La inteligencia artificial (IA) y la robótica en general, aunque particularmente la social (por ejemplo, los robots humanoides que podrían ayudarnos en nuestro día a día), han evolucionado a ritmos vertiginosos, pero distintos debido a una serie de factores en sus trayectorias de desarrollo. La disparidad se produce, fundamentalmente, a cuenta de los aspectos más técnicos: agarre, estabilidad, sistemas de visión, sensores… El problema no es reproducir el razonamiento humano, cosa que se logra gracias la IA, sino, curiosamente, nuestras funciones motoras: agarrar, desplazarse, mantenerse erguidos… Emular nuestras capacidades físicas es lo que frena el desarrollo de estos robots sociales en nuestros entornos.
La IA ha avanzado de manera notable en las últimas décadas, permitiendo la creación de máquinas capaces de procesar información, aprender y tomar decisiones con una agilidad que, en ciertos contextos, supera incluso a los humanos. Sin embargo, cuando hablamos de robots humanoides, el verdadero desafío no radica en que piensen como nosotros, sino en que actúen como lo hacemos. Los obstáculos para la robótica, especialmente la robótica social enfocada en la interacción con humanos en espacios domésticos, tienen más que ver con la física que con el razonamiento.
Los robots humanoides, diseñados para ayudar en tareas cotidianas del hogar, como limpiar, cocinar o cuidar a personas, requieren habilidades motoras complejas que los humanos damos por sentadas. A pesar de los avances en IA, reproducir la capacidad de un ser humano para realizar tareas físicas sigue siendo un desafío técnico. Elementos como el agarre, la estabilidad y la locomoción suponen problemas que la tecnología aún no ha resuelto por completo. Las manos robóticas, por ejemplo, aún no tienen la capacidad de manipular objetos con la precisión y la adaptabilidad que muestran las manos humanas. El simple acto de agarrar una taza o un lápiz requiere una serie de ajustes en tiempo real en cuanto a la fuerza, el ángulo y la posición, que un humano realiza de forma natural, pero que sigue siendo complejo para un robot.
Del mismo modo, la estabilidad al desplazarse es otro reto fundamental. Mientras que los humanos aprendemos a caminar y mantener el equilibrio desde una edad temprana, los robots humanoides siguen luchando para desplazarse en entornos complejos sin perder el equilibrio. El desarrollo de sistemas de visión y sensores para que estos robots puedan percibir su entorno y adaptarse a él es una tarea ardua.
Es paradójico que, aunque las máquinas han logrado replicar muchas de nuestras capacidades cognitivas a través de la IA, reproducir nuestras capacidades motoras básicas siga siendo uno de los mayores obstáculos para que los robots humanoides se integren plenamente en nuestra vida cotidiana. En definitiva, no es la inteligencia lo que frena el desarrollo de estos robots sociales, sino la dificultad de que actúen con la destreza física con la que actuamos los humanos.
Seguimos intentado que estos desarrollos emulen al ser humano, y la cuestión es que la interacción con el entorno a través de los sentidos en el ser humano es tan perfecta que los retos futuros son lograr que las máquinas perciban, interpreten y respondan a su entorno con la misma precisión, adaptabilidad y sensibilidad, lo que implica avances significativos en áreas más allá de la pura inteligencia artificial.