En el año 94, María Jesús Rodríguez regentaba junto a su marido un pequeño supermercado en la localidad onubense de Aracena cuando se vieron inmersos en una crisis económica. Su madre, que tenía varias cabras en la finca familiar, acostumbraba a vender a los vecinos del pueblo leche y queso. “Ella lo hacía sin etiqueta y se lo vendía a la gente que iba a su casa”, cuenta. Cuando su madre dejó de hacer queso, la gente del pueblo comenzó a preguntar a María Jesús si ella no iba a continuar elaborando ese producto que tanto gustaba. Fue entonces cuando decidió embarcarse en su propia aventura emprendedora.
Por aquel entonces empezó con unos 40 litros de leche, según ella misma relata y en solo un año llegó a utilizar toda la producción de leche que daba la finca de su padre. En un primer momento, Rodríguez vendía el queso sin etiqueta, igual que hacía su madre, pero poco a poco, los clientes empezaron a crecer y vecinos de otros pueblos demandaban sus productos.
En el área de sanidad le dieron todas las pautas para hacerlo “legal” y como en la finca de su padre existían unas instalaciones abandonadas, el matrimonio decidió adaptarlas a las exigencias impuestas para comenzar la producción allí. “En la zona de vaquerizas instalamos la zona de elaboración y en lo que antes eran los graneros, ubicamos las salas de oreos para curar el queso”, relata.
El queso de la quesería Monte Robledo se elabora con leche cruda y su curación es natural, respetando la flora del queso. Desde el principio, la onubense tuvo claro que no quería salas de oreo con control de humedad ni temperatura: “Yo pretendía hacer el queso que hacía mi madre y así iba a seguir”, asegura Rodríguez, que además es parte de la comunidad GIRA Mujeres, la red de apoyo de Coca-Cola al emprendimiento femenino.
Con la llegada del COVID-19 no detuvieron su producción. Sin embargo, el 90% de los quesos los vendían en la tienda. La familia se enfrentaba a un problema. “Pasé de estar decaída a ver la solución en un par de semanas”. Además de producir y vender quesos, la empresa familiar organizaba visitas a las instalaciones y talleres para que los asistentes elaboraran su propio queso. María Jesús les acompañaba en el proceso, incluso por mensajería instantánea vía Whatsapp durante la curación. “Sin saberlo tenía 3.000 números de teléfono en mi móvil, hice grupos de difusión con la ayuda de mi nuera y empecé a mandar mensajes”. En pocas semanas el negocio se fue recuperando e incluso llegaron a vender más que antes del confinamiento.
Las redes sociales han sido una revolución para esta emprendedora rural, tanto que asegura que ahora “no puede vivir sin ellas”. “A mí me gusta el contacto con la gente. Por ejemplo, esta tarde he estado charlando con una persona de Barcelona que había probado un queso y quería volverlo a comprar. Nosotros no añadimos ningún producto químico al queso: tiene leche, cuajo y sal, por eso el queso es diferente según lo que haya comido la cabra, la temperatura…” explica. Cuando pone la vista en el futuro, afirma con rotundidad que nunca cambiará su forma de producir, porque ella, insiste, siempre hará el queso cómo lo hacía su madre.