El confinamiento al que nos ha obligado la pandemia del COVID-19 ha revelado aspectos importantes sobre la forma en que vivimos. Para la arquitecta Sonia Hernández-Montaño (Barcelona, 1981), coordinadora de Salud del Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), estar encerrados no ha hecho más que evidenciar las carencias de nuestras viviendas.
Una de ellas es, por ejemplo, la falta de espacios adecuados para teletrabajar. “El estándar de vivienda es el estándar de la familia tradicional y este es muy poco flexible”, opina la experta con un máster en bioconstrucción por el Instituto Español de Baubiologie de la Universidad de Lleida (IEB-UdL).
Los sistemas constructivos de nuestras viviendas, su diseño arquitectónico, los materiales —entre estos, los plásticos—, provocan, según Hernández-Montaño, el “síndrome del edificio enfermo” (SEE). Esto significa que muchos hogares enferman a las personas que los habitan, que “deterioran su sistema inmunológico y hacen que no puedan desarrollarse plenamente”, explica.
Dolor de cabeza, irritación de ojos, nariz o garganta, tos y piel seca, dificultad para concentrarse y fatiga, son algunos de los síntomas de este síndrome reconocidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“El aire exterior está siete veces menos contaminado que el aire interior de los espacios”, asegura Hernández-Montaño. Ya que, además de presentar la misma contaminación, tiene deficiencias de ventilación, productos químicos, microorganismos, virus, bacterias y alérgenos, precisa.
La vivienda, una necesidad humana básica
“Muchas veces vives en un espacio en el que llegas y te vas, como si fuera el gran armario de tus cosas. Pero en el fondo la vivienda es más que eso, es el lugar en el que nos sentimos enraizados, al que pertenecemos, y que hemos de cuidar”, señala la experta.
En su opinión, a partir de ahora se valorarán más tanto “unas zonas comunes dignas”, como espacios “para estar en soledad o tranquilos”, apunta la experta. “Necesitamos habitar espacios muchísimo más flexibles”, zanja la arquitecta.
“Una vivienda no es un bien de consumo, es una necesidad humana básica. Precisamos de un lugar que dé respuesta a todas nuestras necesidades biológicas, pero también físicas y químicas. Necesitamos un ambiente que esté bien ventilado, bien iluminado, que no haya humedades que hagan proliferar hongos y microorganismos, que deterioran nuestro sistema inmunológico”, enfatiza Hernández- Montaño.
La presencia o no de terrazas no es para ella una cuestión fundamental. “La respuesta que nos ofrece una terraza es, en el fondo, la respuesta que nos tendría que ofrecer un espacio público. Si los espacios urbanos tuvieran espacios exteriores adecuados, no serían tan importantes esas terrazas”.
El problema principal es, para la arquitecta, que la vivienda se entiende como una inversión. "Mientras no le demos la vuelta a esto, es muy difícil que no se especule con ello”, destaca.
Por lo pronto, dedica parte de su tiempo a asesorar en temas de bioconstrucción a una cooperativa en Barcelona que apuesta por formas colaborativas de vivienda para “evitar la gentrificación y la especulación inmobiliaria”. Ella ha intentado llevar una propuesta de este tipo a su barrio. “Es bastante complejo, estoy en ello”, relata.