¿Cómo redujo América Latina su extrema desigualdad?

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Por Julián Messina - Esta columna fue publicada originalmente en el blog Ideas que cuentan del BID.

A comienzos del siglo XIX, el científico y explorador prusiano Alexander von Humboldt deambuló por las ciudades de América Latina y describió su asombro al ver la miseria y la riqueza, la “desnudez” y el “lujo” y la “enorme desigualdad de las fortunas”. Hoy en día, la imagen de desigualdad en América Latina perdura. La región, junto con el África Subsahariana, es la más desigual del mundo.

Sin embargo, es indudable que las cosas están cambiando. Desde los primeros años del nuevo milenio, la desigualdad ha disminuido significativamente en casi todos los países de América Latina. La tendencia, caracterizada por mayores niveles de educación y el aumento de los salarios, sobre todo de los trabajadores no cualificados, ha beneficiado a millones de personas.

¿Cómo se produjo este feliz cambio de circunstancias? Joana Silva, del Banco Mundial, y yo mismo contamos la historia en un libro titulado “Wage Inequality in Latin America” (La desigualdad salarial en América Latina), que se presentó el pasado 14 de noviembre, en el Wilson Center en Washington D.C. Como sugiere nuestro título, llegamos a la conclusión de que la reducción de las desigualdades salariales —en lugar de las diferencias en capital o en las rentas— fueron clave para el gran salto hacia adelante. En el nuevo milenio, la desigualdad salarial disminuyó significativamente en toda América Latina (en 16 de los 17 países estudiados). Y estas tendencias dibujan un marcado contraste con el resto del mundo, donde la mayoría de los países se enfrentan a una desigualdad constante o en aumento (Gráfico 1).

 

 

La desigualdad salarial disminuye cuando se estrechan las diferencias salariales entre los trabajadores. En el libro, informamos de que las diferencias salariales disminuyeron tanto entre los trabajadores del mismo nivel de habilidades (es decir, educación y experiencia en el mercado laboral) que trabajaban en diferentes empresas como entre los trabajadores de alta y baja cualificación. Más de la mitad de la reducción de la desigualdad se produjo entre trabajadores con el mismo nivel de competencias. El 48% restante se debe a una disminución de las brechas salariales entre los trabajadores de alta y baja cualificación.

Los factores más importantes se encuentran en la evolución del mercado laboral que coincide, al menos en América del Sur, con el auge económico de las materias primas de la década del 2000. El crecimiento durante este período fue un motor clave de la reducción de la desigualdad. A medida que el dinero fluía hacia los países y las monedas locales se apreciaban, las personas, las empresas y los gobiernos se lanzaron a una carrera de consumo en sectores no transables como la construcción y los servicios. Esto impulsó la demanda de trabajadores de baja cualificación empleados en esos sectores que, dicho sea de paso, eran sectores donde los salarios de los trabajadores del mismo nivel de habilidades son más similares en las diferentes empresas.

En el sector transables, entre tanto, la apreciación de la moneda redujo la desigualdad a través de un canal diferente. Perjudicó a las industrias manufactureras altamente productivas orientadas al mercado internacional, que pagaban salarios significativamente más altos que las menos productivas que producían para el mercado doméstico. Como consecuencia, la desigualdad salarial en ese sector disminuyó.

En la educación, las transformaciones fueron enormes. Las ayudas públicas, como los programas de transferencias monetarias condicionadas, entre otros factores, aumentaron considerablemente el número de personas que tenían acceso a la educación secundaria en América Latina. Millones de jóvenes iban a la universidad por primera vez. Esto trajo enormes beneficios para la región. Sin embargo, un diploma de educación secundaria o un título universitario ya no era tan raro como antes y, por consiguiente, la prima salarial para esos títulos ya no era tan alta.

La notable ampliación del acceso a la educación fue un segundo motor clave de la reducción de la desigualdad. Es decir, las personas con un buen nivel de educación ya no tenían ingresos tan desproporcionadamente altos como en el pasado y los trabajadores de baja cualificación, cuyo número se redujo, ganaban más. Si se añade a esto el hecho de que la prima salarial por la experiencia de los trabajadores de mayor edad con buen nivel de educación también disminuyó, quizá debido a cambios tecnológicos a los que no podían adaptarse, el cuadro está relativamente completo.

