En el momento de realizar esta entrevista, Íñigo de la Serna era alcalde de Santander. Ahora, como nuevo ministro de Fomento, tiene la oportunidad de aplicar y potenciar la estrategia de smarts cities que ha llevado a cabo en su ciudad a escala nacional. Este reportaje aparecerá publicado en el próximo Anuario de la Innovación Española 2016.
Dentro de las llamadas ciudades inteligentes, o smarts cities, hay una que destaca por encima de las demás. Santander lleva un tiempo convenciendo sobre sus capacidades para entrar de lleno en las urbes del siglo XXI. De hecho, la ciudad cántabra es la punta de lanza del movimiento RECI (Red Española de Ciudades Inteligentes), una institución propuesta por la capital cántabra, que actualmente tiene como presidente a su alcalde, Íñigo de la Serna. Tras cinco años de trabajo, 75 municipios repartidos por España pretenden seguir el modelo impuesto por una ciudad que siempre miró al mar y que ahora solo tiene ojos para el futuro.
Podría decirse que ha sido un camino de rosas, pero todo proceso innovador tiene sus dificultades. La Administración, la discusión sobre la regulación de las colaboraciones público-privadas o los propios ciudadanos son un problema, ya que a veces no quieren ver lo que es un hecho: que el mundo cambia y las ciudades, por consiguiente, también deben hacerlo. Tampoco hay que imaginar Santander como una ciudad llena de coches voladores; la fuerza de las smarts cities reside en su conectividad.
Para ello, han instalado más de 20.000 sensores desplegados a lo largo y ancho de la ciudad con el propósito de darle vida propia. Estos dispositivos miden desde parámetros ambientales al estado del tráfico, pasando por la disponibilidad de aparcamiento o la gestión de residuos. Es, como lo llaman desde el Ayuntamiento, un “laboratorio urbano” capaz de ensayar nuevas herramientas tecnológicas que permitan mejorar la salud de la ciudad y, por lo tanto, de sus ciudadanos.
Toda Santander tiene sensores: fuentes, jardines, taxis, vehículos de limpieza, aparcamientos, semáforos, farolas o los smartphones de los santanderinos, mediante una aplicación llamada ‘El pulso de la ciudad’. A través de esta app cualquier habitante puede informar al Ayuntamiento sobre desperfectos en bancos o papeleras mediante fotografías. Todos estos dispositivos, de momento, no son nada sin algo que les dirija, o por lo menos, que rescate toda esa información y la interprete. Un cerebro.
Esta cabeza artificial, todavía por instalar, va a permitir interrelacionar todos los servicios de la ciudad y establecer patrones de comportamiento que permitan tomar decisiones encaminadas a conseguir una gestión más eficiente. No solo los ciudadanos se beneficiarán de este cerebro digital. Empresas y emprendedores mejorarán sus ventas ampliamente a través de los modelos de Marketplace, de forma que les permita generar nuevos modelos de negocio en función de la disponibilidad de los datos que vaya generando la ciudad en tiempo real.
“El objetivo que queremos alcanzar es tener una ciudad tan avanzada tecnológicamente que sea capaz de captar información de todos sus servicios públicos e interconectarla, de manera que se coordinen para resolver los posibles problemas que se puedan plantear. Por ejemplo, que si se produce un hundimiento de la calzada, se activen automáticamente los mecanismos que cambien los semáforos, se dé aviso a los vecinos, se incremente la iluminación o se desvíe el transporte urbano. Y yendo más allá aún, pretendemos desarrollar una inteligencia predictiva, a través de la cual el sistema sea capaz de anticiparse a lo que va a ocurrir y que la ciudad esté preparada para afrontarlo”, resume Íñigo de la Serna, alcalde de Santander y principal artífice del proyecto.
Orgulloso de su ciudad, De la Serna sabe que algunos de sus conciudadanos todavía no entienden de qué van las smarts cities. A veces se encuentra con que lo que ha desarrollado a lo largo de los últimos cinco años no ha sido obligado ni impuesto, pero tampoco pedido. La duda asoma. Y aún así, está convencido de los beneficios que conlleva una ciudad inteligente para sus paisanos. “Es que los ciudadanos tienen que ser una parte esencial en el proceso. Las personas han pasado de ser consumidoras a productoras. Tienen a su disposición millones de datos, que les ofrecen los dispositivos IoT, las plataformas tecnológicas, las plataformas de datos abiertos… Con todos ellos, pueden generar nuevos servicios y productos o mejorar los existentes”.
