Cada día, tres personas son diagnosticadas en España de esclerosis lateral amiotrófica (ELA). La esperanza de vida de estos pacientes oscila entre los 3 y los 5 años. El mapa de la enfermedad es aún un misterio para la ciencia, pero investigaciones recientes empiezan a arrojar luz sobre aspectos desconocidos de la misma hasta la fecha. Los próximos años serán decisivos.
La Fundación ‘la Caixa’ ha celebrado un nuevo Debate CaixaResearch – Investigación y Salud bajo el título ‘ELA, una enfermedad mortal… ¿por mucho tiempo?’. En encuentro reunió a Carmen María Fernández-Martos, investigadora principal del laboratorio de Neurometabolismo del Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo, y Rubèn López Vales, catedrático del Departamento de Biología Celular, Fisiología e Inmunología, e investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).
"La ELA son muchas enfermedades en una"
López Vales destacaba en su intervención que, pese a los rápidos avances, la ELA es aún una enfermedad muy desconocida. A ello contribuye que se trata de una patología muy diversa. “Hablamos de muchas enfermedades de síntomas similares englobadas en una sola patología”. En el caso de la ELA con antecedentes genético, han sido descritas más de 25 mutaciones en genes que pueden dar lugar a la enfermedad, cuando lo normal es 1”. Además, estos pacientes son los minoritarios -entre un 5 y un 10 por ciento- por lo que el trabajo que hay por delante es inmenso.
El investigador también mencionaba la importancia de buscar causas comunes en pacientes con ELA esporádica (sin antecedentes familiares). “Hemos detectado ciertos patrones en zonas muy industrializadas, dedicadas a los metales pesados, o muy agrícolas; también sube el porcentaje cuando se dan el hábito del tabaquismo o determinadas enfermedades autoinmunes”. Son tantas las posibles implicaciones, que López Vales admitía que, por el momento, parte de su trabajo actual se parece a “nadar en medio del océano buscando una isla”.
Investigación en marcha
Existen sin embargos varias señales alentadoras. La investigación que dirige López Vales -apoyada por la Fundación ‘la Caixa’ y Fundación Luzón- parte de la neuroinflamación como uno de los mecanismos patogénicos que contribuye a la aparición y progresión de la ELA.
Estudios recientes han descrito una nueva familia de lípidos que promueven activamente la reparación de tejidos. Los científicos ya han demostrado su eficacia al reducir la inflamación en animales que se recuperaban de una lesión en la medula espinal. Estos solventaron los grandes retos de la inflamación, reduciendo los efectos secundarios de los antiinflamatorios.
El proyecto investigará la contribución de estos lípidos en ratones con ELA para encontrar nuevas terapias y determinar si son más eficaces que las actuales, como el riluzol. El objetivo es frenar la progresión de la ELA y encontrar nuevos biomarcadores que predigan su evolución.
Previsiones optimistas
“En los enfermos de ELA, la respuesta inflamatoria no es causa, sino detonante de la enfermedad, ya que se produce una respuesta crónica" (un descontrol del sistema inmune que encontramos también en formas graves de COVID-19). La idea es parar o frenar esa respuesta. “En estos pacientes, las moléculas encargadas de ‘apagar’ la respuesta inflamatoria tienen déficits, no se sintetizan; y es por ello que la respuesta inmune nunca finaliza”, explica. “El objetivo es controlar este proceso en un futuro a través de un fármaco”.
En 2022, López Vales y su equipo esperan disponer de resultados muy avanzados, listos para ser presentados a la comunidad científica. “El COVID-19 nos ha afectado a todos, y algunos experimentos se han retrasado. Si todo va bien, pasaremos a la fase pre-clínica regulatoria, donde estaremos uno o dos años más intentando desarrollar el fármaco, probando su toxicidad y efectividad antes de poder administrarlo en personas”.
Trabajo en equipo
Su investigación converge con otras líneas abiertas, como la de la propia Carmen M. Fernández-Martos. “Los enfoques terapéuticos que ambos llevamos a cabo en el laboratorio tienen elementos comunes, pero dianas distintas, y es importante que así sea. Sabemos que en la ELA hay varios mecanismos que coinciden en el mismo punto para degenerar la motoneurona. Con un tratamiento único será ineficaz tratar la enfermedad, sólo aliviaríamos alguno de los mecanismos patológicos. Necesitaremos varios fármacos distintos que provoquen efectos sinérgicos”.
De igual modo, el investigador celebra que, de forma progresiva, el tratamiento de la ELA haya sumado efectivos. “Abordarla desde lo multidisciplinar es necesario, y es lo que ya sucede en muchos centros. Junto al neurólogo trabajan neumólogos, logopedas, fisioterapeutas, nutricionistas… Cada uno pone su granito de arena. Son colaboraciones muy efectivas para mejorar la calidad de vida del paciente”.
Recursos
“El dinero lo es todo para poder seguir adelante. El ejemplo está en las vacunas. Lo que suele tardar una década se ha resuelto en apenas un año. No es solo una cuestión de suerte, sino de una estrategia muy focalizada con recursos casi ilimitados”, apuntaba López Vales. “Lo mismo podría suceder con la ELA, pero necesitamos mucha más inversión. El handicap (y la fortuna) es que se trata de una enfermedad minoritaria, poco atractiva para las farmacéuticas, que tendrían que invertir miles de millones y recuperar la inversión”.
El investigador añadía que, más allá de la ciencia, urge mejorar los aspectos asistenciales de estos enfermos y sus familiares. "Por ejemplo, al perder el habla, los pacientes de ELA precisan de una serie de aparatos tecnológicos si quieren comunicarse con su entorno. Estos dispositivos no son nada baratos, y actualmente no están al alcance de cualquiera. Convendría democratizarlos”.