la sociedad, ya que es de libre acceso y permite la descarga de datos en tiempo real”.
Patricia Martínez-Garzón considera que otro de los puntos fuertes del centro es su expertise ingenieril. “Tienen toda una infraestructura dedicada a taladrar el suelo con maquinaria muy potente”. De hecho, esta especialización se debe a que el GFZ es una agente principal en la International Continental Scientific Drilling Program (ICDP). “Hablamos de máquinas enormes a disposición de los investigadores. Entre los años 1987 y 1995, una de ellas permitió perforar cerca de Bavaria (Alemania) 9.1 kilómetros en el que es uno de los pozos más profundos del mundo con fines científicos”, explica.
Alerta máxima en Turquía
Sobre el terreno, y en el área de la sismicidad natural, uno de los proyectos que ocupan buena parte del tiempo de la investigadora se ubica en Turquía, en la falla del norte de Anatolia, a menos de 20 kilómetros de Estambul. “Es una falla comparable a la de San Andreas, en California. La diferencia es que Los Ángeles y San Francisco están más preparadas para un seísmo. En Estambul, donde viven 15 millones de personas, sólo aproximadamente un 10 % de los edificios podría resistir un temblor potente (M > 7) a día de hoy. Cuando suceda, podría ser un desastre”, explica Martínez-Garzón. “Tras 300 años de ‘calma’, la falla está preparada para saltar en cualquier momento”.
En 1999, un terremoto 7,2 grados de magnitud dejó más de 10.000 víctimas mortales. Su epicentro, en Izmit, estaba a 200 km de la gran metrópoli turca. ¿Cómo trabaja el equipo del GFZ para paliar una hipotética tragedia? Por una parte, caracterizando grandes terremotos naturales. “Ahora no es posible predecirlo, pero buscamos determinar con mayor precisión cuándo, dónde y con qué potencia tendrá lugar un seísmo”.
Para ello, tratan de averiguar cambios en los patrones sísmicos de zonas concretas. Así detectan fenómenos que pueden actuar en ocasiones como indicadores de la activación sísmica. El grupo dirigido por el Profesor Bohnhoff ha instalado estaciones temporales y permanentes en el área a estudiar. Siete de ellas están en el mar de Mármara y miden 300 metros de profundidad gracias a las capacidades de la maquinaria super drilling.
Los planes pasan por ampliar el número de estaciones. “Lo bueno es que trabajamos codo con codo junto a las autoridades turcas responsables de gestionar los desastres”. Martínez-Garzón aclara que las funciones del GFZ son analizar los datos y transmitir la información. “Nosotros somos científicos, no tomamos las decisiones”.
En este marco, en 2016 fueron capaces de detectar más de 20 terremotos precursores de un seísmo de 4,2 grados. “El pico empezó 48 horas antes. Lanzamos un mensaje gracias a la buena red de estaciones de la que disponíamos en la zona”. La investigadora cree que esta secuencia podría producirse en una situación de alerta mayor, lo que dotaría de todo sentido el despliegue llevado a cabo.
Terremotos provocados en Finlandia
Otro de sus campos de acción prioritarios es la sismicidad inducida, “muy en auge en los últimos años”. En concreto, el GFZ estudia la microsismicidad provocada por el desarrollo y la explotación de energía geotermal. En resumen, el objetivo es que el vapor del suelo mueva unas turbinas colocadas en la superficie que dan lugar a la corriente eléctrica. Su potencial depende de lo caliente que sea la corteza terrestre. En California, con una de las mayores reservas geotermales (The Geysers), esta fuente renovable y 100 % limpia, está en condiciones de abastecer al 60 % de la ciudad de San Francisco.
El problema es que el acto de inyectar fluido en el suelo para que se caliente y genere vapor desencadena sismicidad. “Hay que controlarlo. Si no se mantiene a raya, cualquier anomalía, por ejemplo en un entorno urbano, puede paralizar estos proyectos”, señala Martínez-Garzón. Algo así sucedió en la ciudad suiza de Basilea tras provocar las operaciones un seísmo de 2 grados. Una potente inversión quedó en el aire.
