De las profundidades al espacio: así será el turismo del futuro

José Tomás Palacín

Empresas y universidades están explorando los límites del ser humano tanto en el mundo aeroespacial como en el subacuático. Su siguiente paso: el sector turístico

Sutus turismo del futuro

España es uno de los tres países más visitados del mundo. El sector turístico es realmente importante para el PIB nacional, por lo que es normal que cada vez se replantee más no solo las condiciones idóneas para seguir en el top mundial, sino las claves sobre su futuro. ¿Más turismo masivo? ¿De lujo? ¿Cultural? 

El turismo da 319 millones de puestos de trabajo en todo el mundo, siendo también un 10,4 % del PIB mundial. La población busca nuevas experiencias y este sector, en gran medida, las satisface. Pero el mundo evoluciona y las grandes empresas tecnológicas empiezan a notar que la Tierra se les queda pequeña. Tesla formó SpaceX; Amazon, por su parte, Blue Origin. La NASA quiere que tener más financiación privada con el turismo espacial. Y las universidades no se quedan atrás: una parte de su financiación puede venir también de aprovechar el patrimonio histórico subacuático.

Cómo no, también se habla sobre la posibilidad de transversalizar todo el sector espacial. Que casi todo el mundo pueda viajar al espacio que es lo que, al fin y al cabo, obtiene un gran rendimiento económico. Pero, ¿será posible? Sí y no. Algunos expertos dan con la clave.

“Nuestro proyecto turístico es parte de una ambición mayor. En un futuro, la Nasa quiere ser cliente de la Estación Espacial Internacional para poder investigar e innovar. Se podrán llevar astronautas privados, establecer precios en los productos, crear oportunidades para tener misiones especiales. Tan pronto como se pueda, queremos que compañías privadas puedan experimentar, por ejemplo, con películas u otras funcionalidades”, ha declarado Sam Scimemi, director del International Space Station de la Nasa, en Space and Underwater Tourism Universal Summit (Sutus) 2019, organizado por Les Roches-Marbella, un encuentro específico sobre turismo del futuro donde se han tratado varios de estos temas.

Aún así, el turismo espacial está todavía lejos de poder cumplirse. O, por lo menos, el turismo de masas al que está acostumbrado la sociedad. Los precios son demasiado caros (un viaje como turista espacial con la Nasa está en torno a los 80 millones de dólares) y la tecnología todavía no está desarrollada –no como los viajes suborbitales o los simples simuladores–.

Otra cuestión es el turismo subacuático, un sector nuevo que ya es toda una realidad y que, con precios altos, pero más modestos, mantiene una unión entre lo histórico, las experiencias, la innovación o la aventura. 

“Tenemos un atractivo comercial impresionante. Si se habla de ir al espacio, ¿por que no visitar nuestro pasado y nuestro propio planeta? Ya hay museos marítimos en los que visitar pecios hundidos in situ. O submarinos tripulados para turistas, viajes acuáticos (experiencias donde lo mejor es el viaje en sí), robots para viajar a las profundidades... Se puede ver cómo se vivía en esos barcos. Tenemos que conocer, explorar e integrar este tipo de turismo”, explica el presidente del Clúster Marítimo-Marino de Andalucía (CMMA), Javier Noriega. 

De las profundidades de nuestro planeta hasta el espacio, e incluso más. Eso parece ser la tendencia para el turismo del futuro. Un turismo que deberá ser, entre otras cosas, sostenible, además de seguro. Por un lado, en el sector subacuático se busca, además, que pueda ser transversal para todos. Por otro lado, el espacial se encuentra con varios problemas: la poca oferta que hay es muy cara y la mayoría de proyectos todavía están por desarrollar…

Turismo espacial: ¿realidad o ficción?

Más allá de los viajes suborbitales, los viajes privados al espacio durante un tiempo determinado son muy escasos. Desde el año 2000, por ejemplo, solo ocho turistas espaciales han ido a la Estación Espacial Internacional. Turistas con muchos posibles. Además, han ido a una nave que, en realidad, es un laboratorio con espacios para investigar, los astronautas que viven allí son científicos. 

Y viajar no es tan fácil: los astronautas privados deben aprenderse todo el organismo regulador para poder volar, como si fuera un contrato. Y sin contar con la formación que tienen que recibir, hay que tener una cierta edad, ya que se ha demostrado que no se puede ir al espacio si se está en una etapa de crecimiento.

El ya citado Sam Scimemi anuncia que en la Nasa quieren “buscar oportunidades para estimular la demanda”, pero que ir al espacio no es sencillo. “Queremos más misiones privadas de astronautas para que ellos se dediquen a funciones comerciales y todos podamos obtener beneficios. Sí, queremos que personas privadas puedan ir… pero viajar al espacio no es fácil”. 

