Decía Charles Darwin que uno de los errores de la historia es que se repite. Pero según Ernesto Sábato, los hombres son libres para transformarla. El término histórico puede parecer muy manido, pero es verdad que España está ante una de esas oportunidades que tardará mucho en repetirse, y por lo tanto merece ese calificativo. Será ahora o quizás nunca cuando tengamos la ocasión de subirnos al tren de los países más avanzados e innovadores. Los fondos europeos, la Ley de Ciencia aprobada este año o las tecnologías que están marcando el paso a la industria 4.0, pueden ser motores que nos propulsen hacia la transformación que necesitamos. Pero nada de esto, ningún proyecto de país que acometamos será viable sin las personas. Y necesitamos a todas.
En España tenemos en estos momentos dos grandes desafíos relativos al talento: uno urgente, conciliar oferta y demanda de trabajo. Otro, con vistas al futuro: asegurar la formación que necesitarán nuestros jóvenes y que será imprescindible para los nuevos empleos. De acuerdo con el INE, en España hay desde 2018 unos 100.000 puestos de trabajo cada trimestre que no se cubren. Por ejemplo, acabamos de saber que harán falta unos 200.000 nuevos ingenieros para los próximos diez años. Mirando más allá, la OCDE nos avisa de que el 65% de los niños que hoy van a la escuela trabajará en una profesión que todavía no existe. Y el Foro Económico Mundial estima que este mismo año han surgido 133 millones de trabajos nuevos.
Es cierto que necesitamos mejorar nuestros indicadores en innovación y, sobre todo, su transferencia tangible a la sociedad. Pero la innovación no se concibe sin el talento. De hecho, debería ser una herramienta para atraerlo. También es cierto que las empresas, que hemos trabajado durante años para formar a nuestros empleados en innovación, tenemos ahora el reto de encontrar a esa gente a la que queremos formar. Ese desafío no podemos afrontarlo ni las empresas por nuestra cuenta ni las instituciones por sí solas. La ministra de Educación y Formación Profesional nos ha dicho recientemente que “no hay formación de calidad sin empresa, pero las empresas tendrán serios problemas para sobrevivir en este nuevo contexto si no se suben al tren de la formación”. Tomémosla por la palabra y trabajemos juntos. Pero debemos tener todos clara la dirección.
Cuando hablamos de talento para la innovación, en seguida nos viene a la cabeza el necesario fomento de las vocaciones científicas y técnicas, estimulando el estudio de materias STEAM por parte de niños y niñas. Pero también debemos contemplar que ese conocimiento deberá ir acompañado del desarrollo de competencias para la empleabilidad, esto es, potenciar las capacidades que nunca tendrán las máquinas ni los robots. Hablamos del pensamiento crítico, la creatividad, el trabajo en equipo o la inteligencia emocional. Pero hablamos, en definitiva, de que sea cual sea la materia que estudien, nuestros jóvenes aprendan a pensar y a crear.
También somos muy intensivos a la hora de reclamar un sistema de Formación Profesional más efectivo. Tenemos una nueva ley que todos debemos contribuir a desarrollar y para la que será decisivo contar con la colaboración de las empresas. Y será fundamental adaptar la oferta formativa a los cambios tecnológicos que están determinando las nuevas demandas del mercado laboral, sí, esas nuevas profesiones que están surgiendo y para las que necesitamos gente que las ejerza.
Y si hablamos de innovación, no podemos olvidarnos de la Universidad. Su labor es esencial, pero deberíamos conectarla más con la empresa. Por un lado, mediante formación complementaria y prácticas curriculares, así como incorporando profesores a proyectos desarrollados por las compañías. Por otro lado, fomentando aquellas materias de investigación que sean aplicables en la actividad económica y pongan en relación el conocimiento avanzado con la visión empresarial.
Se trata, en definitiva, de orientar la formación para que contribuya a un mercado laboral sostenible. Pero, sobre todo, para cimentar una verdadera sociedad del conocimiento que ponga a las personas en el centro a la vez que facilite a las empresas contar con los mejores para ser competitivas. Los países más ricos son los que innovan, no al revés, pero una gran diferencia de esos países es que generan talento y saben aprovecharlo. El momento, como decimos, es histórico, pero también decía Aristóteles que la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debería suceder. De nosotros, todos, depende que suceda.