Teléfonos móviles, ordenadores, auriculares, altavoces, pantallas, discos duros, sensores, baterías, imanes, drones, patines eléctricos, turbinas… Todos estos aparatos tecnológicos son hoy impensables sin 17 elementos químicos conocidos como tierras raras.
Aunque tienen nombres poco habituales, forman parte de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, los potentes imanes permanentes que permiten el desarrollo de los motores eléctricos modernos requieren el samario. El almacenado de datos informáticos en equipos pequeños y con una mayor capacidad debe una parte de sus avances a las propiedades magnéticas del iterbio y del terbio.
La innovación tecnológica no sería posible sin estos elementos. “Si hoy en día las suprimes volveríamos a la tecnología de 1960”, asegura categórico Ricardo Prego, investigador del CSIC. El químico y autor del libro Las tierras raras explica que el uso de estas tuvo su auge con las primeras televisiones a color en Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial.
Además de ser necesarias para las aplicaciones tecnológicas, también son elementos estratégicos ya que juegan un papel fundamental en la industria militar. “Están en misiles, en submarinos, en gafas de visión nocturnas, en la coraza de los tanques”, detalla Prego. La Comisión Europea, las calificó como materias primas “críticas” por los riesgos de escasez de suministro y por el papel que juegan en las “innovaciones emergentes en la UE”.
Su creciente importancia ha provocado que muchos países busquen en su propio suelo estas tierras para no depender de otros. China produce hoy en día más del 85 % de la oferta mundial de las 170.000 toneladas que se obtienen al año –España importa 550 toneladas–. ¿Podría España jugar un papel decisivo en el tablero geopolítico marcado por la batalla entre Estados Unidos y China, que lo ha amenazado con paralizar o limitar las exportaciones de estas tierras?
De acuerdo con Manuel Regueiro, presidente del Colegio de Geólogos, la puesta en marcha de algunos proyectos paralizados pondría al país en una posición de ventaja. “Si se pusieran en producción alguno de los yacimientos españoles, no solo cubriría toda su demanda interna, sino que podría ser un productor europeo y mundial relevante, lo que implicaría tener un papel en esa posible guerra comercial”, explica Regueiro.
Según Vicente Gutiérrez, director general de la Confederación Nacional de Empresarios de la Minería y de la Metalurgia (Confedem), España es uno de los únicos países en el mundo que cuentan con estas tierras. Sin embargo, Prego precisa que el lugar que ocupa España en el escenario internacional es secundario porque ni tiene suficientes, ni las está explotando.
En caso de que tuviera suficientes suelos explotables, las ventajas para el país serían enormes: evitaría su dependencia, permitiría repoblar las zonas vacías y generaría riqueza (crearía cerca de 25.000 puestos de trabajos directos e indirectos, además de permitir recaudar impuestos), según Gutiérrez. Regueiro coincide en que sería una “oportunidad para el desarrollo de algunas de sus industrias”, que podría convertirse en exportador, en vez de importador, y con ello, mejoraría su balanza comercial.
Los yacimientos de monacitas de Matamulas en Ciudad Real, explotado por la empresa Quanum Minería, el de los alrededores del Retordillo, en Salamanca, y en la Sierra de Galiñeiro, en Galicia, son los únicos tres sitios del país donde estas son explotables, asegura Prego. En el primer caso se denegó la explotación de 234 hectáreas ricas en estas tierras por ser incompatibles con la con la biodiversidad. En el segundo, la minera australiana Berkeley anunció hace unas semanas la puesta en marcha para investigar y confirmar que la zona alberga estos elementos.
Su explotación también plantea grandes retos medioambientales. Para Elena Solí, portavoz de Ecologistas en Acción, con el discurso de la guerra entre EE. UU. y China, la UE está incentivando la minería en España, y asegura que muchos de estos proyectos son especulativos. “La minería es una de las industrias más destructivas... En España lo que quieren abrir son proyectos a cielo abierto, con lo que conlleva de contaminación acuática, del aire y de los acuíferos”.
Aunque el director general de la Confedem afirma que la ley actual, una de las más estrictas de la UE, garantiza que no haya contaminación. Destaca el caso de la mina Emma, en Puertollano, donde antes se extraía carbón en una mina a cielo abierto, y ahora hay pastos, cultivos de cereales, frutas y un gran olivar que ahora produce aceite virgen. “Hay 63.000 olivos más de los que había antes”, subraya.
Regueiro tampoco cree que se entre en conflicto con los objetivos de desarrollo sostenible porque considera que “una o varias explotaciones mineras en España no afectan sensiblemente al clima ni al calentamiento global… Antes bien el uso de tierras raras, por ejemplo, en las turbinas eólicas favorece la lucha contra el calentamiento global”, enfatiza.
Prego explica, por el contrario, que el proceso de separación del mineral para obtener la tierra rara es muy contaminante. El científico ve como única salida mejorar las técnicas de separación de los óxidos de estas tierras. Y resume la paradoja actual a la que se enfrentan los países: “El gran desafío hoy en día es que los ciudadanos en Europa y EE. UU. quieren disfrutar de tecnologías pero no desean compartir la carga contaminante de estos metales”.