En 1996, Pep Vich y Andreu Crespí fundaron CMV Architects. 25 años después “mantenemos intacta nuestra pasión por la arquitectura”, asegura Vich al otro lado de la pantalla. El socio de la compañía espera su vuelo de regreso a Palma de Mallorca (allí nació el estudio) desde otra isla, la de Lanzarote, el paraíso donde prevén trabajar en distintos proyectos.
El camino que les ha llevado a participar en más de 400 obras no ha sido fácil, pero no han dado ni un paso atrás. Helena Montes, Tolo Cursach y Lluís Escarmís completan el núcleo duro de CMV. “Somos un grupo de amigos. Ello nos permite decirnos muchas cosas y llevar mejor las discusiones inevitables. Cada uno tenemos una visión particular de la arquitectura y el diseño, pero nos amoldamos”, detalla Pep Vich.
La cronología de la empresa tiene un punto de inflexión en 2009, cuando CMV Architect gana el concurso internacional para el diseño y la construcción de la Hei Tower en Hanoi, Vietnam. Fue el principio de un idilio con el mercado asiático que dura hasta hoy. “Abrimos oficina en Vietnam. Durante años he ido y he vuelto cada quince días. Acabas por acostumbrarte a tantos viajes largos. Por suerte a mí, me cuesta más quedarme quieto que a Andreu (Crespí). Somos complementarios”.
Máxima flexibilidad
La premisa del estudio no está sitiada por ningún estilo particular, pero sí tiene grabados en piedra sus propios mandamientos. “El diseño ha de ser parte del lugar. No es igual Marbella que Lanzarote; Turquía, Vietnam o Maldivas. No podemos encorsetarnos, sino acoplarnos a la cultura, al clima, al entorno del edificio, a los materiales disponibles o a las condiciones socioeconómicas de cada zona”.
Pepe Vich completa el ideario particular de CMV apuntando que, si bien se definen como contemporáneos, “somos realistas, estamos lejos de la última vanguardia”. El arquitecto afirma con rotundidad que el fin de su trabajo es construir un edificio, hacer realidad el proyecto. “Al margen de que los dibujos previos sean muy bonitos, los edificios deben ser vivibles, cómodos, flexibles. Una fachada muy original no tiene ningún sentido si las estancias del edificio son pequeñas, están mal ventiladas o carecen de suficiente luz natural”.
La pandemia y sus efectos
Bajo estas premisas considera que el objetivo de la arquitectura es, en definitiva, servir a la sociedad. “Esto no va de satisfacer egos. La pandemia, pese al desastre que aún provoca, nos ha servido para pensar. Queremos respirar más. ¿Qué sentido tiene cerrar una terraza para tener un salón más grande? Ahora nos conformamos con un pequeño balcón en que quepan un par de sillas. Y aunque el clima manda, y no es lo mismo construir en Galicia que en Cádiz, detectamos cierto cambio de mentalidad en los promotores”.
¿Sobrevivirán las tendencias ‘hijas’ de la pandemia? “Quién sabe qué ocurrirá dentro de cinco años. La memoria del ser humano es muy frágil”, explica Vich. “Quizá estemos ante un nuevo comienzo para recuperar el hogar como esa ‘máquina de vivir’ de la que hablaba Le Corbusier. Viviendas, oficinas o habitaciones de hotel más flexibles y modulares. Los espacios deben adaptarse a la gente. Sin personas no hay arquitectura, solo escenografía”.
Falso compromiso
Pep Vich no duda que estas nuevas demandas son mejor entendidas por la iniciativa privada. “Los políticos, sean del color que sean, manejan un dinero que no es suyo en proyectos construidos para ponerse medallas. Preferimos no trabajar para la administración pública. La parte privada mira mejor en qué gasta el dinero y cómo lo invierte”. El arquitecto dibuja un círculo vicioso del que también forma parte un grupo de “15-20 arquitectos” que son juez y parte en concursos y proyectos públicos. “Siempre se benefician los mismos. No creemos en los nombres propios sino en el equipo”.
En esta línea, Pep Vich piensa que vivimos una “segunda fiesta” después de la que concluyó con la crisis de 2008. Si los primeros años 2000 estuvieron marcados por los macroproyectos infrautilizados firmados por arquitectos estrella, el socio de CMV percibe que aquel arquitecto estrafalario es ahora el arquitecto comprometido. “De pronto todo es sostenibilidad. Pero no eres más respetuoso con el medio ambiente por, y es solo un ejemplo, el mero hecho de utilizar el adobe como material. Cabe preguntarse si tiene sentido”.
“Creemos en la sostenibilidad, pero no el marketing de la sostenibilidad”, continúa Vich. “Por mucho empeño que le pongas, no me vas a convencer de que un edificio de cristal es sostenible. Esto lo entendió mucho mejor la arquitectura tradicional asiática, preparada para el calor y los monzones; la mallorquina o la andaluza en sus pueblos blancos. Persianas especiales y ventanas ubicadas estratégicamente para generar corrientes. No estamos inventando nada. La gente no es tonta”.
El futuro y la vocación
“Ahora sí nos vienen a buscar, no como al principio”. Pep Vich sonríe al explicar que no trabajan por dinero, un argumento que, admite, no es del todo cierto, “pero sí puedo asegurar que por encima de lo económico están (de nuevo) la pasión y el enamoramiento por este oficio. Razones que justifican que “una vez llegas a la obra se te olvida que te has tenido que levantar a las 4 de la mañana y tomar dos vuelos”.
Ante una entrega tan incondicional, sorprende saber que la idea del joven estudiante Pep Vich era ser militar. “Lo de la arquitectura me empezó a gustar el verano en que repetí COU. Lo pasé haciendo ejercicios de dibujo técnico. Entre en arquitectura en segunda convocatoria, con el curso ya empezado. Desde entonces he vivido por y para la arquitectura. En mi trayectoria tengo que dar las gracias a todos los que están o han estado con nosotros. CMV no sería nada sin la ayuda y la colaboración de tanta gente”.
Si instalarse en Barcelona supuso un “antes y un después” para el estudio, CMV busca mayor proyección en Madrid y en el sur de España. También trabajar en proyectos más grandes. “En resumen, seguir consolidando la empresa y asegurar el relieve generacional”, concluye.