Tony Gannon, vicepresidente Research & Innovation Space Florida es más optimista: “Queremos que Florida sea el número uno en viajes espaciales”. Según él, el sector actual es para millennials; empresas como SpaceX o Blue Origins buscan mejorar su tecnología para realizar viajes espaciales, y uno de los lugares donde prueban sus innovaciones es allí. 

“Dentro de poco –anuncia–, habrá empresas que llegarán a distancias enormes en un tiempo muy corto. No habrá jet lag, viajes intercontinentales a gran velocidad y habrá cápsulas que llevarán a astronautas y a turistas al espacio. Jeff Bezos quiere ir a Luna, Marte y mas allá, al igual que Elon Musk. Ejemplo de dos emprendedores que ahora tienen su mirada puesta en el espacio”. 

Pero los emprendedores pueden darse de bruces con la realidad. Ir en un futuro, sí. Ahora mismo, parece más complicado. El propio Gannon lo afirma: “La buena noticia es que se puede ir a la Luna y volver en siete días, pero hay que entrenar varias veces e ir en una cápsula con cinco personas más. No habrá aseos, será incómodo  a los dos días sería insoportable. Para ir a Marte, pero. Dos meses y medio allí viviendo [estudios aseguran que a los 68 días se morirían por asfixia], pero es que, además, serían ocho meses viajando hasta llegar allí. Todo muy incómodo, poca gravedad, y un combustible exacto para volver. Supondría estar tres años como mínimo”.

Además, Gannon da un tirón de orejas a España, de la que considera que “se debería involucrar mucho más en asuntos relacionados con el sector aeroespacial, más allá del turismo”. Según él, muchos países empiezan a mirar ya más allá del cielo, aunque sea por otras razones.

Mi visión personal es que la innovación que hemos realizado en este sector hay que utilizarla para ayudar a nuestro planeta. Los datos (que cuestan dinero), la impresión 3D, nanorobótica… Muchos campos y muy estudiados que pueden ayudar más a nuestro planeta que ir a Marte. A lo mejor se tiene que reciclar orina para que se convierta en agua si vamos a ese planeta, por lo que hay que innovar en este sentido, lo que redundaría en sostenibilidad. Es el futuro y los jóvenes se deben concienciar. El espacio tiene respuestas para todo”.

Los viajes suborbitales, como ya se ha dicho, son otra cosa. Trayectos en los que se viajará a más de 100 kilómetros de altura, pero que no sobrevuelan el planeta. Unos cuantos minutos a gran altura bastará para llegar de Madrid a Nueva York en muy poco tiempo. Es lo que buscan desde Bru&Bru, que organizarán vuelos en torno a los 250.000 euros con Virgin Galactic.

La compañía, dirigida por Ana Bru, la primera mujer española que viajará al espacio –lleva once años esperando para ello– tiene la exclusividad para poder hacer vuelos turísticos suborbitales en España y Andorra. El propio Richard Branson le llamó “personalmente” para que lo pudiera hacer, asegura. “He intentado humanizar mi carrera espacial, porque hay gente que lo frivoliza”.

Otra opción para los turistas siempre serán las simulaciones. Como las que organiza Nancy Vermeulen, fundadora del Space Training Academy. “Por mucho que se quiera ir al espacio y vivir esa experiencia hay que tener en cuenta que ir allí es algo complicado, de ahí los entrenamientos que llevamos a cabo. En esa compañía introducen a los interesados el mundo de la astronomía, el aire y el espacio, además de conocer más cosas sobre Marte y cómo se podría sobrevivir en el planeta rojo. 

Son simuladores cerrados en donde se entrena como si fuera un vuelo espacial real. Cuentan con cámaras para probar la gravedad cero y otros que simulan los cohetes en pleno lanzamiento. Su precio: en torno a los 15.000 euros.

Turismo subacuático: universidades que buscan financiación

El turismo subacuático demuestra, como dice Michele Stefanile, arqueólogo de la Universidad de Nápoles, la era en la que estamos viviendo. “Nosotros podemos ver ahora, gracias al turismo subacuático, Baia, lo que era el resort de lujo de los emperadores romanos en la bahía de Nápoles”. Gracias a la innovación, ciudades enteras sumergidas pueden visitarse, lo que mejora no solo el mundo de la arqueología, sino también el de la realidad virtual.

“Muchas personas llegan allí y, por ejemplo, al tener cierta edad no pueden sumergirse tantos metros. Es por eso por lo que contamos con proyectos de realidad virtual y aumentada para que, por lo menos, los que no puedan bajar vean de forma realistas cómo era Baia. Para nosotros es complicado, ya que este tipo de turismo se lo lleva, sobre todo, las ruinas de Pompeya. Pero estamos creciendo. El futuro, sin duda, es tecnológico”, asegura Stefanile. 

