El proceso de transformación digital que estamos viviendo no deja de sorprendernos día a día. El ritmo vertiginoso del cambio tecnológico afecta a todos los sectores productivos, y por supuesto, la industria de la salud no permanece ajena a él. Cada día asistimos al nacimiento de nuevas herramientas que evolucionan a la velocidad de la luz: asistentes robóticos en cirugía, simulación e impresión de órganos y tejidos 3D, análisis de datos de salud a gran escala…
De la gran cantidad de soluciones tecnológicas en el ámbito de la salud que se están desarrollando, las relacionadas con la telemedicina están llamadas a ocupar un lugar central en la atención sanitaria del futuro. Y es que con la implantación de esta tecnología, se pone el foco en la salud del paciente desde un enfoque preventivo y de seguimiento, facilitando el acceso a la atención sanitaria desde cualquier lugar y en todo momento. Como resultado, el paciente se empodera en la toma de control de su propia salud, jugando un papel activo en ella.
Además, la telemedicina también ofrece respuesta a algunos de los retos que han caracterizado al sistema sanitario tal y como lo hemos conocido hasta ahora. En un contexto de envejecimiento poblacional que supone una mayor demanda de atención sanitaria, unido a factores como la dispersión poblacional y un aumento de la movilidad ciudadana, la telemedicina es una vía útil para garantizar una asistencia médica eficiente, de buena calidad, sin limitaciones, y con total garantía de seguridad y confidencialidad.
En este sentido, creo que el punto fuerte de la telemedicina está en la continuidad asistencial que ofrece a pacientes crónicos. Ahora mismo, tal y como muestra la última Encuesta Nacional de Salud del Ministerio de Sanidad, aproximadamente el 60% de los españoles mayores de 15 años presenta alguna patología crónica. Además, según los datos aportados por las Sociedades Españolas de Medicina Interna (SEMI) y de Medicina Familiar y Comunitaria (semFYC), las patologías crónicas están detrás del 80% de las consultas de Atención Primaria, el 60% de ingresos hospitalarios y el 85% de los pacientes ingresados en Medicina Interna.
La demanda no va a dejar de crecer. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha alertado de que las enfermedades crónicas llegarán en el año 2030 a ser la causa de tres de cada cuatro muertes en el mundo, superando ampliamente en impacto a las enfermedades transmisibles, perinatales, nutricionales y a las producidas por lesiones y violencia. Este contexto no hace sino subrayar la importancia de impulsar las diversas herramientas de telemedicina para mejorar el abordaje integral del paciente crónico.
Las razones que sustentan esto son varias: por un lado, permiten acceder fácilmente, desde cualquier lugar y en todo momento, a profesionales de la salud de distintos campos, así como obtener prescripción de medicamentos y pruebas diagnósticas a distancia. Pero es que, además, facilitan la monitorización de parámetros biométricos y fisiológicos de un paciente, lo que repercute positivamente a la hora disminuir las descompensaciones o reagudizaciones. Las consecuencias de esto son muy positivas: esta tecnología contribuye enormemente a reducir los ingresos hospitalarios y listas de espera, así como los costes sanitarios. Por no hablar de las enormes posibilidades que tiene en cuanto a la promoción de hábitos de vida saludables.
Ya hay numerosas publicaciones científicas que avalan a las herramientas de telemedicina en patologías crónicas tales como hipertensión, diabetes, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, insuficiencia cardíaca u obesidad, demostrando que su uso mejora la calidad de vida de estos pacientes: permiten una mayor autonomía, fomentan los autocuidados y consiguen un porcentaje de adherencia a los tratamientos mucho mayor. Todo ello contribuye a una mejor evolución de la enfermedad crónica, así como el retraso de aparición de complicaciones propias de estas patologías.
De esta manera, tanto el paciente como el profesional médico pueden beneficiarse de las ventajas de estas soluciones tecnológicas: por un lado, el paciente experimenta una asistencia médica integral en su entorno, evitando desplazamientos innecesarios y disminuyendo los costes asociados a los mismos; y por otro, el profesional médico obtiene mejor comunicación con otros especialistas, agilidad en sus citas médicas, formación continua o mejor utilización de recursos.
Así, parece evidente que las tecnologías aplicables a la telemedicina jugarán un papel clave para reforzar los modelos de atención sanitaria a los pacientes crónicos, siempre y cuando la tecnología se adapte a las necesidades reales de los pacientes y se trabaje activamente en reducir el impacto de la brecha digital, especialmente acusada en personas de edad avanzada. Pero la población más joven también es un objetivo. Y es que es fundamental que los jóvenes se familiaricen con el uso de este tipo de herramientas digitales, ya que eso permitirá una mejor educación en prevención, lo que a la larga contribuirá a reducir el peso de la cronicidad en el sistema.
En definitiva, la evolución del sector de la salud y la innovación en las TIC están estrechamente ligadas, y el éxito o fracaso de esta relación sinérgica pasará por un esfuerzo conjunto entre todos los actores involucrados. Por ahora parece que vamos por buen camino: a la luz de la experiencia y sus positivos resultados de aplicación, hay signos inequívocos de que la telemedicina ha llegado para quedarse.