Por Gian Franco Carassale y Susan Wermcrantz Davis – Esta columna fue originalmente publicada en el blog Negocios Sostenibles del Banco Interamericano de Desarrollo BID.
Imagínate cómo sería vivir en un país donde la electricidad que consumas prácticamente no deje ninguna huella de carbono en el medioambiente. Costa Rica ha dado un paso importante en esta dirección. Desde mediados de junio, el país centroamericano sólo usa electricidad proveniente de fuentes renovables. Con un crecimiento económico del 2,8%, los costarricenses han encontrado la forma de cubrir la totalidad de su consumo de energía con el agua, el viento y otras fuentes alternativas.
Para finales de 2016, la compañía eléctrica nacional, el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), estima que menos del 2% de la energía del país provendrá de fuentes no renovables. La probabilidad de alcanzar esa meta es alta, ya que el país lo logró el año pasado, y esta semana se da un paso clave en la recta final hacia la independencia energética: la inauguración de Reventazón, la mayor central hidroeléctrica de Centroamérica.
Como el segundo proyecto de infraestructura más grande del istmo centroamericano después del nuevo canal de Panamá, la central hidroeléctrica Reventazón tendrá una capacidad total de 305 megavatios – la potencia necesaria para abastecer a medio millón de hogares. Para poner esto en perspectiva: San José, la capital y ciudad más grande de Costa Rica, tiene tan sólo 360.000 habitantes.
Los superlativos no terminan allí: con un costo total de casi US$1.380 millones de dólares, Reventazón cuenta con una estructura financiera única. La ventanilla privada del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) – ahora parte de la Corporación Interamericana de Inversiones (CII) – estructuró la transacción y participó con un total de US$335 millones. Una porción importante fue aportada por inversores institucionales internacionales, una medida inédita para el país.
El brazo público del BID contribuyó otros US$98 millones a la construcción de la central y prestamistas nacionales e internacionales aportaron el equivalente a US$560 millones. Parte de esos recursos se otorgaron en colones costarricenses, con lo cual se redujo el impacto de las fluctuaciones del tipo de cambio sobre las finanzas del ICE.
Al final, los esfuerzos valieron la pena. El proyecto, que está entrando en operación medio año antes de lo esperado, producirá unos 1.700 GWh anuales de energía renovable.
Para reducir a un mínimo el impacto de la obra en el medioambiente, el ICE desplegó una amplia gama de medidas compensatorias. Así, se rehabilitaron tierras anteriormente degradadas de la zona para el tránsito de jaguares y se protegieron el hábitat y las rutas migratorias de los peces autóctonos a través de un sistema pionero de conservación fluvial.
Es un logro importante para Costa Rica, que quiere alcanzar la neutralidad de carbono para 2021 y que se ha posicionado como principal representante del ecoturismo a nivel regional. Con ingresos de más de US$3.300 millones en 2015, el turismo prácticamente no ha parado de crecer en los últimos 25 años. Sin duda, la imagen de un país con un sector energético cien por cien renovable seguirá contribuyendo a su atractivo.
Pero más allá de los beneficios económicos para los diversos sectores, el modelo de la central Reventazón marca un hito para el desarrollo integral. Como gran proyecto de infraestructura no sólo contribuye a la independencia energética de Costa Rica, sino que traza el camino hacia un desarrollo más amigable con el medioambiente, uno que ayuda a disminuir la huella de carbono del país como un todo.