En nuestro país, el “otro” turismo del futuro tampoco se queda atrás. El pecio Bou Ferrer de Villajoyosa, en Alicante, es otro de los yacimientos subacuáticos importantes que más visitas reciben. José Antonio Moya, periodista y profesor de la Universidad de Alicante, explica que, para entender este tipo de turismo, “hay que entender que es una construcción social, que le concedemos importancia a nuestro origen y que queremos guardarlo para las generaciones futuras”. 

Además, en España, este tipo de turismo cobra otro sentido ya que el Plan Nacional de 2009, normativa legal vigente, dice que se debe favorecer la protección del patrimonio subacuático. Por ello, los inmersiones son muy cuidadas y cuidadosas con el entorno: no más de cinco visitantes por viaje. “El valor simbólico de este yacimiento es enorme. La propia UNESCO afirma que este turismo servirá para grandes actividades económicas, y nuestro país, con su riqueza subacuática, puede convertirse en el mayor museo del mundo de este tipo”, asegura Moya. “Más de 30.000 personas han visitado el pecio Scylla wreck, en cinco años, un tiempo en el que también han conseguido 5,5 millones de beneficios”, pone como ejemplo.

Luis Carlos Zambrano, profesor del máster de Arqueología de la Universidad de Cádiz, considera, por otro lado, que hay que tener cuidado. "Ya se están tomando medidas institucionales, como Bluemed, proyectos que facilitan programas innovadores para promover este turismo, apuestan por un turismo dirigido al patrimonio cultural subacuático”. ¿Tiene riesgo medioambiental? "Sí, muchos. Durante largo tiempo, con la masificación del turismo, este tipo de visitas puede dar problemas. Hay que gestionarlo adecuadamente".

Aún así, un conservador del patrimonio cultural subacuático llega al turismo “porque se puede sacar beneficio económico. Conservar in situ es complicado parano se repitan las mismas circunstancias. Lo cuidamos para que no se altere, pero ahí no se acaba todo. La interpretación del patrimonio es algo muy complicado”, explica.

Por ello, su proyecto Dive and Draw se basa en el dibujo subacuático. “Es básicamente una toma de datos, “se dibuja debajo del agua para que la anotación in situ sea fundamental. Se pueden hacer cosas muy bonitas y lo promovemos, pero lo importante es hacer un cuaderno de campo, intentamos crear ‘memorias’ porque las inmersiones deben ser así. Una fotografía es real, pero no se pueden anotar experiencias. Es una propuesta innovadora, combinamos arte y ciencia, y el dibujo conecta con la realidad. Tenemos parques naturales e infinidad de yacimientos para poder hacerlo en diferentes lugares de España”.

Turismo alternativo para no dañar el planeta

La isla de Macao tiene 26 kilómetros cuadrados en los que caben unos 40 casinos, lo que supone siete veces el negocio que hay en las Vegas. Su impacto medioambiental es enorme. Su gentrificación es inasumible por poco sostenible. Y con una amenaza global como es el cambio climático cualquier sector debe ser vigilado. También el turismo. Quizá de ahí venga el interés por los dos sectores –espacial y subacuático– en los que se están centrando tanto empresas como universidades.

En una empresa turística debe haber algo más: la responsabilidad social”, explica Adolfo Favieres, WTTC Ambassador de World Travel & Tourism Council. “Es algo más que una cuenta de resultados. Deben darse cuenta de que forman parte de la sociedad, no basta con retribuir: ahora hay un trinomio: la sociedad civil, lo público y lo privado. La diferencia entre el éxito y el fracaso es conocer la preferencia de lo que serán tus clientes en un futuro”. 

De hecho, tres de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible tienen que ver con el turismo, ya que es una actividad tremendamente vulnerable. “Tiene causas muy diversas, como cuestiones de terrorismo, inseguridad, catástrofes naturales o crisis sanitarias. Una de las críticas que se hace al turismo es, por ejemplo, la aviación comercial, banderín de enganche para el turismo, un beneficio para la humanidad, pero también es responsable de parte de los problemas que afectan al turismo”. 

Así, aunque en los últimos 30 años han perdido un 50%  de sus gases contaminantes, siguen representando el 2 % de estos a nivel total. Y creciendo. “El transporte aéreo crece anualmente un 5 %, por lo que la OACI se ha puesto un objetivo: reducir un 50 % las emisiones de gases a partir de los aviones que se creen ahora. Contaminan mucho más los antiguos que los nuevos, por lo que habrá que plantearse que dejen de volar aviones viejos. Al final, Greta Thunberg tiene un discurso que es una parte utopía y otra lógica”.

La UNESCO ha hecho una lista de 31 destinos que se encuentran en riesgo grave: el parque Yellowstone o las Islas Galápagos están entre ellas. No es raro ver fotografías de monumentos muy importantes que son prácticamente imposibles de ver por la cantidad de turistas que hay. Por ello, a lo mejor, los entes relevantes del sector turístico empiezan a buscar soluciones por debajo de nuestros pies y por encima de nuestras cabezas. 

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