Desde luego, estos no fueron los únicos factores. Los niveles de informalidad también disminuyeron durante la década del 2000. Las empresas contrataron más trabajadores de baja cualificación y mejoró la aplicación de las regulaciones, lo que dio a los trabajadores un mayor poder de negociación cuando se trataba de beneficios y salarios. Nuevas leyes aumentaron notablemente los salarios mínimos en varios países, entre ellos Brasil y Argentina.

Sin embargo, estos factores son secundarios. En realidad, un mensaje clave de nuestro libro consiste en poner énfasis en que las principales fuerzas detrás de la reducción de la desigualdad estaban relacionadas con el tipo particular de crecimiento experimentado, sobre todo en América del Sur, y con los niveles crecientes de educación en toda la región. Estos factores fueron más importantes que los mecanismos de redistribución, como las transferencias monetarias condicionadas y el aumento de los salarios mínimos.

Esto es fundamental cuando pensamos en cómo seguir en la senda del progreso después de la desaceleración del crecimiento a mediados de 2011. Puede que los responsables de las políticas públicas se vean tentados, por ejemplo, a aumentar todavía más los salarios mínimos. Sin embargo, los salarios mínimos no jugaron ningún rol en la drástica reducción de la desigualdad en Perú, y en Brasil su importancia no superó el 20% durante el auge. Estos pueden ser útiles en una etapa de alto crecimiento. En esos periodos, pueden ser otro instrumento para asegurar que los pobres y vulnerables no queden rezagados. Sin embargo, en momentos en los que el crecimiento es bajo pueden constituir un gran error. Brasil experimentó un bajo crecimiento entre 1995 y 2003. En lugar de reducir la desigualdad, los aumentos del salario mínimo durante ese período la agudizaron porque las empresas no podían permitirse contratar personal a los nuevos salarios, por lo que numerosos trabajadores acabaron en empleos informales mal pagados o ganando menos que el salario mínimo.

Es poco probable que las altas tasas de crecimiento de la década del 2000 vuelvan en un futuro próximo. Aunque sigue disminuyendo, la desigualdad está cayendo a un ritmo más lento. ¿Cómo seguir adelante en la senda de una mayor equidad social? Si no contamos con un auge, podemos apoyarnos en el segundo pilar de la reducción de la desigualdad, a saber, la educación. Ésta será crucial como preparación para el período inevitable, al que ya se enfrentan las economías desarrolladas, en que los robots y otras máquinas realizan la mayor parte del trabajo de las personas en la parte media de la distribución de habilidades, reemplazando a trabajadores de factorías, a empleados en el sector de los servicios y en otros ámbitos de la economía.

Los desafíos son enormes. Los adultos jóvenes necesitan un apoyo al ingresar en el mercado laboral. Los adultos mayores, con niveles más altos de experiencia, pero no necesariamente con las habilidades adecuadas, tienen que volver a capacitarse. Esto es lo que destaca el reciente informe insignia del BID, Aprender mejor: políticas públicas para el desarrollo de habilidades, que plantea la necesidad de programas como los cursos de aprendizaje, que todavía están subdesarrollados en América Latina y el Caribe pero que han tenido un éxito notable en países como Alemania, Austria y Suiza. Estos programas, cofinanciados por el gobierno y el sector privado, pueden ser una excelente fórmula para ayudar a las personas a desarrollar habilidades técnicas a lo largo de un año o más mientras perciben un salario. Otras modalidades, entre ellas las prácticas, de más corto plazo, también pueden ayudar a aquellos que han quedado rezagados. Y tenemos que cambiar el enfoque de la escolarización, desde el acceso a la calidad, sobre todo en las escuelas públicas de los sectores pobres. Sí, estamos efectivamente en medio de una desaceleración. Sin embargo no tenemos por qué conformarnos con ser observadores pasivos. Deberíamos celebrar la gran disminución de la desigualdad en tiempos recientes y adoptar medidas para asegurar que el progreso continúe.

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