En el lado positivo, el pasado año, Martínez-Garzón y el equipo comandado por el Dr. Kwiatek y el Profesor Dresen consiguieron desarrollar en las proximidades de la Universidad de Helsinki un pozo geotermal de 6.1 kilómetros, el más profundo del mundo. “El día de mañana podrían tener un abastecimiento energético 100 % renovable, pero el reto esta vez era que por el camino no sufrieran daños las supercomputadoras alojadas en la facultad de Físicas”.
La misión encomendada obligaba a que los terremotos provocados nunca superaran los 1,9 grados de magnitud. La novedad fue que, gracias a una monitorización muy sofisticada, lograron determinar cómo la máxima magnitud de estos seísmos es proporcional a la cantidad de fluido inyectado en el suelo.
“También resultó muy importante cuidar la velocidad con la que inyectábamos. Cuando veíamos que los terremotos se disparaban en magnitud o número, avisábamos rápidamente a los operadores in situ en Helsinki. Esas pausas han sido determinantes. Ahora queda saber qué porcentaje de suerte ha influido en el éxito del proyecto o si es una metodología aplicable”. Este artículo ha sido recientemente publicado en la revista Science Advances.
España y los terremotos
En nuestro entorno, al reciente desastre de Lorca, hay que sumar otros episodios negros, como el terremoto de 7,3 grados en el Cabo de San Vicente (Huelva), ocurrido en 1969; el seísmo que destruyó parcialmente Torrevieja en 1829 y, sobre todo, la tripleta terremoto-tsunami-incendio que en 1755 arrasó Lisboa, con efectos en todo el sur de España, y que dejó más de 1.000 muertos solo en la localidad onubense de Ayamonte.
“Hay constancia de que un tsunami volverá a tener lugar en las costas de Cádiz-Huelva”, detalla Martínez-Garzón. “Aún hay mucho que estudiar sobre la actividad sísmica de España. Zonas como Granada o los Pirineos, por no hablar de las Islas Canarias, que merecerían un capítulo aparte”. La investigadora admite seguir en contacto con sus antiguos colegas de la Complutense y con varios expertos en sismicidad inducida afincados en Barcelona del Insituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera.
“Ya no se trata de tener un sueldo mejor en España que en Alemania, sino de poder vivir de la ciencia” (Patricia Martínez-Garzón).
Patricia Martínez ha sido madre por partida doble. En marzo vuelve al trabajo –“¡Lo estoy deseando!”- tras completar la mitad de la baja por maternidad. “Los otros seis meses los utilizará mi marido”. Esta es una de las ventajas sociales de las que disfruta en tierras germanas. “Desde ahora estoy autorizada a trabajar al menos dos días por semana desde casa. La conciliación es más sencilla. Mis compañeros me dan toda clase de facilidades. También mi jefe –el mencionado profesor Bohnhoff- me ofreció una de las oficinas más grandes de nuestro departamento al enterarse de que estaba embarazada. “Así puedes traerte a los bebés cuando quieras, me dijo”.
Aunque no descarta regresar a España en algún momento, la comparación no se sostiene respecto a la importancia otorgada a la ciencia en Alemania. “Después de 5 años como doctora, algunas ofertas en España contemplan salarios inferiores a lo que ganaba en el GFZ preparando el doctorado. Es inviable. Ya no se trata de ganar más, sino de poder vivir de la ciencia”.
En este escenario, la investigadora echa en falta más financiación y que las inversiones directas o en forma de becas estén correctamente canalizadas. En cuando al ámbito privado, le provoca envidia sana el empuje que viven otros países. “Varios colegas trabajan en Estados Unidos gracias a la financiación de Google o Amazon. Y sí, aunque parezca mentira, investigan terremotos con ese dinero”, concluye.