Si algo diferencia a Santander de otras smarts cities son sus ganas de crear algo nuevo, de evolucionar. Algunas de las participantes de RECI están catalogadas como ciudades del futuro, sin embargo, tildarlas así es, cuanto menos, cuestionable. Diversos alcaldes creen que estar en la Red Española de Ciudades Inteligentes les dará empaque, pero cuando llega la hora de la verdad se echan hacia atrás. “Hay algunos responsables políticos que erróneamente están dejando a un lado el avance de la innovación tecnológica en las ciudades porque piensan que no tiene relación alguna con las áreas de política social. Las consecuencias son la ausencia de la innovación tecnológica del discurso político y la falta de apoyo en los presupuestos. Sin embargo, están equivocados, puesto que la smart city tiene un fuerte componente social. La ciudad inteligente tiene una inmensa capacidad para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos en todos los sentidos y nos puede ayudar a conseguir importantes avances tanto en las políticas sociales como en el papel que desempeñan los ciudadanos en la sociedad”, explica De la Serna.
Asimismo, el alcalde de Santander explica el porqué de esta relación entre innovación y política social. “Por ejemplo, favorece avances en el área de la salud (E-health) o en servicios ligados a la dependencia, como puede ser la teleasistencia. Y contribuye a potenciar los procesos de participación ciudadana y de transparencia, con un ciudadano más y mejor informado a través del gobierno abierto y con mayores herramientas a su disposición para tomar parte en la vida municipal y para poder influir en la mejora de su ciudad”.
Desde luego, no es un proceso que haya finalizado, ni mucho menos. Santander está sujeta al Plan Smart City, aprobada en el año 2015, una estrategia que plasma las acciones y servicios que se van a poner en marcha para el avance de las ciudades inteligentes, estableciendo los proyectos clave para los próximos años. Este plan define las líneas a abordar por la ciudad para convertirse en una smart city e identifica los proyectos clave potenciales que permitan, a Santander concretamente, avanzar en su posicionamiento en materia de sostenibilidad ambiental, económica y de mejora de la calidad de vida de sus habitantes, así como los posibles plazos para su ejecución. Quizá, el proyecto de futuro más cercano propuesto por el Plan Smart City es el eje de actuación Ciudadano 360º.
“Pretendemos centralizar la gestión de los proyectos smart, optimizando así los recursos municipales; realizar un seguimiento del impacto de los proyectos y el valor para la ciudad; asegurar el encaje estratégico de las iniciativas lanzadas con la estrategia global de la ciudad; y comunicar los beneficios del proyecto a los ciudadanos, que son los destinatarios de todo este proceso y deben estar informados de todo lo que se está haciendo por ellos y por su ciudad”, asegura el alcalde. Esta nueva iniciativa tendrá relación con el déficit principal de las ciudades inteligentes: la comunicación con los santanderinos.
Con Ciudadano 360ª matan dos pájaros de un tiro, ya que, además de comunicar los beneficios de la ciudad inteligente a los santanderinos, se puede crear un ambiente de cocreación público-privado. Ciudadanos, emprendedores, universitarios podrán generar bienes y servicios para la ciudad a un menor coste… y con mayores ingresos. “No es ciencia-ficción. Youtube está haciendo replantearse su presente y su futuro al sector audiovisual. Lo mismo que está haciendo WhatsApp con las comunicaciones, AirBnb con los alojamientos turísticos, Uber con el sector del taxi o el comercio electrónico con el tradicional”.
De momento se encuentran en pleno camino, recorriéndolo con la mayor rapidez que pueden, pero con unas cuantas etapas aún por delante. Una ciudad no es una ciudad sin sus habitantes; estos le dan vida, forma, pero los tiempos han cambiado. Santander está a pocos años de conseguir una urbe totalmente independiente, inteligente y en simbiosis con sus ciudadanos. Faltan muchas cosas todavía: un cerebro que coordine los impulsos de la ciudad, unos ciudadanos que comprendan el cambio y una comunidad que llegue a entender que el futuro tiene que llegar, y que su primera parada será, por supuesto, en Santander.