Los niños de la Segunda Guerra Mundial vieron cómo los procesos educativos convencionales eran abruptamente interrumpidos. Evacuados de sus hogares y separados de sus familias a veces durante años, aquellos pequeños de Inglaterra y otros países desarrollaron resiliencia, ingenio, curiosidad, creatividad y otros atributos que hicieron de ellos una generación única que reconstruyó Europa. “Llenaron nuestras vidas de arte e invención”. Stephen Heppell considera que ahora tenemos ante nosotros una nueva Generación Dorada, la primera desde los convulsos años 40 que ha asistido a un evento tan extraordinario como para trastocar todos los sistemas.
Experto en innovación educativa y director de la Cátedra Felipe Segovia de Innovación para el Aprendizaje de la Universidad Camilo José Cela, Heppell recuerda que los niños del COVID-19 son parte de un año extraordinario y que la consecuencia más inmediata es que están más preparados para enfrentarse a la incertidumbre. “Por supuesto que no todo ha sido agradable en sus experiencias a lo largo de estos meses. Necesitan el contacto social, pero sobre todo precisan que los adultos reconozcamos que también son una generación preciosa, única y valiosa”. Por ello Heppell lamenta que los mensajes políticos y mediáticos vayan muchas veces en la dirección equivocada. “Ni son una generación perdida, ni se han quedado atrás. Decirlo es incorrecto. Al revés, nuestro futuro depende de esta Generación Dorada y necesitan que se lo hagamos saber”.
Habilidades y futuro
“Cuando estaba en la escuela no esperaba aprender a escribir códigos de programación, cosa que todavía hago, pero creía que muchos de nosotros llegaríamos a ser astronautas”. Más que de trabajos futuros, Heppell prefiere hablar de las habilidades exigidas a nivel trasversal. “Las más necesarias en Europa no se ajustan bien a los planes de estudio actuales”.
El experto percibe que uno de los errores es pretender que nuestros hijos sean buenos siguiendo reglas, recordando o repitiendo. “Los ordenadores lo harán mejor, mientras que las personas pueden ser muy buenas en comprensión profunda, resolución de problemas, alegría o colaboración. Y de esto no entienden las computadoras, así que valorémoslo más. Es alentador que, durante la pandemia, nuestra maravillosa Generación Dorada se haya decantado por estas habilidades”, añade.
Stephen Heppell también defiende que el secreto está en la mezcla de habilidades y conocimientos más allá de cánones. “Siempre he intercambiado disciplinas, he unido cosas que se suponía que no eran complementarias. De modo accidental, hoy soy un especialista polímata. No lo planee, pero ha sido muy útil. En el futuro, quizá necesitamos más polímatas.
Aulas infravaloradas
Stephen Heppell también es responsable de los espacios maker, en funcionamiento en todos los colegios de la Institución Educativa SEK desde el año 2015. Considera que, en general, los espacios físicos educativos han sido subestimados. “Durante mucho tiempo el foco estuvo en la estética, la pedagogía y la organización. Cuando nos fijamos en los espacios físicos descubrimos las escasas condiciones que ofrecían. Una limitación presente también en edificios nuevos”.
El experto analizó cómo las condiciones del aula influyen inequívocamente en el rendimiento del alumno. Los niveles de CO2, la temperatura, el ruido, la luz, la humedad… “Deriva también en problemas de equidad entre el alumnado por algo tan simple en apariencia como ocupar una zona del aula menos luminosa. Es algo parecido a lo que ocurre en el deporte de élite, donde también trabajamos para mejorar el aprendizaje: cada pequeño detalle marca la diferencia. La suma de condicionantes puede cambiar la vida de los alumnos”.
Learnometers
Con estas investigaciones, Stephen Heppell se proponía medir objetiva y científicamente las condiciones reales del aula. El proyecto Learnometers permite observar mediante sensores siete variables en una sola caja, conectar el sistema a la nube y poner los resultados al alcance de alumnos y profesores. La complejidad principal pasó por desarrollar sensores precisos y de calidad. Ahora hay cientos en circulación en tres continentes distintos.
“No pretendemos estar en disposición de poder decir lo mal que está un aula, sino asesorar para que los cambios necesarios sean acometidos de manera rápida y económica”, apunta Heppell. Por ejemplo, descubrieron que reducir el CO2 y mejorar el oxígeno en un aula era posible ubicando una planta por cada alumno. Así nació el proyecto Bring you own plant, en el que contaron con el asesoramiento de la NASA, que quiere llevar plantas a Marte por razones similares.
Espacios educativos y pandemia
En términos prácticos, Stephen Heppell reconoce que desde que irrumpió el SARS-CoV-2 ha aprendido mucho sobre la importancia de una ventilación y circulación del aire adecuadas para protegerse de las infecciones transmitidas por aerosoles. “Abrir las ventanas es una solución parcial. Lo ideal es un espacio sin puertas”. La estructura de los Learning Lab y Desing Lab de la Universidad Camilo José Cela responden a estos retos y van más allá.
“Ya sabíamos que en los espacios zonificados más grandes que promueven la variedad de actividades (en grupo, individuales, ensayos para una presentación o investigar) los niveles de ruido son más bajos”, afirma Heppell. “Dotar de autonomía a los alumnos favorece su resiliencia e independencia en el aprendizaje. Y cuando el grupo se reúne para recibir las explicaciones de los profesores, el carácter diferenciador del momento refuerza la atención”.
También han constatado la importancia del movimiento para la atención y la actividad cognitiva. “Es posible comprobarlo en las imágenes por resonancia magnética de las funciones cerebrales. Un grupo de alumnos estáticos trabajando individualmente en una habitación cerrada no tiene cabida en nuestro futuro. El aprendizaje cambiará rápidamente. No habrá vuelta a la ‘normalidad’. Nos movemos hacia el aprendizaje basado en proyectos sin modalidades, el esfuerzo colaborativo y las calificaciones globales. Tenemos que aprender haciendo. Las Escuelas Internacionales parecen particularmente importantes en esta evolución”.
Educación y flexibilidad
En las escuelas, Stephen Heppell indica que los espacios de este tipo son más ágiles y flexibles ante el cambio constante. “Como abuelo, prefiero que mis nietas aprendan en uno de estos grandes espacios creativos, a menudo desordenados, a que lo hagan sentadas en un aula cerrada con 29 niños que miran y respiran en la misma dirección”.
El cambio también ha llegado a la Formación Profesional, donde la tradicional presencialidad empieza el camino de la hibridación. “Es cierto que siempre hace falta una experiencia práctica, pero ahora es mucho lo que se puede aprender fuera de los espacios clásicos y de forma asincrónica. Los fontaneros analizan el rendimiento de una calefacción desde su portátil y los mecánicos de vehículos de motor comienzan su trabajo conectándose al enchufe de diagnóstico del automóvil”.