Victoria Reyes García: “El saber indígena es complementario al progreso de la ciencia”

La profesora de investigación ICREA en el ICTA-UAB ha en participado la elaboración del Informe IPBES de la ONU sobre biodiversidad. “Si actuamos ya, en 2050 podemos haber dado la vuelta a algunas de las tendencias negativas”
Victoria Reyes García.

Victoria Reyes García es profesora de investigación ICREA en el ICTA-UAB. Antropóloga, su línea de trabajo se ha centrado en el conocimiento ecológico de los pueblos indígenas y en cómo esos saberes les han ayudado en su estrategia de adaptación al medio a la vez que modificaba los propios sistemas ecológicos. “En definitiva”, explica Reyes, “se trata de estudiar la coevolución de la naturaleza y la cultura”. La investigadora realizó este trabajo, fundamentalmente, con los Tsimane, un grupo indígena de la Amazonía boliviana. También con otros grupos de la cuenca del río Congo como los Baka y los Punan de Borneo.

Actualmente lidera un proyecto financiado por el ERC (European Research Council) que tiene por objeto principal documentar el conocimiento de pueblos indígenas y sociedades rurales sobre el cambio climático: qué indicadores de impactos de cambio climático observan, cómo se adaptan a estos cambios, cómo pueden contribuir al enriquecimiento del conocimiento científico… “Es un proyecto de dimensiones globales con la participación de más de 40 instituciones de todo el mundo.

Tortuga Carey
Una tortuga carey nada en un arrecife de coral en Maldivas. Imagen: Andrey Armyagov/Shutterstock.com.

Su trabajo en la primera línea le ha valido para estar entre de los investigadores españoles que han contribuido a la elaboración del Informe Global IPBES (IPBES Global Assessment) de la ONU.  En concreto, Reyes ha participado en el capítulo 3 del mismo, donde se evalúa el progreso de la humanidad en el logro de los principales objetivos internacionales relacionados con el manejo y la conservación de la biodiversidad y los servicios de los ecosistemas. Se trata de acuerdos como los ‘Objetivos de la Biodiversidad de Aichi’ (2009) o los ‘ODS’ de la Agenda 2030. “Es un capítulo primordial del informe porque demuestra que la mayoría de esos objetivos no se van a alcanzar de seguir la actual trayectoria”.   

La aportación de la investigadora tiene carácter bidireccional al analizar cómo grupos indígenas y comunidades rurales de todo el mundo están afectados por la no consecución de estos objetivos y, a su vez, cómo pueden contribuir “enormemente” a mejorar las líneas de cambio para alcanzarlos. “Las evidencias dicen que los ecosistemas que están manejados por estos grupos y comunidades, pese a sufrir grandes presiones como todos los ecosistemas del planeta, sufren menos deterioro. Es una contribución importante porque visibiliza cómo la alianza con los pueblos indígenas abre una posible vía para salir del camino destructivo en el que nos encontramos”.  

Para llegar a esta conclusión, la investigadora ha estudiado cómo los grupos indígenas entienden y se relacionan con la naturaleza, alejados de la pretensión de establecer valoraciones económicas de la biodiversidad. “Ellos reconocen los derechos de los ecosistemas a existir, reproducirse y prosperar”. Reyes habla de ejemplos concretos como la incorporación de estos valores a las constituciones ecuatoriana y boliviana, en las que la Madre Tierra tiene derechos como sujeto colectivo, al igual que el río neozelandés Whanganui.

“Son conceptualizaciones que ayudan a repensar las bases de las acciones de conservación de la naturaleza”, añade. “La gestión de los ecosistemas por parte de los indígenas incluye medidores como la salud de la Tierra, el cuidado del territorio o la responsabilidad con el medio”. ¿El resultado? A día de hoy, el 40% de las áreas protegidas del planeta se encuentran en tierras de grupos indígenas o comunidades locales.  

Hasta ahora no ha resultado fácil dar a estos grupos la voz suficiente para que su visión se extienda de forma efectiva a gran escala. “Rara vez se les reconoce; ni en la investigación, ni en los foros políticos”. Según Reyes, estas comunidades parten de la desventaja al no estar representados en los procesos internacionales relacionados con políticas de conservación y biodiversidad. “La clave es que son procesos dominados por los gobiernos. Una de las principales reclamaciones indígenas es su derecho a la tierra y a la autodeterminación y ningún gobierno, o muy pocos, está dispuesto a negociar este punto con ellos”.

