Serendipia es una de las más de 200 nuevas palabras que el escritor Horace Walpole introdujo en la lengua inglesa. Su origen está en el cuento tradicional persa, “Los tres príncipes de Serendip”, donde se plantea el dilema que aún hoy enfrenta a un hecho fortuito, la mera suerte, con el concepto de destino. La provechosa accidentalidad es muy frecuente en el desarrollo de la ciencia y en el progreso innovador, y nunca ha dejado de inspirar a Sheldon Glashow (Nueva York, 1932), premio Nobel de Física en 1979. Así lo expuso el pasado viernes en Madrid en la conferencia “De la serendipia a la creatividad”, durante una jornada organizada por la Fundación Ramón Areces, Fundación General CSIC y otras instituciones para celebrar el Día Mundial de la Creatividad y la Innovación.
Junto a Steven Weinberg y Abdus Salam, Glashow unificó en una dos de las fuerzas de la naturaleza (la electromagnética y la nuclear débil), para desarrollar la teoría electrodébil, que después fue verificada experimentalmente en aceleradores de partículas. Sin embargo, el científico neoyorkino ha expresado en reiteradas ocasiones que ahora la prioridad, “si queremos perdurar como especie”, tiene que ver con frenar el cambio climático, una convicción que incluso le llevó a enfrentarse con Donald Trump, cuyas intenciones eran muy distintas.
Profesor honorario de las universidades de Harvard, Boston y Berkeley; miembro de la Academia Nacional de los Linces de Italia, de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, de la Sociedad Estadounidense de Física, de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos y de la Academia de Ciencias de Rusia; Glashow también es académico de honor de la Real Academia Europea de Doctores-Barcelona 1914 (RAED).
Bastón fino, casual elegante, zapatillas de running que no desentonan, desde sus 190 centímetros, en el auditorio de la Fundación Ramón Areces, Sheldon Glashow sobrevoló por los incontables ejemplos que ligan serendipia con experimentación y conocimiento. “De la búsqueda del elixir de la vida eterna en el siglo IX nació la pólvora, Colón quería llegar a China y descubrió América. El gas mostaza se diseñó como un arma química mortal y años después se convirtió en clave para tratar determinados tipos de cáncer”.
El premio Nobel aseguró que el 24,1 % de los actuales fármacos han sido descubiertos por serendipia entre ellos multitud de antibióticos, la mecloretamina (empleada en el tratamiento del linfoma de Hodgkin, entre otras patologías), el Chantix (famoso tratamiento para dejar de fumar) o la viagra.
En computación cuántica -campo que protagonizó el resto del programa de la jornada- Sheldon Glashow cree que conviene avanzar con cautela y que su potencial aún se hará esperar algunas décadas. Puede, eso sí, que se encadenen una serie de condiciones como las que tuvieron lugar para que Henri Becquerel descubriera (sí, accidentalmente) la radioactividad: un día nublado en París y el uso fortuito de sales de uranio le abrieron los ojos y le animaron a recuperar experimentos olvidados en el cajón.
La penicilina, los rayos-x, la primera síntesis del grafeno, el LSD… La serendipia ha sido una constante en el laboratorio. Seis sustitutos del azúcar han sido descubiertos por esta vía. En 1879, el químico ruso Constantin Fahlberg alumbró la sacarina mientras cenaba. No se había lavado las manos después de un día de trabajo en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EEUU) y todo le sabía extrañamente dulce. El culpable era el ácido anhidroortosulfaminebenzoico. Ahí es nada.
Otros investigadores no convivieron con la suerte en la casilla de salida. Murray Gell-Mann (premio Nobel de Física en 1969), acuñó el término quark y su clasificación de las partículas elementales introdujo el orden en el caos. Demócrito y sus discípulos profesaban la doctrina del atomismo. Ni Gell-Mann ni aquellos sabios griegos vieron confirmadas sus teorías de la noche a la mañana. Pasó mucho tiempo hasta que sentaron cátedra.
La serendipia ha conformado también parte de nuestra vida cotidiana. Los post.it, el velcro, el nylon, la goma de borrar, la vaselina, las patatas chips, los sándwiches, el celofán, los conos de helado… Si nos ponemos más serios, hay serendipias que por fortuna no ocurrieron en momentos claves. De haber llegado a 'manos' de la Alemania Nazi en 1939, los progresos del físico italiano Rico Fermi, conocido como el arquitecto de la bomba atómica, habrían supuesto una catástrofe de dimensiones incalculables. “Tuvimos mucha suerte”, concluía Sheldon Glashow.