ALICANTE- Salvador Macip (Blanes, Girona, 1970) cree que revertir el envejecimiento para ser más jóvenes será complicado, pero que estamos cerca de retrasarlo, y no solo viviremos más tiempo, sino que lo haremos con mejor salud. Macip estudió medicina en la Universidad de Barcelona, donde se doctoró en genética molecular. Pasó una década -1998-2008- trabajando en el Mount Sinai de Nueva York. Allí investigó las bases moleculares del cáncer y el envejecimiento, áreas en las que ha seguido avanzando en el Laboratorio de Mecanismos del Cáncer y el Envejecimiento que dirige en la Universidad de Leicester (Reino Unido), donde es catedrático de medicina molecular, y, desde 2020, también en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), como decano de la Facultad de Ciencias de la Salud. Macip intervino ayer en la primera jornada del III congreso Longevity World Forum, que hoy concluye en Alicante.
Estudios y modelos matemáticos recientes señalan que la extensión de la vida humana parece haber tocado techo, y que nuestro cuerpo aguanta un máximo de 120 años. Si queremos ir más allá de los límites ‘impuestos’ por la biología, necesitamos que la ciencia intervenga. Es aquí donde entran en escena investigadores como Salvador Macip, que comenzaba su ponencia tratando de responder a la pregunta: ¿Por qué envejecemos?
Senescencia
En el camino de detener el envejecimiento “o al menos tener vidas más largas y sanas”, las células senescentes son un agente muy a tener en cuenta. “Acumuladas en el organismo, son en buena medida las culpables de que envejezcamos. Resumen muchas otras características de la biología del envejecimiento. La senescencia es en sí misma una forma de reducir la población de células madre o aumentar la inflamación. Esa acumulación de células antiguas es fácilmente identificable en el microscopio”. Macip ha recordado a Leonard Flick (1928-2024), figura clave, ya que descubrió que las células también envejecían.
Entre los efectos nocivos de las células senescentes, está la secreción de SASP, un fenotipo que perturba los tejidos y el funcionamiento de las otras células. Este hallazgo corresponde a la investigadora Judth Campisi, también fallecida este año.
La consecuencia es que la senescencia está implicada en los cambios y disfunciones del envejecimiento, también en el desarrollo de las enfermedades que asociamos a la edad, como Alzheímer, diabetes, cataratas… “Estas patologías están ligadas a la acumulación de células senescentes. Eliminarlas llevaría a mejorar el envejecimiento y la relación con estas enfermedades”, indica Salvador Macip.
La células senescentes aparecen como respuesta a diferentes tipos de daños a lo largo de la vida. Cuando somos jóvenes, el sistema inmunitario las elimina según van tomando forma, y los tejidos se reparan por sí solos. “A medida que envejecemos, llega un momento en el que este proceso deja de funcionar así. El sistema inmunitario no es capaz de acabar con ellas y se acumulan”.
Primeros avances
Desde hace poco más de una década, laboratorios como el que dirige Salvador Macip tienen entre sus objetivos principales avanzar en la eliminación de las células senescentes. “Entramos en la era de las senoterapias. Ya hemos demostrado en ratones que suprimir las células senescentes supone una vida más larga y mejor. Ahora nos toca conseguirlo en humanos”.
El investigador alude a una primera ola de ensayos clínicos con senolíticos dentro de la idea de pelear contra el Alzhéimer. “Los senolíticos matan las células senescentes, y los senomórficos modulan cambios y buscan detener la secreción de SASP. Hay varios que funcionan bien en el laboratorio”. Una segunda generación de fármacos, tiene el foco en detener la senescencia antes de que ocurra o en dar con la tecla para revertirla.
Salvador Macip aclara que todos estos trabajos se encuentran en una fase temprana de desarrollo. Para atacar a las células senescentes de forma específica, sin provocar daños colaterales, “algo parecido a lo logrado en el tratamiento del cáncer con las quimioterapias actuales”, existen diferentes vías. “Intentamos caracterizar los marcadores de superficie de la célula senescente, pero no es nada fácil. Una vez identificados los biomarcadores, podemos llevar fármacos dirigidos hasta esas ‘puertas’ de entrada en la superficie de la célula”.
Hacia la fuente de la juventud
Un artículo del investigador analizaba el uso de nanopartículas senolíticas para cumplir con tan compleja misión. Mientras se aclara el riesgo de toxicidad de estas nanopartíoculas en humanos, otra alternativa es emplear anticuerpos ‘pegados’ a un fármaco. En ambos casos son “bombas inteligentes”, aunque Macip insiste en que el quid de la cuestión es tener un buen marcador y así mandar el fármaco a la diana adecuada.
En cuanto a la opción de parar la senescencia, el experto señalaba que hoy ya saben que el bloqueo de la proteína BTK anticipa el proceso. Un artículo reciente exponía que un ratón sin ese fármaco inhibidor envejece más rápido. “Funciona bien. Pero quisimos demostrar que, además de prolongar la vida (hasta un 30 % más en ratones), su capacidad cognitiva también sufría menos daño. El incremento de los niveles generales de salud fue del 400 %”.
El investigador remitía a estas evidencias para mostrarse optimista. “Ya no hablamos de un envejecimiento unidireccional, siempre hacia adelante. Con fármacos, al menos en animales, ya es posible retrasarlo. Pero la idea no es prolongar la vida, sino mejorar el ciclo sano. Las senoterapias serán una de las formas de lograrlo; uno de los componentes de la fuente de la juventud. Pero una sola intervención no podrá conseguir algo significativo, necesitaremos más ingredientes combinados. Quizá nunca alcancemos la eterna juventud, pero sí viviremos más tiempo en buenas condiciones”.