En estos foros, científicos y políticos están cara a cara, “aunque en algunos como el IPBES se está empezando a reconocer que hay formas de conocimiento más allá de la  ciencia. De todos modos, no todos los científicos piensan que el saber indígena puede aportar una visión complementaria a la ciencia. También ahí, estos pueblos sufren una carencia notable”. Victoria Reyes señala cómo el IPBES ha empezado a trabajar en la integración de esas dos formas de conocimiento. “Aún falta mucho por hacer. Un buen primer paso sería su reconocimiento político”.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La ignorancia y la creencia ingenua que argumenta que siempre daremos con una tecnología que resuelva los problemas están, según la investigadora, entre las razones para haber alcanzado este punto en el que actuar ya no es una opción. La publicación del informe IPBES quiere ayudar a un cambio de chip donde prime la visión a largo plazo en aras del interés colectivo.

Reyes insiste en que el documento está destinado a los tomadores de decisiones, que en definitiva somos todos y cada uno de nosotros con nuestro campo de acción correspondiente. “Con nuestras decisiones podemos provocar que las grandes potencias y los poderes económicos actúen de una forma u otra. Si yo, personalmente, no soy capaz de reducir mi huella de carbono, ¿cómo voy a pedirle a mi país que lo haga?”

Los residuos en playa de Bali
Los residuos mandan en esta playa de Bali. Imagen: Maxim Blinkov/Shutterstock.com.

Si la clave está en entender a la naturaleza como un ente con derechos y no sólo como una fuente de recursos a extraer, Reyes piensa que urge suprimir todos los incentivos y subvenciones a los combustibles fósiles y a las actividades agrícolas y pesqueras que dañen la biodiversidad así como fomentar el uso de energías renovables a pequeña escala (familias, comunidades). “También es importante trabajar en la integración de la idea de ‘límites’, ya que es mentira que cambiar de coche, móvil o frigorífico cada poco tiempo sea algo positivo. Hay que dejar de usar indicadores de crecimiento económico como medida de riqueza y empezar y fijarse en los relacionados con la calidad de vida de las personas y el estado de la naturaleza”.

La cuota de responsabilidad

Cada país tiene porcentaje de culpa y de deuda con la naturaleza. “Si unos países disfrutan ahora de mayor riqueza material que otros es porque en el pasado han explotado sus recursos o los de otros países. No podemos pretender que todas las naciones tengan las mismas restricciones. El cambio debe ser más radical en los países desarrollados”, argumenta Reyes, para quien los países en vías de desarrollo deben explorar vías alternativas que mejoren la calidad de vida de sus habitantes si perjudicar al medioambiente. “Hablamos de un problema global, en el que hay que remar en la misma dirección. La salida de Estados Unidos del acuerdo de París provocó un sentimiento de traición. Es necesaria una gobernanza global fuerte, pero por desgracia el IPBES no es vinculante para ninguno de los 134 países que lo han firmado”.

La investigadora asegura que no conoce ningún país que lo esté haciendo del todo bien. “Tal vez una excepción es Bután, donde hace una década se implantó una forma de medir el bienestar de la sociedad basada en la felicidad”.

Pensar en positivo

La diferencia entre la destrucción de la naturaleza que expone el IPBES y la acumulación de carbono en la atmósfera que presenta el IPCC es que, en el caso de los ecosistemas, determinadas medidas, todas ellas profundas, aún pueden revertir “significativamente” la tendencia. “Aunque dejemos de emitir carbono ahora, el que ya está en la atmósfera va a provocar que la temperatura de la Tierra aumente durante los próximos 200 años. Sin embargo, invertir en restauración de ecosistemas, desincentivar actividades agrícolas y pecuarias que dañan la naturaleza, frenar la deforestación, y otras medidas que promueve el informe pueden tener efectos en un plazo mucho mas corto. Si actuamos ahora,  en el 2050 podemos haber dado la vuelta a algunas de las tendencias negativas que destruyen la base de la naturaleza sobre la que se basa la vida humana en el planeta”.

cruce de Shubuya
El famoso cruce de Shubuya, en Tokio, transitado cada día por 2,5 millones de peatones. Imagen: Thomas La Mela/Shutterstock.com.

La científica cree que hay motivos para el optimismo. “Es nuestra única opción; tenemos la responsabilidad de trabajar para el cambio transformador”. Dentro de esa ráfaga de señales luminosas destaca el despertar de un movimiento juvenil listo para exigir con argumentos bien armados. “Greta Thunberg ha inspirado a miles de chicos y chicas de todo el mundo. La presión que pueden ejercer es esperanzadora. Los jóvenes reclaman para ellos y para las generaciones futuras lo que los abusos a la naturaleza les están quitando”.

Y para que esta tendencia no flojee, advierte de lo importante que es prestar la atención justa a las noticias negativas. “Se empieza a hablar de la ‘ansiedad del clima’, que puede llevar a un nihilismo generalizado, agravando así la crisis ecológica. Confío en que la especie humana no va a ser tan estúpida como para no hacer algo. Al fin y al cabo, es nuestra única oportunidad, y la tenemos ahora”.

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