La robótica colaborativa empieza a enseñar sus cartas y a liberarnos de prejuicios. Ante los temores –unos fundados, otros injustificados- que vaticinaban un mundo en el que buena parte del trabajo humano se iría al garete con una legión de robots a los mandos, los hechos demuestran que el progreso tecnológico está en disposición de asumir una perspectiva humanista.
Del robot sustitutivo pasamos al robot colaborativo. Una muestra tangible de esta tendencia fue presentada hace unos días en el foro Transfiere, en Málaga. Robert es el nombre del robot vendimiador con el que el CSIC quiere hacer más llevadero y eficiente el trabajo recolector en los viñedos y otros terrenos agrícolas.
La iniciativa está integrada en el proyecto europeo FlexigroBots. Además del CSIC, participan la empresa informática Seresco y Wageningen University and Research, encargada de los drones. El partner empresarial del proyecto en España es la bodega Terras Gauda, donde Robert está dando unos primeros ‘pasos’ muy satisfactorios.
Como explica a Innovaspain Héctor Montes, investigador del Centro de Automática y Robótica del CSIC, la idea es que el vendimiador sienta que tiene cerca a un compañero que le ayuda. “Los trabajadores ya no tienen miedo. En las primeras reuniones nos manifestaban su inquietud por la posibilidad de perder el empleo. Sin embargo, en cuestión de minutos la confianza en el robot era total”.
Robert acompaña al trabajador a una distancia de seguridad de 30-50 centímetros. Cuando el operario se detiene, el robot también lo hace. Incorpora una cesta con capacidad para 20 kg, en este caso de uva. “El vendimiador tiene que dejar de cargar con tanto peso. Al final del día, con las fuerzas ya mermadas, los trabajadores y trabajadoras acababan arrastrando las cajas con los pies”, apunta Montes.
La bodega gana por tanto en eficiencia. Los robots están conectados en red. Cada vez que uno alcanza el peso de 20 kg de fruta, regresa a la estación base para depositar su carga. Otro robot, con la cesta vacía, le sustituye. El trabajo no cesa en ningún momento. Sensores, tecnología GPS y un código compartido por cada robot y su operario, hacen que Robert siempre tenga claro a quién tiene que ayudar.
La investigación está liderada en España por Ángela Riberio, y junto a Héctor Montes participan también estudiantes de máster y doctorado. “Estamos alineados con los imperativos que nos marca Europa. La robótica tiene que contribuir al bienestar de las personas, y el trabajo físico es un campo lleno de posibilidades con propuestas como Robert, pero también exoesqueletos. La idea es que los trabajadores ganen en calidad de vida”, detalla el investigador.
En agosto prevén llevar a cabo una prueba más ambiciosa en la bodega, incorporando más robots. Será un momento clave para terminar de afinar la operativa. A partir de ahí, la intención es comercializar el Robert. La vía elegida será probablemente el alquiler. Pequeñas flotas de robots trabajarán en una franja temporal definida, y después podrán viajar a otro lugar y a otros cultivos. “Es la alternativa más económica”, asegura Montes.
La propuesta de FlexigroBots va más allá de lo físico. El sistema de cámaras del robot escaneará la vid, y detectará posibles afectaciones, fundamentalmente la brotytis, una enfermedad habitual causada por un hongo. Robert aportará valor añadido ya que aplicará el funguicida de forma precisa, sólo en la zona dañada. “Ayudaremos a la detección temprana de la enfermedad, evitando su propagación”, concluye Héctor Montes.