MÁLAGA. A más de 100 kilómetros de altitud, los satélites empiezan a situarse en las órbitas operacionales. “Es en la oscuridad del espacio, en silencio absoluto, cuando empieza la verdadera vida de los satélites. Y es entonces cuando nuestra tecnología cobra sentido”. Sara Correyero, cofundadora y directora de operaciones de IENAI Space, ha desgranado en la jornada de clausura del Foro Transfiere 2025 las peculiaridades de emprender en el espacio en España “y no estrellarse en el intento”. En el caso de IENAI, nacida en 2019, han desarrollado una tecnología propia que lleva a otro nivel la maniobrabilidad de los satélites que serán puestos en órbita en el futuro.
Para pasar de una idea entre compañeros de universidad a configurar una empresa de 30 personas, han tenido que ocurrir muchas cosas. En primer lugar, Sara Correyero mencionaba la buena salud del NewSpace. Solo el año pasado, fueron lanzados al espacio 3.500 satélites. La tecnología actual permite fabrica satélites más pequeños y lanzamientos (ahí está SpaceX) más económicos. En el sector operan alrededor de 350 compañías que generaron casi 1.000 millones de dólares en beneficios. “El ámbito espacial ya no es tan 'gubernamental', sino que hay más lugar para la comercialización”. La inversión privada también ha entrado en escena. Si en 2015, los inversores depositaron 2.000 millones de dólares en el sector, la cifra se ha multiplicó por 10 en 2023.
Una nueva era
El abanico de opciones atractivas es más amplio. A ‘clásicos’ como el GPS y la observación terrestre, se han unido la minería espacial, los vuelos a la Luna o los viajes comerciales al espacio. “Estamos en una nueva era, una nueva carrera espacial cuyas oportunidades nos motivan”, apuntaba la emprendedora.
Ingeniera Aeronáutica por la Universidad Politécnica de Madrid, fue cursando el doctorado en Propulsión Espacial en la Universidad Carlos III de Madrid cuando conoció a sus compañeros de viaje en IEANAI Space: Daniel Pérez Grande y Mick Wijnen, con los que, poco a poco, fue dando forma a una idea para dotar de propulsión eléctrica a los satélites de una manera disruptiva.
La necesidad existía: muchos de esos miles de satélites lanzados no llevan propulsión. “Es una problemática de la que no se habla mucho”. Ello implica que, una vez acaba su misión, habitarán en el espacio como basura espacial y las colisiones entre satélites están a la orden del día. “Las opciones de propulsión no son suficientemente buenas. Son motores químicos, con combustibles tóxicos, presurizados; es muy complicado integrarlos en el satélite, e ineficientes en bajas potencias”.
ATHENA
La respuesta de IENAI es el motor ATHENA, una tecnología basada en la extracción de iones que empezó a desarrollar la NASA en los años 60-70, cuando las técnicas de fabricación no estaban preparadas para avanzar. Sara Correyero se ha puesto por un momento la bata blanca que usa en el laboratorio para detallar en qué consiste su aportación. “Tenemos una sal fundida contenida en una especie de acumulador que almacena el líquido. Encima, unas obleas de silicio con microagujas cubiertas de una nanotextura. Entre una rejilla y el líquido aplicamos 2 kilovoltios, las agujas salen del motor a unos 30 km por segundo, lo que le da el empuje al satélite”.
Para conseguirlo, prototiparon sin parar. “Investigamos mucho, la UC3M nos cedió un espacio en su laboratorio y pedimos muchos favores”. Han pasado por cinco aceleradoras donde han entrado en contacto con profesionales experimentados que les han permitido desarrollar el producto con más calidad. Las universidades y los centros de investigación han jugado un papel relevante para entender lo que es hoy IENAI. Identificaron que el investigador del CNM CSIC, Borja Sepúlveda, estaba trabajando en una tecnología parecida pero en superficies planas. “Fue una colaboración excelente que nos dio la oportunidad de investigar estas nanoestructuras en 3D de modo que resultaran funcionales en nuestro producto”.
Financiación y escalado
Otro “elefante en la habitación” ha tenido que ver con el apartado financiero. “Éramos estudiantes preparando nuestras tesis doctorales y ninguno venimos de familias adineradas”, apuntaba Sara Correyero. El sector espacial tiene un rasgo distintivo respecto a otros ámbitos de emprendimiento. “Es posible cerrar contratos comerciales con clientes desde el primer momento, aún inmersos en el desarrollo tecnológico. También exploramos las ayudas públicas -CDTI, ENISA, Horizonte 2020- y la inversión privada”. Esta última, ganó importancia e IENAI a raíz de comprobar cómo otras empresas de la competencia recibían inyecciones de mucho dinero. “Había que acelerar”.
En 2024, la empresa cerró su primera gran ronda de financiación. “Había llegado el momento de crecer. En emprendimiento deep tech, la financiación no es un sprint, sino una maratón. Durará los años que se prolongue el desarrollo de la tecnología”. IENAI empezó a escalar, y contrataron a 12 personas en apenas 6 meses. Un reto de talento en un equipo integrado por profesionales de la ingeniería aeroespacial, electrónica, térmica, física, desarrollo de software… “Además, había que escalar en tres localizaciones distintas -la compañía tiene oficinas en Madrid, Barcelona y Suecia- con un gran esfuerzo de coordinación”. El equilibrio entre sumar capital humano y evitar que el cambio de estructura no provocara retrasos en la progresión de IENAI Space resultó todo un desafío. “No basta con crecer rápido, hay que hacerlo bien. Partiendo de una base: emprender implica enfrentarte a retos nuevos en cada momento. También es bonito”.